Abra, diseñador: “Los grandes cargos de LVMH saben que yo sé hacer dinero. Si alguien me quiere para eso, puedo hacerlo”

Acostumbrados a la línea recta, donde apenas hay lugar para la improvisación, resulta esclarecedor comprobar que hay otras maneras de alcanzar un objetivo personal. La de Abraham Ortuño Pérez (Elche, 1987) –artífice de Abra y creador de algunos de los zapatos más deseados últimamente– fue la senda que todas las mentes creativas sueñan con transitar; en donde (casi) solo hay lugar para la ilusión, los mentores generosos y el desenfreno más fructífero. “Me encanta pasar el domingo en la cama dibujando, a pesar de que mi novio lo sufre”, bromea el modisto durante una videollamada desde París. “Yo a los cinco años ya sabía que era diseñador”, añade con naturalidad y sin un ápice de arrogancia. Aquel niño que había nacido en San Felipe Neri, una pedanía entre dos pueblos que durante ese año dio la bienvenida a un único bebé, pasaba las horas convirtiendo a sus profesoras en muñecas manga. O leyendo y recortando las revistas de moda que compraban sus primas mayores. Aquellas mujeres, que trabajaban en el restaurante de comida de caza de sus padres y vivían en su casa, fueron algunas de las figuras femeninas que influyeron en el imaginario de Abra. “Eran chicas jóvenes que habían venido desde Castilla-La Mancha. Yo era el más pequeño, tendría como diez años, y ellas eran una referencia para mí”, rememora el creativo.

También fueron piezas clave en su educación sentimental y artística otras mujeres de la familia. Su hermana, también mayor que él, lo defendía en el colegio cuando la ocasión lo requería y ejercía de perfecta compinche para disfrutar de las películas de animación que llegaban a ellos a través de su padre, un fan irredento del género. “Veíamos Ghost in the Shell y la versión de El señor de los anillos de los años 70. Nos flipaba el futurismo, los videojuegos, todo lo japonés…”, continúa. Con todo, los dos eran muy diferentes. Al menos, en cuanto al aspecto. “Yo era muy mariquita, muy extravagante, me encantaba ir de colores pastel y con el pelo superlargo… parecía una niña. Y mi hermana era todo lo contrario, un chicote con camisetas de fútbol”, detalla. Cada uno podía ser como quisiese porque compartían padres poco convencionales, que favorecían la creatividad y el juego, y tampoco reprimían sus deseos. “Me compraban Barbies y Polly Pockets. Siempre tenía todos los juguetes”, recuerda Abra con una sonrisa. A su alrededor, había otras figuras también alentadoras: “Mi abuela era increíble, me enseñó a coser”. Pero aquel joven, que no quería estudiar, acabó sintiéndose frustrado tras repetir curso varias veces. Entretanto, pasaba los veranos en Roma con su tía, que había sido representante de calzado en Elche y solía vestir muy ochentera. “Íbamos a las rebajas de Dolce & Gabbana”, rememora el diseñador, que volvía a su pueblo con unos estilismos que nadie conseguía descifrar.

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