Es verano. Un periodo en el que, en la mayoría de deportes, los grandes equipos revisan plantillas y refuerzan los puntos débiles. En ese extraño —y, para algunos, perverso— juego que se ha convertido la carrera por la inteligencia artificial, Meta ha hecho su fichaje estrella: Alexandr Wang (Estados Unidos, 28 años), fundador de Scale AI, la empresa que alimenta con datos a medio Silicon Valley, y uno de los jóvenes con más dinero del mundo.
Meta hizo oficial la compra del 49 % de Scale AI por 14.300 millones de dólares el 12 de junio. La operación responde a una necesidad urgente: ganar terreno en la carrera global por la inteligencia artificial. Mientras OpenAI y Google avanzan con ventaja en el desarrollo de modelos generativos, la apuesta de Meta —LLaMA 4— acumula retrasos y despierta dudas sobre la fiabilidad de sus resultados en las pruebas de calidad.
Como parte del acuerdo, Wang asumirá la dirección de la nueva división de superinteligencia de Meta, un laboratorio concebido para desarrollar la próxima gran disrupción algorítmica. Mantendrá su vínculo con Scale AI como miembro del consejo de administración y actuará como puente estratégico entre ambas entidades. Mientras otros actores del sector presumen de potencia computacional o de avances teóricos, el joven multimillonario apuesta por lo esencial: la calidad de los datos. Su obsesión por este terreno ha convertido a Scale en un proveedor clave para gigantes tecnológicos –incluido el Pentágono– gracias a su capacidad para ofrecer bases de datos limpias, precisas y a gran escala.
Wang nació en Los Álamos, Nuevo México, el mismo enclave donde se gestó el Proyecto Manhattan. Hijo de dos físicos inmigrantes chinos que trabajaban en el Laboratorio Nacional, creció en un entorno profundamente marcado por la ciencia. Desde niño destacó en matemáticas y programación, y durante la adolescencia brilló en olimpiadas nacionales: fue finalista de la USA Computing Olympiad y formó parte del equipo olímpico estadounidense de física.
A los 17 años tomó una decisión poco habitual: en lugar de seguir el camino académico tradicional, se mudó a Silicon Valley y consiguió trabajo como ingeniero de software en Quora, la plataforma de preguntas y respuestas. Allí conoció a Lucy Guo, su futura socia. En 2016, cuando él tenía apenas 19 años, fundaron juntos la startup Scale AI.
La idea surgió de una anécdota doméstica. Durante su paso por el MIT, Wang intentó entrenar una inteligencia artificial para vigilar su nevera y descubrir quién le robaba la comida. El sistema no funcionó, pero le dejó una lección decisiva: el gran cuello de botella en la IA no eran los algoritmos, sino los datos.
Esa intuición fue el germen de Scale AI: una empresa concebida para ofrecer a otras compañías los volúmenes masivos de datos limpios y etiquetados que necesitan para entrenar sus modelos. Con el respaldo del acelerador Y Combinator y una ronda de financiación inicial asegurada, la startup nació con la misión de proporcionar la materia prima esencial de la inteligencia artificial.
La especialidad de Scale –el data labeling, es decir, la organización y etiquetado preciso de imágenes, textos o audios– no era la parte más visible ni glamourosa del sector, pero sí una de las más críticas. Mientras otros se centraban en mejorar algoritmos, Wang entendió que la calidad de los datos era el verdadero punto débil.
El modelo funcionó. Scale AI se convirtió en un proveedor indispensable para gigantes como OpenAI, Google, Microsoft y Meta. Su plataforma permitió mejorar de forma decisiva la fiabilidad de los sistemas de inteligencia artificial, gracias a un enfoque híbrido que combinaba automatización con supervisión humana: desde la clasificación de objetos en imágenes hasta la generación de textos creativos, como resúmenes o incluso poemas.
La empresa creció a velocidad de vértigo. En 2021 alcanzó una valoración de 7.300 millones de dólares y Wang, con solo 24 años y en posesión de cerca del 15 % de las acciones, fue reconocido como el multimillonario más joven del mundo. En 2024, una nueva ronda de inversión duplicó esa cifra hasta los 13.800 millones. A principios de 2025, Forbes estimaba su fortuna personal en 3.600 millones de dólares.
Pero su influencia no se limita al terreno económico. Scale AI comenzó a trabajar con el gobierno estadounidense, consiguiendo contratos con la Fuerza Aérea y el Pentágono en áreas como seguridad nacional y planificación militar basada en IA. Wang no ha ocultado nunca su compromiso con esa causa: en 2023 testificó ante el Congreso y defendió abiertamente que “Estados Unidos debe ganar la guerra de la IA”.
En lo personal, mantiene un perfil sorprendentemente bajo para alguien considerado uno de los multimillonarios más jóvenes del planeta. Vive en San Francisco, volcado en su trabajo, sin pareja conocida y lejos del exhibicionismo que suele acompañar al éxito en Silicon Valley. Eso sí, es muy activo en redes sociales, especialmente en X. También escribe en su blog personal sobre liderazgo, resiliencia y la importancia de construir equipos comprometidos con una misión clara.
Wang encarna una combinación poco habitual de juventud técnica y visión empresarial. Comenzó programando una IA para vigilar su nevera y hoy lidera, bajo el ala de Meta, una de las apuestas más ambiciosas para definir el futuro de la inteligencia artificial. No fue el más académico, pero sí el primero en entender dónde estaba el negocio. Ahora, tiene los medios –y la posición– para intentar moldear lo que viene.
Ante todo, un científico
Revelación algorítmica. Antes de Scale AI, y además de con su temprano intento con la nevera, Wang experimentó con una inteligencia artificial capaz de deducir emociones humanas a partir de expresiones faciales. Esa iniciativa temprana fue clave para comprender que los modelos requieren datos ricos, etiquetados y confiables.