Aixa de la Cruz, escritora: “Es muy difícil entender la búsqueda del amor de una forma que no esté conectada de alguna manera con lo espiritual”

Como Violeta, la protagonista de su nueva novela, Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) devoró entre los 10 y los 14 años todos los folletines románticos decimonónicos que cayeron en sus manos: “Los leía con la voracidad con la que ahora vemos Netflix”. Tal vez por eso quiso escribir ella uno. Acarició durante mucho tiempo la idea de una reescritura de Cumbres borrascosas, una historia romántica de muchos capítulos. Y, si en Todo empieza con la sangre (Alfaguara) el lector sigue los pasos de Violeta, contagiándose del pulso acelerado de su corazón y sintiendo sus vientos interiores que parecen siempre cambiantes, este no tarda en comprender que bajo esa piel que quiere erizarse y herirse, abrirse al otro, palpita una búsqueda todavía mayor.

“Es muy difícil entender la búsqueda del amor de una forma que no esté conectada de alguna manera con lo espiritual”, reflexiona De la Cruz en conversación con Vogue España. Desde su vínculo imborrable con un amor de la adolescencia, un chico llamado Paul, hasta su intento más convencional de relación con Salma, una artista con la que compartirá una convivencia de fuerzas asimétricas, Violeta se muestra sensible, permeable y porosa a las personas de las que se enamora, al tiempo que parece querer vivir solo de lo que sedimenta en ese amor. Pero su corazón no detiene nunca la caza de una emoción tan perfecta como inasible. “Tenía en mente un personaje con un vacío muy grande del que desconoce el origen y al que intenta también ponerle un nombre”. Una intuición que podemos sentir recorriendo el pulso de nuestros días y que aflora tanto en conversaciones como en los resultados que arroja el algoritmo. La autora se atreve a sumergirse así en una exploración en la que los procesos son casi más relevantes que el hallazgo de certezas.

Entre encuentros más o menos fortuitos, rupturas, desencantos y la precariedad material tan característica de su generación, la protagonista se encuentra a sí misma haciéndose las preguntas que nunca pensó llegar a hacerse. Como le ocurre a la escritora que le ha dado vida y también a muchos de quienes se contarán entre los lectores de esta novela, Violeta quiere intentar abrirse a otras maneras de conocer el mundo no regladas por la razón y dinamitar el cinismo que la separa de su espiritualidad. En algún momento, Dios parece convertirse en la respuesta de la búsqueda de Violeta. Se abre paso en su mente la posibilidad de la fe, o la intuición de que aquello que perseguía fuera, y que siempre parecía imperfecto, podría residir, puro aún, dentro de ella. Aquí, la autora de Las herederas y Cambiar de idea recorre una vía poco explorada, aunque poderosamente latente en la literatura de hoy. “Podemos buscar espiritualidad en las religiones de siempre, en un encuentro con esta idea de que existe una interioridad, que es lo que creo que las versiones más desacralizadas de las religiones orientales nos acaban diciendo. Y luego está la tercera vía, en la búsqueda de esta vinculación romántica con el otro”, aventura. “Podríamos empezar a entender la búsqueda sentimental del otro como una búsqueda de lo espiritual”.

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