Adaptación hedónica, algo tan humano como contradictorio
No saber lo que tienes hasta que lo pierdes. Querer siempre más. Acostumbrarse rápido a lo bueno. Hay unas cuantas expresiones populares que hablan (sin pretenderlo) de la adaptación hedónica, eso que nos sucede a todos los mortales cuando convertimos lo extraordinario en normal, en algo que forma parte de nuestra vida y que, en cierta medida, dejamos de apreciar y de vivir con la intensidad del primer día.
“Cuando algo bueno se vuelve parte de nuestra rutina, deja de sorprendernos. Lo integramos tan deprisa que casi no nos damos cuenta. Lo que ayer nos hacía ilusión, hoy lo damos por hecho. Y no solo eso, cuando esto ocurre de forma constante, podemos llegar a lo que llamamos una especie de anhedonia emocional, es decir, una dificultad para sentir placer o entusiasmo, incluso ante cosas positivas. Es como si el sistema emocional se adormeciera, haciéndonos menos sensibles a lo bueno y esto hace que dejemos de sentirlo con la misma intensidad. Es un mecanismo natural que nos estabiliza emocionalmente, pero también nos puede robar buena parte de la chispa de la vida”, explica la psicóloga Marta Calderero, directora del centro psicológico Personalife Style. Y aunque en un primer momento pueda parecer injusto dejar de valorar lo bueno (y de tener mariposas en el estómago), esa pérdida de intensidad emocional también es supervivencia.
“La adaptación hedónica en cierta medida es una forma de protegernos. Lo nuevo y placentero activa nuestros sistemas de recompensa, cuando sucede está implicado el neurotransmisor de la dopamina. Pero con el tiempo se deja de generar ese placer porque el cerebro se adecúa, es una forma de supervivencia, somos más eficientes cuando nos amoldamos porque estar entusiasmados con algo nos agota, invertimos más energía. Cuando nos acostumbramos, el sistema de recompensa se insensibiliza ligeramente para retomar el equilibrio”, explica la psiquiatra y divulgadora en salud mental Rosa Molina.
El problema de querer siempre más
Este término, prosigue la doctora, también sirve para explicar otra situación muy humana: la de querer siempre más, la de alcanzar un estatus o logro por el que hemos ‘peleado’ y buscar el siguiente nivel sin apenas haber disfrutado del peldaño anterior. “Nos acostumbramos a esos estados y distorsionamos la realidad, nos cuesta estar presentes y valorar lo que tenemos porque estamos ‘cableados’ para la búsqueda de novedades. Es un rasgo que por un lado nos da cierta ventaja evolutiva porque nos invita a crecer, pero nos hace caer en esta trampa en la que no somos capaces de disfrutar de lo que hemos alcanzado. Por eso es importante estar más presentes y agradecidos. Si no, nos metemos en una rueda infinita para seguir logrando el placer que podría no tener fin”, añade.
Que nuestro cerebro normalice el estado hedónico tiene que ver con esa necesidad de supervivencia que puede ser contradictoria: solemos sufrir más por lo que perdemos –también tendemos a recordar más la información negativa– que a disfrutar de lo que ganamos de forma prolongada y sostenida. “Lo negativo activa nuestro sistema de alerta liberando cortisol para prepararnos para la defensa. Y eso nos ha permitido protegernos evolutivamente, hemos tenido más ventajas protegiéndonos que disfrutando del placer”, reflexiona Molina.
De alguna manera ese antagonismo que nos lleva a recordar lo malo y a ‘usar y tirar’ lo bueno sin apenas disfrutarlo también tiene una explicación biológica (y lógica). “Nuestro cerebro está preparado para la adaptación urgente a las nuevas estimulaciones: ante una amenaza, debemos responder con rapidez y eficiencia para desactivarla. Pero ¿qué ocurre cuando no es una amenaza, sino una situación placentera? La respuesta es acogerla de inmediato, explorarla, disfrutarla hasta casi agotarla y terminar por dejarla de lado. La novedad que representaba se desvanece y nuestro cerebro busca nuevas situaciones placenteras. Esto se debe a la exigencia de nuestras expectativas: cuando no lo tenemos, lo deseamos; cuando lo tenemos, lo usamos…”, afirma Amable Cima, profesor de psicología de la Universidad CEU San Pablo.
¿Buscar la incomodidad para valorar lo bueno?
Efectivamente es fácil y humano acostumbrarse al dolce far niente de las vacaciones, a tener un sueldo alto y una casa grande y bonita, y a querer conseguir más cuando hemos logrado nuestros objetivos. Pero que pasar de ‘mejor a peor’ sea difícil para el ser humano, no tiene por qué implicar que haya que vivir preparándose para los malos momentos buscando de forma consciente el dolor a modo preventivo y resiliente. Decimos esto porque asistimos también a una corriente estoica de practicar la incomodidad a propósito con hábitos como bañarse en agua helada, tiempos de ayuno más allá del intermitente de 12 horas que aconsejan los expertos…