Fue un instituto y ahora es un pueblo. Las aulas se han transformado en habitaciones. El patio, en un almacén al aire libre donde se acumulan bicicletas, neveras, mesas, sillas, cintas de correr, tendederos y cualquier objeto con partes metálicas: la chatarra es la principal actividad económica de este enclave africano en Badalona (Barcelona, 227.083 habitantes) habitado por más de 400 personas y que, pese a la amenaza de desalojo, crece día tras día. Los residentes del antiguo centro de enseñanza B9 han forjado en dos años una pequeña comunidad, con sus reglas de convivencia (el patio como ágora donde dirimir conflictos), sus representantes (seis hombres, uno por cada nacionalidad del África subsahariana con presencia en el asentamiento) y hasta sus modificaciones urbanísticas: las aulas se han quedado pequeñas para acoger al creciente número de migrantes desarraigados y el poblado se ha apropiado de un patio anexo, un arrabal formado por chabolas de chapa y madera de autoconstrucción.
El nombre, B9 (Badalona 9) es casi lo único que queda de un instituto público abandonado (despidió a sus últimos alumnos en 2011) que ahora es el mayor asentamiento informal de migrantes en Cataluña. Hay electricidad, agua y hasta dos bares muy dignos y decorados, que son también puntos de encuentro. “Aquí hay mecánicos, lampistas, paletas, fontaneros… Hacemos de todo”, cuenta Keita, de 42 años y nacido en Senegal, en la terraza del bar, bajo un toldo negro, antes de ponerse a cortar aluminio con una radial. Son las 10 de la mañana de un martes. Keita está aquí porque trabaja de noche (de controlador en una discoteca), pero la mayoría han salido “a buscarse la vida”, algunos con permiso de trabajo, otros en negro o en la chatarra.
La existencia del B9 es una muestra del barraquismo creciente que azota el área metropolitana de Barcelona, una lúgubre expresión de la crisis de la vivienda. La ocupación del espacio comenzó hace dos años, en 2023, después de que muchos migrantes subsaharianos se vieran expulsados, de forma sucesiva, de distintas naves industriales de los alrededores. En ocasiones, de forma trágica, como atestigua Keita. Era uno de los ocupantes de la nave del barrio del Gorg que, en diciembre de 2020, fue pasto de las llamas. El fuego acabó con la vida de tres personas, también migrantes subsaharianos. El lugar está a apenas 500 metros en línea recta del instituto. “Aquí estoy de puta madre”, dice Keita con un optimismo que no parece esconder una sombra de ironía. “Cuando nos echen, me buscaré la vida en otra parte. Albiol dice que somos delincuentes. Se equivoca. La mayoría somos trabajadores, pero no podemos pagar una vivienda. Y no vamos a dormir en la calle”, cuenta el hombre, que lleva 19 años en España. y denuncia el “racismo” con el que topan los africanos que intentan alquilar ni que sea una modesta habitación. “Cuando escuchan tu acento o te ven, ya te ponen problemas”.
Desalojo sin alternativas
B9 es una isla de infraviviendas en medio de uno de los barrios (Sant Roc) más pobres y degradados de Cataluña; en una ciudad (Badalona) con una enorme desigualdad, que invierte mucho menos que sus vecinos en servicios sociales y ni siquiera tiene albergue para alojar de emergencia a personas sin hogar. Pero la existencia de esta comunidad toca a su fin. La vía judicial para tratar de impedir el desalojo se cerró en junio, cuando la justicia catalana dio la razón al Ayuntamiento de Badalona, gobernado por el popular Xavier García Albiol, que ha hecho de la lucha contra las ocupaciones prioridad de su mandato. Ya solo falta que la jueza ponga fecha al lanzamiento, que parece inevitable pese a la buena voluntad de los abogados y entidades que apoyan a los migrantes. Éstos han presentado una denuncia contra Albiol ante la oficina de igualdad de trato y no discriminación de la Generalitat por las manifestaciones públicas en que vincula a los ocupas con la delincuencia. Creen que esa fórmula puede obligar a la administración local a recapacitar, a sentarse y negociar, a ofrecer una alternativa que ahora niega.
