Desde Justin Bieber a Sampha, el pop ha conocido recientemente varios discos postpaternidad (con p). El de Alex G se suma a la lista, con la peculiaridad de que es el décimo de su carrera pero el primero en una multinacional. Desde la independencia, Alex Giannascoli se ha convertido en una figura improbablemente influyente dentro del ámbito del indie-rock norteamericano. Sus bonitas y pegadizas melodías, unidas a sus interesantes capas de guitarras, su huida de todo encasillamiento musical y sus personales letras, le han hecho diferenciarse de sus contemporáneos y conectar con una generación.
¿Qué puede ofrecer un artista de 32 años en su 10º proyecto? ‘Headlights’ es un trabajo continuamente preocupado por el cambio, principalmente el de una vida que afronta, por primera vez, la crianza de otra. De eso parecen hablar -vagamente- cortes como ‘Real Thing’, que reflexiona sobre esas «cosas auténticas» que dan valor a la existencia, envuelto en una rica instrumentación de guitarras, percusiones y una melodía de flauta sintetizada; o la final ‘Logan Hotel’, que, grabada en directo, efectivamente en un hotel, parece debatirse entre la vocación musical y las nuevas responsabilidades de la paternidad.
Alex G alude a su estreno multinacional en la parsimoniosa ‘Beam Me Up’ («algunas cosas las hago por amor, otras por dinero, no es que no lo quiera, no es que me crea por encima de ello»), pero ‘Headlights’ no ofrece ningún giro radical que deba preocupar a sus fans. El componente lo-fi ya no es crucial, pero las composiciones de Giannascoli siguen siendo igual de identificativas; simplemente suenan mejor gracias a que su valor de producción y mezcla es mayor.
‘June Guitar’, que introduce un acordeón, es otra de esas canciones de Alex G que cautivan al instante, y ‘Afterlife‘, que incorpora el punteo de una mandolina, demuestra que la sensibilidad aniñada de sus melodías no se ha ido a ningún lado. Ambas pistas son clave en un álbum que vuelve a arraigarse en la tradición del indie-rock y el folk-rock norteamericanos. Mientras los tapices de guitarra y los efluvios country y folk del disco remiten al trabajo de Lucinda Williams, una de sus influencias reconocidas, la lugubridad de ‘Spinning’ y sus crepitantes guitarras traen a la mente la obra de Elliott Smith.
La experimentación toma distintas formas en este disco coproducido por Jacob Portrait de Unknown Mortal Orchestra. Es perceptible, por ejemplo, en el misterio fantasmagórico de la producción de ‘Beam Me Up’, en la incursión noise y shoegaze de ‘Louisiana’ o en el juego electrónico de ‘Bounce Boy’. Pero la gran sorpresa del álbum la da el impulso orquestal de ‘Far and Wide’, que, arropada en un precioso arreglo de cuerdas, trata de encontrar la calma después de la tormenta. Todo ‘Headlights’ da la sensación de que Alex G se ha asentado, y de que está tranquilo.