Que cualquier ser humano es susceptible de albergar una dimensión oscura y lidiar con un buen catálogo de miedos es algo evidente. Lo que no resulta tan evidente es que esa oscuridad y esos miedos puedan ser explorados en el contexto de un viaje familiar a Disneyland. Pero así le ocurrió a Mar García Puig (Barcelona, 1977). La autora del fenómeno editorial La historia de los vertebrados (Random House) quiso cumplir uno de los sueños de sus hijos al llevarlos al famoso parque temático de París. Una vez allí, resultó que Phantom Manor se convirtió en su atracción favorita. Sí, una casa encantada habitada por un amplio repertorio de almas en pena. Lejos de quedarse en una anécdota, la experiencia fantasmagórica le inspiró a la escritora catalana toda una reflexión sobre la mujer convertida en metáfora tenebrosa y la representación de las figuras femeninas en la literatura gótica –un viaje que arranca en Homero, se detiene en Shakespeare y llega hasta autoras redescubiertas en los últimos tiempos, como Charlotte Perkins Gilman–.
Todo ello ha cristalizado en un breve ensayo personal titulado Esta cosa de tinieblas (En Debate), ya disponible en librerías. Un texto en el que Mar García Puig defiende que, en lugar de huir de la potencial misoginia que emana de algunos relatos, lo mejor es habitarlos (y disfrutarlos) desde una óptica propia que permita estar cerca de ellos sin llegar a quemarse. “El feminismo nos ha salvado de muchas cosas, pero a veces parece que tenemos que ser esa mujer empoderada, racional, que no siente nada de culpa. Con lo cual, a veces sientes culpa por sentir culpa. Que en ocasiones hayan tratado de empujarnos a la locura, no significa que ahora tengamos que ser puras o imponernos la luz. También podemos bucear en la oscuridad para encontrarnos con nosotras mismas”, introduce al inicio de una conversación que haría que el mismo Mickey Mouse cambiase durante un rato su sempiterna sonrisa por una genuina mueca de asombro.
Portada de ‘Esta cosa de tinieblas’ (ya a la venta), de Mar García Puig.En Debate
En las primeras páginas aparece ya una idea poderosa: la de la cordura como elección personal cuando la imaginación se dispara y es fácil entrar en un bucle de enajenación.
Sí, tanto en La historia de los vertebrados como en este libro hay un tema de fondo que es el miedo. Y, en concreto, cómo el miedo estructura las vidas en general y, muy especialmente, las vidas de las mujeres. El miedo a la locura es algo con lo que hemos convivido desde pequeñas. Yo lo he sufrido siempre. Se nos ha transmitido el mensaje de que está en nuestra naturaleza. Somos las nerviosas, las histéricas, las tísicas, las neurasténicas…Hay toda una serie de lenguaje que apela a eso. Por otro lado, está la imposición que nos hacen de la razón. De que debemos aspirar a la racionalidad, pero entendida en términos muy masculinos. El miedo a perder la cabeza, a convertirme en eso de lo que siempre he intentado huir, es algo que está muy presente. Pero, a veces, tenemos que verbalizar nuestros temores, enfrentarnos a ellos, dejarlos ir. Y ahí es cuando la literatura gótica, con su emotividad y su grito, entra en juego para mí.
En el ensayo defiendes que las metáforas importan porque, además de ser un elemento retórico muy cotidiano, el lenguaje que usamos tiene mucho más peso en la forma en la que vivimos de lo que muchas veces creemos, ¿es así?
Es una idea que me ha obsesionado siempre. En el fondo, creo que vivimos a través de los relatos que nos contamos. De los que decidimos protagonizar. Esas ficciones son una puerta a la esperanza, porque podemos convertirlas en una aprendizaje vital práctico. Me apetecía mucho explorar ese vínculo tan claro entre literatura y vida. Abordarlo, además, desde un enfoque muy corporal, porque a veces es un tema que se vuelve demasiado abstracto. Me parece que es algo totalmente carnal. Por ejemplo, ‘estar por las nubes’ o ‘estar hundido’ son metáforas de lo más cotidianas para describir estados de ánimo que tienen un impacto en nuestras experiencias incluso corporales.
¿En qué sentido han contribuido tus hijos a toda esta reflexión sobre el lenguaje figurado?
