En 1968, Cristóbal Balenciaga cerró su casa de confección a medida porque «ya no quedaba nadie a quien vestir». Desde entonces, el número de compradores de alta costura no ha dejado de caer en picado –de los 200.000 que había en los años 50 a los 4.000 que se calcula que habrá en 2025–, a pesar de la popularización masiva de la moda, que hoy contempla cómo millones de espectadores siguen los desfiles por Internet. Pero no cabe duda de que la alta costura sigue siendo un mundo de fantasía. Hoy en día, ese dos por ciento de clientes de élite representa aproximadamente el 40% de las ventas mundiales de lujo, y las marcas los miman en consecuencia.
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Sabrina Harrison, empresaria y filántropa texana que, en solo cinco años, ha acumulado una colección privada de alta costura que ni siquiera ella es capaz de cuantificar, es la encargada de descorrer el velo de este reino selecto. «Tengo un amigo, y estilista, Carlos Alonso-Parada, que archiva todo por mí», dice mientras pasea por una sala vip del aeropuerto Charles de Gaulle. «Lo veo como invertir en obras de arte únicas… aunque a mí me critican mucho más que a la gente que gasta millones de dólares en cuadros para sus paredes». Esta temporada, Harrison asistió a 11 presentaciones de alta costura –entre ellas, la Alta Moda de Dolce & Gabbana, el desfile de Schiaparelli, la colaboración de Ludovic de Saint Sernin con Jean Paul Gaultier y el debut de Alessandro Michele en Valentino– acompañada de un séquito que incluía un fotógrafo, un videógrafo, un maquillador, un peluquero, un estilista y varios asistentes personales. «No quiero peinarme y maquillarme igual en todos los desfiles», explica. «Me gusta cambiar el concepto y crear looks distintos para cada firma». Por ejemplo, lució un corsé alado de Paco Rabanne de primavera-verano 1982 para un almuerzo privado en el Louvre.
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Vogue logró sentarse con Sabrina en pleno torbellino de eventos –entre la costura de París y los premios Grammy 2025– para charlar sobre la fabulosa vida de los grandes derrochadores de la moda y de los exclusivos destinos recónditos a los que viajan.
Hola, Sabrina. ¿De dónde viene tu pasión por la moda?
Tengo raíces latinas, así que soy una maximalista nata. De hecho, soy de Laredo (Texas), una ciudad fronteriza entre México y Estados Unidos, y allí a todo el mundo le encanta ir recargadísimo, adornarse mucho con bisutería enorme, incluso cuando no van a salir. Mi marido y yo tenemos clínicas de odontología por todo Estados Unidos, y eso requiere mucho trabajo, pero la moda siempre ha sido una válvula de escape para mí. Sé que a veces la industria puede parecer superficial y materialista, pero cuando te acercas a las personas y familias que hay detrás de las casas, te das cuenta de lo mucho que cuesta dar vida a sus colecciones. La moda me ha llevado a viajar por todo el mundo, y las cosas que he aprendido se trasladan a todos los ámbitos de mi vida: incluso la publicidad de Mint Dentistry, la cual dirijo, está impregnada de inspiración estilística. Al fin y al cabo, los dientes son el complemento más importante que podemos llevar y ofrecemos muchos tratamientos estéticos para que la gente se sienta segura de sí misma.
La semana de la moda es un viaje de investigación…
¡Ay, sí! La semana de la alta costura es mi favorita. Es mucho más íntima y me encanta pasar tiempo cara a cara con los diseñadores y sus equipos. Pero puede ser estresante, porque vas con prisas entre desfile y desfile y luego tienes que volver a ver los looks, comer algo y algunas casas incluso te dejan visitar sus archivos. (Ayer por la tarde visité el de Jean Paul Gaultier). Además, no me gusta llevar el mismo peinado ni el mismo maquillaje en todos los desfiles, me gusta cambiar de concepto y llevar looks distintos, de la cabeza a los pies, que encajen con la firma.
Aaron Crossman
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¿Cuándo empezaste a comprar alta costura?
Conocí al equipo de Dolce & Gabbana a través de una amiga mía cuando les compré un abrigo de cachemira marfil de doble faz. Me pareció una obra de arte increíble, pero no tenía ni idea de dónde me metía ni de todo lo que habría detrás. Llegó el verano y me invitaron a su desfile de Alta Moda en Venecia, justo después de la pandemia, así que fue todo el mundo porque nadie había salido en dos años. Fue una semana épica que me introdujo en un mundo de fantasía que no sabía ni que existía. Para mí, ahora, es como un campamento de verano. La marca invita a toda mi familia y se ocupa de todo mientras estamos allí. A partir de ese desfile, me hice miembro de Vogue 100 y a través de ellos conocí a Daniel Roseberry, quien, curiosamente, era amigo del padre de mi marido porque crecieron juntos en una urbanización pequeñita de Texas. Todo ha sido muy orgánico, y esta vez tengo invitaciones para Dolce & Gabbana, Schiaparelli, Germanier, Jean Paul Gaultier de Ludovic de Saint Sernin, Valentino, Gaurav Gupta, Stéphane Rolland, Giambattista Valli, Charles De Vilmorin, Zuhair Murad y Ashi.
¿Cuántas piezas de alta costura tienes ahora?
