¿Adicción a las reconciliaciones? Debes leer esto
Cuando entiendes que las adicciones, ya sean a una sustancia o a una conducta, funcionan de forma muy parecida, comprendes por qué es igual de difícil dejar de ingerir azúcar que terminar con esa relación a la que llevas años enganchada. En ambos casos se activan los mismos circuitos de recompensa y aprendizaje a través de una experiencia que te genera bienestar o alivio. La dopamina se pone en marcha, y a partir de ese momento tu cerebro lo va a asociar a esa sensación de placer e intentará repetirlo una y otra vez.
En el caso de las adicciones emocionales los mecanismos son los mismos, pero en lugar de ser a una sustancia, es a una persona o vínculo. La dopamina y la oxitocina se mezclan con el apego, y la mente asocia a esa persona con la seguridad o el alivio. Cuando sucede una ruptura o un distanciamiento, aparecerán los mismos síntomas de abstinencia, y ahí es donde muchas parejas quedan atrapadas en un ciclo tan familiar como adictivo: el de las reconciliaciones.
Montse Cazcarra es psicóloga y autora, entre otros, del libro Amor sano, amor del bueno (Grijalbo), donde ofrece una guía para entender las relaciones y aprender a convertirlas en un espacio seguro. Para ella, hablar de adicción a las reconciliaciones es hablar del miedo a perder la conexión y de la dificultad para sostener las emociones incómodas que experimentemos dentro de esa dinámica. “Esto puede hablarnos de una historia de vínculos no disponibles, inconsistentes, ambivalentes, cuyas vivencias pudieron llenarse de experiencias como la soledad o el abandono, la espera o la incertidumbre” y subraya que aunque nuestra historia no dicta nuestro futuro, sí que nos predispone.
Advierte que otro de los motivos por los que retomamos la relación es porque reconciliarnos con nuestra pareja supone dejar de sentirnos como nos sentimos. “Al volver con el otro dejamos de conectar, al menos por un tiempo, con emociones como la tristeza por la pérdida del vínculo, la soledad que deja ese vacío, la frustración de no haber conseguido que la relación funcionase, o la desesperanza de pensar que no encontraremos a nadie más que nos quiera”. Si a esto le sumamos las expectativas sociales, el malestar puede ser tremendo y complicado de sostener, por lo que como estrategia para regularnos retomamos el contacto y probablemente acabaremos reincidiendo.
Más allá de un sistema de recompensa alterado, la psicóloga experta en relaciones de abuso, manipulación y narcisismo, Deborah Murcia, señala que detrás de este tipo de comportamientos hay heridas muy profundas que suelen venir desde la infancia. “Algunas personas crecimos creyendo que el amor era inestable, que había que ganárselo, que un día había cariño y al siguiente silencio. Ya sea en nuestra familia, en el colegio o con el grupo de amigos. Por eso, cuando vivimos estas relaciones nos resultan familiares, aunque nos hagan daño”. Recalca que nuestro cerebro entiende intensidad como amor, aunque en realidad es una dinámica tóxica y desgastante.
S.O.S., estoy enganchada a las reconciliaciones
Tras la angustia de la ruptura, el reencuentro dispara dopamina y oxitocina, y es ese contraste entre el dolor profundo y el alivio inmediato lo que resulta tan adictivo. “Cuanto más grande es el sufrimiento —tanto dentro de la relación como en la ruptura—, cuanto más nos cuesta sostenernos sin esa persona, cuanto más desbordante se nos hace la situación, más intensa parece la calma que llega después y más indispensable nos parece nuestra expareja”, asegura Cazcarra, y afirma que esa intensidad, en lugar de ayudarnos a ver el ciclo en el que estamos atrapadas, hace que nos aferremos todavía más, convencidas de que ese alivio es una señal de amor, cuando en realidad es una señal de dependencia no sana.