El fichaje de Aranburu parecía natural, no así el de la mencionada Blanca Soroa. Decantarse por la debutante acarreaba un riesgo que se decidió tomar. “Hay un trabajo ahí de Eva Leira y Yolanda Serrano, las directoras de cásting. Nos entendemos muy bien y nos encanta el proceso porque entendemos muy bien a los personajes”, comparte. “Naiara tiene que ser de ahí, tiene que tener un perfil socioeconómico muy determinado y hay que buscarla en esos lugares. Ellas organizaron un megacasting por un montón de centros educativos de Bilbao y alrededores, vinieron muchísimas chicas y aparició Blanca. Era ella. Hizo muchísimas pruebas, se entrevistó conmigo, pero en cuanto apareció supimos que era ella”, continúa. “Blanca tiene una luz muy especial, virginal, espiritual y cercana a un rostro de Vermeer. Solo verla te activa algo. Además tenía esa cosa frágil y bonita”.
Llama la atención ese conjunto familiar que vive, bien, en pisos amplios y bien decorados de Bilbao. Derriba así Ruiz de Azúa un prejuicio muy extendido. “Quería ser fiel a la realidad que me estaba encontrando. El fenómeno de las monjas de clausura no es multitudinario, ni mucho menos, pero todavía hay algunas. Durante un tiempo estaban las religiosas que venían de África o Latinoamérica, de otro perfil socioeconómico, y luego me encontré a esa chica joven que llegaba de centros educativos de cierto prestigio, con expectativa de ir a la universidad y estudiar determinadas carreras. Este último me resultaba muy llamativo por el hecho de tomar una decisión así cuando tenía esa vida por delante”, explica la cineasta. “Muchas veces, no siempre, cuando estas chicas de familias más tradicionales explicaban que estaban en el proceso de discernimiento y querían entrar en una orden, sus familiares no reaccionaban bien. Se generaba ese conflicto: aunque la familia lo había llevado a un centro religioso que casaba con sus valores, eso no era lo que la familia había pensado para ella. Es muy curioso. El entorno valida eso y a la vez te dice que no”.
David Herranz