Arundhati Roy en París durante la gira de promoción de El dios de las pequeñas cosas en 1998.Getty Images
Los títulos de los libros de Roy siempre se le han ocurrido con bastante facilidad, aunque El dios de las pequeñas cosas, El ministerio de la mayor felicidad, El álgebra de la justicia infinita y Guía del imperio para una persona corriente parecen haber sido meticulosamente forjados en el crisol del pensamiento profundo. El título original, Mother Mary Comes To Me (en español, “la Virgen María viene a verme”) es relativamente sencillo, ya que toma su nombre de Let It Be, la exitosa canción de los Beatles. Pero cuando una coge las memorias de la autora, no es el título lo que llama la atención, a pesar de que ocupa la mitad de la portada. Lo que lo hace es la fotografía de 1980 que le hizo el periodista Carlo Buldrini, afincado en Roma: Roy a los 19 años, con sus ojos clavados en un futuro que jamás habría podido imaginar, el rostro infantil salvo por el cigarrillo encendido en sus labios, que descansa entre dos delicados dedos. Le pregunto si la punta encendida del cigarrillo es una metáfora de la chispa que hay en ella, una chispa que se niega a apagarse. «No», se ríe. «Cuando mis editores de Estados Unidos y Reino Unido vieron esta foto entre mis recuerdos, decidieron unánimemente que transmitía perfectamente el espíritu del libro y que tenía que ser la portada». Roy, sin embargo, puso una condición. «En la contraportada del libro salgo tal y como soy ahora. Una mujer que ya no es joven, que tiene 60 años y que no se tiñe ni se pone bótox. Les dije a mis editores: ‘Si queréis usar esta fotografía mía de joven para la portada, tenéis que poner en la contraportada esta foto mía a la edad que tengo'».
Y efectivamente, la versión de Roy que aparece en la contraportada es la misma que aparece en la pantalla de mi Zoom: los mismos rizos salvajes, los mismos ojos delineados con kohl, las mismas patas de gallo, la misma sonrisa pícara, sin teñirse las canas y sin retoques. Google no muestra ningún registro de la autora con el pelo liso, ni siquiera en la década de 2000, cuando en toda casa había una plancha para el pelo. «Me sentiría humillada si tuviera que teñirme o alisarme el pelo, porque estamos aquí solo un segundo de paso. No tengo miedo de envejecer ni ningún deseo de parecer que tengo 16 años cuando en realidad tengo 60«. Lo que no quiere decir que no le guste vestirse. Su armario, lleno de kurtas de seda cruda, faldas fluidas y vestidos largos de marcas nacionales como Raw Mango, Péro y Eka, es del tipo que crea opinión sobre la importancia del estilo personal en una era de tendencias pasajeras. «La gente tiene su propio tipo de belleza. Si dejas que sea así, se nota lo que haces y lo que eres, lo cual es incluso más bonito que ser joven, porque todo joven es guapo», explica Roy. «Ya nadie está contento con su aspecto. Es una especie de libertad, de confianza en uno mismo. Mirarse al espejo y decir: ‘Esto está bien. Estoy bien’. La señora Roy tenía esa confianza, sin duda».