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El estreno de ‘The Brutalist’ se está sintiendo como un acontecimiento grande, algo que no va tan en consonancia con el carácter independiente de su producción aunque sí con la escala que Brady Corbet le quiere dar a su obra. Un esfuerzo maximalista para poder tratar temas de aparente importancia con forma de tragedia épica.
Se siente la culminación de las ambiciones de un autor joven que ha ido intentando buscar su camino y una voz propia en el cine americano, intentando dotarle de una grandeza a la que tiende demasiado a renunciar. Sin conseguirlo de todo, fue apuntando muy buenas maneras además de interesantes ideas en su debut, ‘La infancia de un líder’.
La fabricación del autoritarismo
Corbet escribe y dirige un potente drama donde se entrecruzan drama de posguerra, adoctrinamiento y hasta amagos hacia un terror muy sugerente. Una concienzuda disección sobre los orígenes del mal que cuenta en su reparto con Liam Cunningham y hasta Robert Pattinson, y que puedes ver en streaming a través de Filmin.
Acabada la Primera Guerra Mundial, una familia norteamericana se dirige a la zona rural de Francia, para que el padre diplomático medie en la elaboración del Tratado de Versalles. Allí el hijo de dicha familia será educado de manera rígida y estricta con el objetivo de volverlo uno de los líderes del mañana, mientras en la vieja Europa va germinando un nuevo impulso fascista.
La perspectiva de Corbet para esta historia de orígenes de la intolerancia se muestra muy americana, aunque exhibe muchas influencias variadas. De Robert Bresson a Stanley Kubrick según ha reconocido él mismo, aunque dada su experiencia previa como actor en la ‘Funny Games’ de Michael Haneke es difícil no ver aquí un replanteamiento de ‘La cinta blanca’ con textura de ‘La profecía’.
‘La infancia de un líder’: la profecía blanca
Es un enfoque cargado de valentía y ganas de dar un golpe sobre la mesa nada más empezar, si bien su ambición puede llegar a extender cheques que no siempre va a poder pagar. La minuciosidad en el ritmo no siempre despliega matices y claroscuros morales como puede pretender, con un perfeccionismo que puede buscar más el culto que servir a la historia.
Pero hay un gusto exquisito en cómo decide plantear cada escena y retratarla, y una clara voluntad en llevar a sus actores a un determinado registro. Consigue resultar especialmente notable y no tanto una curiosidad gracias a la vanguardista y asombrosa banda sonora que posee, una de las mejores de este siglo, elaborada por un siempre fascinante Scott Walker que dejó aquí su última obra compositiva antes de morir.
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