Audis, chándales y Risketos: recuerdos de adolescencia en mi pueblo

Nací en 1987 en O Grove, un pueblo de la provincia de Pontevedra que forma parte de las Rías Baixas, un litoral en donde las temperaturas son más suaves que en el norte. Hasta allí viajan miles de personas cada año para bañarse en la playa y ponerse hasta arriba de marisco. Un cliché que funciona a la perfección y que no por serlo pierde un ápice de su efectividad: yo misma desearía el pack completo si no hubiese nacido con él. Cada verano, no se me ocurre un plan mejor que pasar las semanas de asueto en mi antiguo hogar haciendo lo propio y con las ventajas de ser nativa.

Además del privilegio de la naturaleza y la materia prima, los habitantes de mi pueblo comparten además un sentimento: se sienten muy orgullosos de formar parte de él. Mis amigos suelen bromear con el hecho de que si te encuentras con alguien de O Grove con el que allí jamás hablas a unos cientos de kilómetros de distancia lo más probable es que te salude. Si no son cientos sino miles, el abrazo se convierte en beso y el acercamiento resulta cada vez más evidente, aumentando de manera exponencial dependiendo del lugar de encuentro. En este supuesto, hay algo compartido que trasciende todo lo demás: pertenecer a ese pueblo adorado y odiado a un tiempo por sus vecinos.

Esta relación ambivalente también fue la mía durante mi adolescencia y tras el comienzo de la edad adulta. No me sentía parte de lo que ocurría dentro de los confines de esta península, pero de alguna manera seguían resultándome atractivos los códigos compartidos. Nunca conseguí separarme de toda esa maraña de emociones; tampoco quise hacerlo. Ha habido y sigue habiendo un cierto extrañamiento que no me impide poner en valor —y valiéndome del paso del tiempo y la distancia física— acontecimientos que ahora vuelven a mi cabeza tras años agazapados en algún lugar de mi cerebro.

Sobre el que hablaré ahora surgió hace unos días en mi memoria, después de hablar en un grupo de Whatsapp con mis amigos de infancia sobre los snacks y golosinas que consumíamos hace unas cuantas décadas. Uno de ellos nos preguntaba cuáles eran nuestros favoritos y yo recordé aquel momento del que nunca participé y que ahora volvía a mí, días antes de coger un coche y volver precisamente a aquel lugar. Los recuerdos comenzaron a aparecer delante de mí con una claridad sorprendente; con esa claridad que nos confiere el anhelo, el deseo de que algo ocurra.

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