Los niños te ponen muy en contacto con esta dimensión del habla. Tú te expresas en metáforas y no te das cuenta, pero ellos te dicen: “¿Cómo que me lo has repetido mil veces?¡No te ha dado tiempo!”. Esto es anecdótico, pero hay otras hipérboles que dan forma a cómo experimentamos la realidad. Y me apetecía mucho ahondar en ello porque creo que contiene algo muy bonito, la revelación de que todos somos autores de nuestras vidas. Todos somos literatos y vivimos en cuentos. Algunos, nos atrevemos a vivirlos; otros, no nos dejan vivir. No toda la literatura es buena o salvadora. También tiene una capacidad destructiva. Pero me consuela saber que podemos decidir, a través de esos relatos, qué vidas queremos vivir. Y ahí entra la idea de la esperanza, que para mí es fundamental.
Otra cuestión estructural del texto es que no es necesario que una ficción hable de uno con cierta literalidad para sentirse identificado con el relato. Si una narración es buena, más allá de las singularidades que puedan definir a sus personajes, transmite unos conceptos que son transversales y universales.
Esa es otra de las ideas fundamentales de este libro. Lo veo mucho cuando hablamos de ‘literatura de mujeres’, literatura escrita por mujeres y que aborda temas tradicionalmente considerados femeninos. Me da mucha rabia. Mi primer libro trata sobre la maternidad. Y, a veces, con toda su buena intención, venían hombres y me decían: “Ostrás. Me ha gustado. Me he sentido identificado y mira que no soy madre”. Lo comentaban con sorpresa. Y yo pensaba: “Pues claro. Como yo me he sentido identificada con muchos soldados en batallas y no soy ni soldado ni he estado nunca en una batalla”. Este discurso que en ocasiones se hace y que defiende que hay ‘demasiados libros sobre’ y ‘demasiados pocos libros sobre’ es algo que me incomoda mucho. Precisamente, ahora está de moda decir que hay muchos libros sobre maternidad. Para mí, la maternidad es un tema con una deriva muy literaria porque tiene una cierta épica: hay un mundo que desaparece y un mundo nuevo que aparece. Hay miedos, emociones exaltadas, riesgos… una serie de elementos que, si me apuras, están en las guerras. Por eso rechazo esa mirada literal hacia las cosas y me dispongo a hablar de la metáfora y los sentidos figurados. En el ensayo, por ejemplo, no paro de repetir que yo no creo ni en los fantasmas ni en el más allá y, sin embargo, es un imaginario que me fascina en la literatura.
¿Por qué crees que te resulta tan atrayente ese universo tenebroso?
En esa fantasmagoría hay algo que me remueve por dentro. Me veo en esos espectros. En esa mujer que tiene miedo en una habitación victoriana o un castillo medieval. No me tiene por qué representarme exactamente como mujer contemporánea del 2025 que habita en Barcelona y tiene dos niños. Nos perdemos mucho de la literatura cuando miramos a los libros tan literalmente. La idea de ver cómo las metáforas se encarnan en nosotros me servía para mostrar cómo la literatura, en un sentido totalmente figurado, también se encarna en nosotras.
Cuando hablas de casas encantadas, aprovechas para hacer una analogía con respecto a las violencias que acechan a la mujer en el ámbito de lo doméstico. ¿Qué ocurre cuándo un hogar es una condena que además se adscribe a la esfera privada?
Al final, ¿cuántas de nosotras no hemos vivido en una ‘casa encantada’ con peligros en cada esquina? O, las que no lo hemos hecho, hemos tenido esa suerte. El no poder estar tranquila ni en compañía de tu familia en tu propia casa es algo que muchas mujeres históricamente y alrededor del mundo conocen muy bien. Y sí, se agrava con la idea de que cada uno tiene su casa y ahí nadie entra. Es muy difícil acceder al interior de esas cuatro paredes, incluso cuando se alejan mucho de ser un espacio de refugio y seguridad personal.
Por último, además de tus aprensiones más espectrales, hablas de un temor muy práctico y real: el de transmitirle tus propios miedos a tus hijos. ¿Cómo lidias con ello en el día a día?
Ese es el gran miedo. Algo que me parece muy literario es narrar qué sentimientos te produce el crecimiento de tus hijos. Lo haces todo para dotarlos de una independencia que, por un lado quieres que tengan, pero a la vez no. Es una negociación constante con la vida, con las contradicciones, que me parece muy potente. Cómo les das una visión lúcida de la existencia y promueves su autonomía a la par que ejerces el amor materno o paterno con toda la dimensión protectora que este acarrea. Eso es un temón.
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