Daba su vida más o menos por perdida en el aspecto profesional. Cada vez, de hecho, tenía menos oportunidades. “Creo que nunca estuve en una peor posición que justo antes de publicar La mala costumbre (Seix Barral, 2023). Ahora, quiero creer que algo ha cambiado. Que hay un futuro para mí”, introduce Alana S. Portero (Madrid, 1978), autora de uno de los mayores fenómenos editoriales recientes tanto en España como a nivel internacional –su citada novela debut va por la 19ª edición y ha sido traducida a 17 idiomas–. Este éxito tan rotundo ha posibilitado, entre muchos otros proyectos, la reedición de uno de los primeros poemarios de la autora, La habitación de las ahogadas. Un texto de factura gótica y descarnada que vio la luz por primera vez en 2017 con Harpo Libros y que este 26 de marzo volverá a las librerías de la mano de La Bella Varsovia.
En estos versos, escritos entre 2013 y 2016, está el germen de lo que más tarde fue la gran novela debut de la escritora. “Cuando terminé de escribir La habitación de las ahogadas, supe que había encontrado mi voz literaria. Todo lo que había producido hasta ese momento, eran intentos. Además, lo releí compulsivamente durante unos cuantos meses y dije: ‘No tocaría nada. Esto es lo que yo quería hacer’. Me sentí muy orgullosa”, comenta.
Sin embargo, por aquel entonces, al libro no le fue bien en términos de ventas. A la escasa capacidad (o interés) de promocionar la obra por parte de la primera casa editorial del texto, se unió el hecho de que la autora se encontraba en un momento personal muy complejo en el que acababa de empezar su transición clínica –algo que, por supuesto, también se traduce a la obra–. “Supongo que la editorial y yo no llegamos a entendernos bien. Tuvo la vida que tuvo. Y nadie hizo porque tuviera más. Bueno, igual tampoco tenían por qué hacerlo. Pero a mí me dio mucha pena. Se me quedó esa espina clavada, porque creo que es un libro que merecía otra suerte”, dice la madrileña.
Ahora, por fin, este libro cuajado de referencias históricas y culturales podrá tener esa ‘otra suerte’ a la que alude Portero. “Cuando escribo poesía no sé mentir. Uso las metáforas para desnudarme, en vez de para cubrirme. Además, tampoco tengo ni la necesidad ni la esperanza de que se entiendan todos los códigos que pueblan mi imaginario. Ni siquiera me parece útil. Creo que hay algo musical y pulsivo, algo como de texto sagrado, que hace que, aunque a veces las parábolas sean demasiado complejas, el lector se quede con una idea, con una mancha. Con ese ente extraño que es la poesía, que pertenece casi más al mundo de los sueños. Así que, quien quiera buscar la referencia, genial. Así vas a otro libro o igual se abre un camino que no esperabas. Pero eso no es aquí lo importante. Lo realmente importante es que tengas la voluntad de sumergirte en un espacio que alguien ha propuesto para ti. Con sus monstruos y sus sombras. Disfruta de ello. Deja que te impregne”, reflexiona la también medievalista de formación.
Entre deidades de la Antigüedad Clásica, brujas, druidas, espectros y alusiones a poetas contemporáneas, lo que predomina es la voz desafiante e iracunda de alguien que se asoma peligrosamente al abismo, esperando una angustiosa redención que nunca termina de llegar. La persona que habla es una superviviente. Alguien que a ratos parece haber perdido por completo la esperanza. Y, aun así, conserva intacta la dignidad y la rabia de quien no está dispuesta a dar su brazo a torcer. Lo recogen bien estos versos: cualquier abandono o cualquier muerte, serán más soportables que habitar este pasado continuo y violento, esta vida sostenida, quieta y fría.