Supermodelos es un sinfín de anécdotas curiosas, como saber que Alaïa les pagaba con ropa o que fue Martina Klein quien presentó a Laura Sánchez a Peter Lindbergh, con el que ya había trabajado. También se sumerge en el panorama español para rememorar la pasarela Cibeles cuando la presentación de Victorio y Lucchino era la más esperada. O cuando Telecinco orquestaba desfiles de Chanel con las Mama Chicho incluidas: “Ahora lo pienso, y me quedo flipando”, evoca Laura Ponte en el libro. Las tops se deshacen en halagos con algunos de los nombres más representativos de la industria, pero tampoco muestran ningún reparo a la hora de hablar de los momentos (y personas) más complicadas de sus trayectorias: “Si así lo han vivido, y se relata desde el respeto, ¿por qué no contarlo?”, se pregunta Sala. La intención de este escritor no era desmitificar una década que casi parece intocable, pero la cosificación o la excentricidad de ciertas figuras que se mencionan ofrecen, ciertamente, otra cara. “En este mundo hay gente que tiene empatía y otra que no”, sostiene Judit Mascó para esta cabecera. “A veces se da que el más mito de los mitos te hace sentir como una mierda. Y uso esa palabra. Todo eso que me preguntaban en mi vida de si me sentía mujer objeto, pues en esas situaciones lo puedes llegar a sentir”, resume su experiencia personal.
Uno de los (muchos) rasgos que definen a esta generación es la ausencia absoluta de rivalidad y el cariño que tanto se profesan, a pesar de la disparidad de personalidades. “Ahora no es así porque el sistema es diferente, pero nosotras pasábamos muchas horas juntas porque todo era un casting. Y siempre nos íbamos encontrando. El reencuentro hacía ilusión. Éramos un clan, una familia”, dice Mascó. En sus testimonios, la mayoría de las modelos destacan la “cantidad desorbitada” de dinero que ganaron en una época marcada “por una ostentación sin tapujos”. Y sin embargo, todas supieron tener los pies en la tierra, según Sala, gracias a las familias que las mantenían en mayor o menor medida unidas a sus respectivos lugares de procedencia. Nieves Álvarez subraya lo “súper currantas” que eran empezando desde muy abajo. “Creo que la humildad viene después de haber trabajado mucho durante muchos años, de ver que una puede estar o no estar, dependiendo de los caprichos de la moda”, reconoce Martina Klein. “Junto con el trabajo constante, es lo único que te puede llegar a salvar”. Esa perseverancia que comparten todas también las ha llevado a mirar más allá de la pasarela: “Todas son híbridas.Tienen mil frentes en los que han ido enseñándonos que son más que una modelo”, opina Sala. Sus carreras las han llevado a dedicarse al diseño nupcial, a la televisión o al yoga. Unas trayectorias de lo más diferentes e interesantes que sirven para recalcar que la generación de las tops también fue, y es, una historia de reinvención.