Autoconcepto: una experta nos explica cómo cultivar una imagen sana de una misma

Construir un autoconcepto sano

Ir a terapia de manera regular se ha convertido en uno de mis hábitos imprescindibles. Gracias a mi psicóloga he conseguido sanar algunos capítulos traumáticos, superar dificultades y mejorar mis habilidades sociales; sin embargo, durante el último año hemos trabajado profundamente en mi autoconcepto y debo confesar que ha sido un proceso complicado, aunque de lo más enriquecedor. Lo primero que tuve que aprender fue a diferenciar entre autoconcepto, autoimagen y autoestima; solemos utilizarlas como sinónimos para describir la idea y la relación que tenemos con nosotras mismas, cuando lo cierto es que se refieren a aspectos distintos. “El autoconcepto sería la suma de las cogniciones (ideas y pensamientos) que tenemos sobre nosotras mismas y es el resultado directo de nuestra experiencia: los mensajes que recibimos desde niñas sobre nuestro carácter, capacidades, personalidad, aptitudes y límites, etc. Todo esto, sumado a nuestra propia experiencia en la vida, van conformando un dosier más o menos amplio de adjetivos y características que podemos aplicarnos”, explica la psicóloga Violeta Alcocer.

Para ella, un autoconcepto sano debería ser amplio y descriptivo, incluyendo tanto nuestro potencial (‘se me dan muy bien las operaciones matemáticas’) como nuestros límites y dificultades (‘no me siento cómoda en lugares donde hay mucha gente’), “y no hay problema en que incluya aparentes contradicciones, puesto que en ocasiones nuestra forma de ser depende del contexto (por ejemplo, soy una persona confiada con mis personas cercanas, pero desconfío de los extraños)”, advierte. Se diferencia de la autoimagen en que esta se refiere a lo mismo, pero en relación con la imagen corporal y en este caso, se compone también de adjetivos sobre la forma en la que nos percibimos y creemos que nos ven los demás. Aunque una de las aristas que destaca es que tanto el autoconcepto como la autoimagen no están libres de sesgos. “Por un lado, las personas que nos rodean tienen su propio filtro y le van a dar valor a unas cuestiones sobre otras, de manera que desde la infancia es casi inevitable que en nuestro entorno se ponga el foco en determinadas características, obviando otras. Por otro lado, la manera en la que funciona nuestra autoestima (si somos muy duras, críticas, inflexibles y exigentes) también va a condicionar que estemos más o menos dispuestas a aceptar y asumir determinadas características como propias, limitando así nuestro autoconcepto”. La experta en violencia de género arguye que la autoimagen está especialmente atravesada por imperativos estéticos culturales y por infinidad de mandatos contradictorios e imposibles de cumplir, lo que contribuye a que nos miremos a nosotras mismas de forma distorsionada y encaminada a encontrar defectos, más que realidades, lo que en absoluto favorece que creemos una autoimagen sana.

Autoestima vs autoconcepto

Para diferenciar el autoconcepto de la autoestima, Alcocer señala que sería el “cómo me siento en relación con todo aquello que sé de mí misma”, y añade que “si validamos y le encontramos sentido a nuestra forma de ser y actuar, si somos compasivas y amables con nuestras características corporales, si aceptamos nuestras limitaciones y nos cuidamos para que no supongan un problema, tendremos algunos de los pilares básicos de esa autoestima”. La buena noticia es que todo ello, autoconcepto, autoimagen y autoestima, se puede trabajar y moldear para lograr una relación sana con quienes somos, aunque para ello necesitamos realizar un trabajo de autoobservación y autoconocimiento crítico y consciente, que nos ayude a ver con la mayor claridad posible y sin juicios la persona que somos, nos explica Violeta Alcocer. “Tampoco debemos olvidarnos de identificar los esquemas, creencias, hábitos y actitudes nocivas que nos llevan a denigrarnos o a valorarnos con dureza y desprecio, para poder entender de dónde vienen, flexibilizarlos y darle cabida a la compasión y la validación de la persona que somos”.

Alcocer acaba de publicar el libro ‘Auténticas impostoras’, donde habla en profundidad acerca de cómo las mujeres nos hemos valido de la impostura como principal herramienta de supervivencia. “Estamos especialmente atravesadas por una mirada cultural y social que nos sitúa en la imperfección por defecto y por una exigencia constante para poder sentirnos aceptadas e incluidas en la sociedad, lo que de entrada ya sesga por completo nuestra capacidad para discernir quién somos realmente”. Arguye que los estereotipos de feminidad contribuyen a enfatizar en las niñas determinadas características como la dulzura, la picardía, la quietud; mientras que en los niños se valorarán otros rasgos como la valentía, la expresividad o el liderazgo. “El problema —reflexiona— llega cuando las personas reconocen o intuyen en sí mismas rasgos que socialmente están penalizados, tanto físicos como de personalidad o carácter, porque la autocensura se pone en marcha como un reflejo de ese discurso social imperante: en ese momento empieza la guerra con una misma y se ponen en marcha todos los mecanismos para intentar lidiar con esa verdad incómoda”.

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