¿Alguna vez te has parado a examinar largo y tendido un diagrama del metabolismo del butanoato? ¿Te has preguntado por el butirato que producen tus bacterias? Me han asaltado mil dudas de este tipo desde que mandé analizar e identificar mi microbioma intestinal a varios laboratorios certificados.
Hace tiempo que me preocupa mi sistema digestivo. Mi padre murió de cáncer de colon en mi adolescencia, de modo que trato de vigilar el mío. Hasta hace poco, la cuestión digestiva era un asunto bastante nicho, por no decir privado. Ahora todo el mundo habla sin tapujos de bienestar intestinal y, más concretamente, del microbioma: ese ecosistema de billones de bacterias que nos habita, cuyo influjo alcanzaría al sueño, el corazón, la salud mental o el envejecimiento. Leo en voz alta un extracto de la revista médica The Lancet: “La expectativa de que la secuenciación del propio microbioma intestinal podría ser la clave para el diagnóstico y el tratamiento allí donde hubieran fracasado los enfoques convencionales es ahora bastante común en las clínicas de gastroenterología y no solo”. Según la publicación titulada Nutrition in Clinical Practice, las búsquedas en internet de “microbioma intestinal” y “microbiota intestinal” generan hoy millones de resultados. Amazon está lleno de libros sobre el tema, incluso para perros –Healthy Food, Healthy Dog–. TikTok también está que arde con la salud digestiva y solo hay que mirar en la nevera la cantidad de veces que se repite “probióticos” en los etiquetados: definitivamente, las compañías de alimentación se han propuesto conquistar a tus bichitos.
La doctora Roshini Raj, catedrática asociada en la Escuela Grossman de Medicina de la Universidad de Nueva York, frecuente colaboradora en el programa Today de la CNN y autora de Gut Renovation: Unlock the Age-Defying Power of the Microbiome to Remodel Your Health from the Inside Out, me cuenta que en los estudios con roedores se han llegado a relacionar ciertos microbiomas con diferentes personalidades –algo así como la carta astral, me digo, pero con base científica–. Lástima que no podamos (todavía) ir a un médico internista y pedirle un análisis de microbioma; pero en la era de los test de salud caseros, ya existe la opción de evaluarlo desde la comodidad del hogar.
Al informarme veo que si bien hay cuatro pruebas que requieren prescripción médica –DayTwo, Genova, Labcorp y Carbiotix–, otras se venden directamente al consumidor. La lista es abrumadora. Tras cotejar reseñas, me inclino por dos: Viome y Zoe. Hablando de cosas que abruman: para hacerse un test de microbioma, hay que recoger una muestra de lo que, en fin… expulsa nuestro microbioma –pongo a prueba entre amigos unos cuantos eufemismos, pero no hallo ninguno lo bastante lírico–. Mientras llegan, leo al respecto. La creencia en medicina de que las bacterias son malas se ha quedado tan obsoleta como las sangrías. La microbiología se afanó todo un siglo en estudiar las bacterias patógenas, es decir, las que provocan enfermedades, porque la relación causa-efecto acababa de determinarse. En los últimos 25 años, sin embargo, se ha visto que nuestro sistema digestivo rebosa de bacterias beneficiosas (junto con virus, hongos, arqueas y eucariotas). El papel de la microbiota en el eje cerebro-intestino, una red activa de comunicación entre el sistema nervioso intestinal y el sistema nervioso central, se descubrió en 1986, de manos de dos mujeres. Las investigaciones emprendidas en los últimos diez años han revelado relaciones cada vez más estrechas entre el microbioma de cada persona y el conjunto de sus funciones corporales. Actualmente solo se ha identificado una milésima parte del uno por ciento de todas las especies terrestres. Cada microbioma es tan único como la huella dactilar. También se contagia, se parece entre quienes conviven.
Mis test llegan en cajas de pulcro diseño y eslóganes bien visibles. El de Zoe proclama: “Es hora de empezar a comprender tu cuerpo”. En el manual de instrucciones de Viome, reza: “Un paso más allá en el camino para mejorar tu salud”. Qué ganas. Las cajas contienen a su vez otras cajitas con pipetas y lancetas de punción –ambos laboratorios piden una muestra de sangre–. Solo cuando saco una cinta métrica del envase de Zoe me planteo si estoy yendo demasiado lejos (tranquilidad, es para medir la posible hinchazón abdominal). Este test incluye dos galletas con alto contenido en glucosa que hay que ingerir antes de realizarlo. Están asquerosas. Mientras procedo a recoger mis muestras, recuerdo que con ciertas cosas, cuanto más te empeñas, más te cuesta, como las ganas de estornudar o de quedarte embarazada… Mejor pasemos por alto los detalles escabrosos y concluyamos que envío por correo dos discretos sobres acolchados. Zoe me obliga a llevar un medidor de azúcar en sangre durante dos semanas, cuyo registro servirá para personalizar mis recomendaciones. Me envicio tanto que lo compruebo cada 15 minutos, como si se me hubiese metido algo en la axila. Por fin, llegan los resultados –de Viome antes que de Zoe–, y estoy lista para conocer a mis billones de inquilinos.