No estoy segura. Tengo un amigo, y estilista, Carlos Alonso-Parada, que me lo archiva todo, porque también colecciono mucho vintage. Pues mira, esta semana hice una visita fuera de horario a la tienda Yourgarmentz y me llevé un abrigo de piel y un conjunto asimétrico de piel de becerro de la época de John Galliano en Christian Dior, y un collar de cadena de oro del Gucci de Tom Ford. Estoy intentando recordar qué más compré… creo que también algo de Valentino.
Aaron Crossman
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¿Cuánto dirías que gastas en moda?
Depende de los eventos que tenga: los Fashion Awards, los Grammy –porque tenemos un sello discográfico–, las galas filantrópicas en Dallas, mis «campamentos de verano», y ya tengo que ir pensando en la Met Gala, si con suerte me vuelven a invitar. Me enteré de que iba a asistir ocho semanas antes del evento del año pasado, y la mayoría de los diseñadores tardan cuatro meses en crear un look lo suficientemente extravagante para algo así. Por suerte trabajé con Law Roach y Chris Habana –que ha diseñado para Beyoncé, Nicki Minaj y un montón de celebrities– en un vestido inspirado en los relojes fundidos de Dalí y un bolso que reproducía en vídeo imágenes anteriores de la alfombra roja, en consonancia con el tema El jardín del tiempo. Recuerdo que mi marido me dijo: ‘Sabrina, los famosos acaparan toda la atención, así que no te sientas mal si no te hacen fotos’. Yo decía: ‘¡Me da igual! Lo hago por mí. Solo quiero llevar algo único’. Total, que aparecí en las listas de mejor vestidas de Vogue, Wall Street Journal, People, New York Times, Hello!… de todos los medios. Me lo pasé muy bien y me sentí muy orgullosa de mi equipo.
¿Alguna vez te has sentido obligada a comprar en los desfiles?
A veces tienes que gastar dinero para tener acceso a una determinada casa de modas, pero los diseñadores que más me gustan entablan contigo una relación más allá de lo comercial: conozco a todos sus sobrinos y sus perros. Las mejores marcas quieren que sus clientes se sientan como los famosos, aunque la diferencia, por supuesto, es que nosotros invertimos en su trabajo. Yo lo veo como una inversión en obras de arte únicas… aunque a mí me critican mucho más que a la gente que se gasta millones de dólares en cuadros para sus paredes. He conocido a algunos de mis mejores amigos en el mundo de la moda y puede que sea la gente más agradable e inclusiva que conozco.
Aaron Crossman
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¿Qué opinas de las celebridades que lucen alta costura en la alfombra roja? Hay marcas que se saltan la norma de la pieza única por un momento de alfombra roja…
A mí no me importa. Hay muchas personas que quieren tener creaciones en exclusiva, y lo entiendo, pero yo opino que cuanta más gente vea lo increíbles que son estos diseños, mejor. Para mí no es algo malo, me encanta la cultura y ayuda a la gente a ver la moda como una forma de arte más que como mero materialismo.
¿Has señalado ya alguna pieza de las que has visto esta temporada?
Es un proceso. Por ejemplo, hice un depósito para unas cuantas piezas de Gaultier, y desde entonces hemos organizado un fitting en Nueva York donde podré decidir cuáles me gustan más. Me las traen hasta aquí. Me encantó el vestido largo con pedrería caviar, que al parecer estaba inspirado en una foto de Cindy Crawford tumbada en una playa de arena negra. Ah, y vi una pieza de Schiaparelli color canela adornada con cristales con un gran chal que me enamoró. Pero tienes que ser rápida o te quedas sin nada. Volví a ver lo de Dolce & Gabbana a las 11 de la mañana siguiente a su presentación y, cuando llegué, solo quedaba un par de pendientes. Me los quedé.
Aaron Crossman
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¿Las marcas cubren los gastos de hoteles y vuelos de los clientes?
No los vuelos, pero a veces los hoteles. Esta temporada me alojé en el Hotel Costes. Han renovado las suites y son muy espaciosas, lo que me viene muy bien, porque viajo con un equipo enorme, que incluye un fotógrafo, un videógrafo, un maquillador, un peluquero, un estilista, asistentes y mi marido. Me alojé allí cuando fui a Vogue World: París, y estaba a poca distancia de muchos eventos que tenía agendados: los desfiles, por supuesto, pero también un desayuno en el Ritz y un almuerzo en Le Café Marly en el Louvre, que fue increíble porque no había nadie más allí, solo nosotros. Yo llevaba un corsé de Paco Rabanne con alas de ángel.
¿Con cuanta antelación sueles programar la semana de la alta costura?
Es muy riguroso, pero creo que a estas alturas ya lo tengo controladísimo. Tengo un gran equipo, todos necesarios e importantes. Puedo presentarme con el vestido más bonito, pero si no tengo un peinado y un maquillaje estupendos, la visión no llega. Planificamos los looks con moodboards en Estados Unidos con mucha antelación, pero cuando estoy en la ciudad añado algunos detalles y construimos allí todo el estilismo.
Aaron Crossman
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¿Quién es la clienta de alta costura mejor vestida?
Mi amiga Sylvia Mantella. No va a ningún desfile sin llevar una pieza única. Siempre va magnífica.
Última pregunta: ¿qué vas a llevar en los Grammy este fin de semana?
Ninguna de las piezas por las que he preguntado esta temporada van a estar listas hasta el verano como muy pronto, pero si voy, porque ya tengo las entradas, tengo en el armario un vestido precioso de Atelier Versace.
Aaron Crossman
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Este artículo se publicó originalmente en Vogue.co.uk