Pero el gobierno de Albiol se mantiene inflexible. Una vez completado el desalojo, solo atenderá a las personas “en seguimiento de servicios sociales”. “Al resto, la mayoría personas conflictivas, que provocan problemas de convivencia, incivismo y delincuencia, no se les dará ningún tipo de recurso”, explican fuentes municipales a este diario. Badalona prepara el desalojo “al máximo nivel político y técnico”, consciente de que afronta “seguramente la desocupación más numerosa que ha hecho Cataluña”, precisan las mismas fuentes.
El B9 será, según los planes municipales, una comisaría mixta para Guardia Urbana y Mossos. La policía ha sido, curiosamente, el servicio público que más han conocido los ocupas estos dos años. “Vienen casi cada día. Colaboramos con ellos. Hemos cerrado la puerta a ladrones que intentaban esconderse aquí y se los hemos entregado. Y no una ni dos veces. Ellos lo saben. Y Albiol nos llama delincuentes”, lamenta Younouss, portavoz del colectivo y representante de los senegaleses. Hace poco, tuvo ocasión de confrontar al alcalde, que se había acercado a la zona para apoyar a los vecinos contra la ocupación. “Siempre nos dices que somos malos, pero nunca has venido a vernos”, le dijo Younnous, electricista de profesión que ahora trabaja en un proyecto de agricultura ecológica en unos huertos del Clot, en Barcelona. No esconde los problemas en el asentamiento, como la presencia de personas con problemas de salud mental que acaban dañando la convivencia, pero a quienes tampoco pueden cerrar las puertas. En agosto ocurrió un episodio grave, cuando un residente murió a puñaladas a manos de otro que, según los testigos, padecía un trastorno.

“No hemos venido de África para ocupar. Pero la vivienda está imposible y esto no para de crecer”, explica el portavoz, presente desde el principio de la ocupación, cuando apenas eran 50 personas. Ahora son más de 400 y cada semana hay caras nuevas. De Sevilla, de Madrid… “La gente sabe que existe este sitio. No invitamos a nadie a venir, pero si llegan aquí es que lo necesitan y les dejamos entrar”, cuenta mientras hombres jóvenes entran y salen al patio empujando carritos de chatarra: la buena fortuna ha querido que, enfrente del instituto, haya un taller de “recuperación de metales”.
La expansión de las chabolas
Los residentes han acondicionado las aulas con colchones, sofás, espejos, máquinas de gimnasio, televisores: lugares precarios sí, pero suficientemente acogedores para que los consideren su hogar. Las antiguas aulas del instituto son construcciones sólidas, de hormigón, y están bien resguardadas. Pero la llegada de cada vez más personas obligó primero a juntar a más personas en esas aulas y, más tarde, a expandirse a otros confines del B9. El patio más grande (con las canchas de baloncesto propias de un instituto) permanece vacío porque es territorio de la comunidad pakistaní, que lo emplea para sus rezos al aire libre. Pero otro patio, más al norte, se ha convertido en un poblado dentro del poblado, con precarias construcciones de chapa o madera, de apenas cinco metros cuadrados, enganchadas unas a otras, las puertas protegidas con candados. Aunque la mayoría siguen siendo hombres jóvenes, allí viven también mujeres y niños, y hasta una cabra, Natasha, que está embarazada. En esa zona tiene su espacio también el hombre al que llaman “presidente”, un gambiano al que todos conocen como Ansu. En su país fue procurador de los tribunales y, según explica, inspector antidroga, y con su cámara de seguridad y un perro negro de gran tamaño controla la zona y mantiene un contacto fluido (lo demuestra enseñando mensajes de WhatsApp) con jefes de los Mossos d’Esquadra.

Las situaciones en el B9 son muy diversas: algunos son jóvenes que acaban de llegar, otros llevan décadas de nave en nave. Algunos trabajan, otros no, y hay quienes están incluso empadronados aquí (solo tres, según el Ayuntamiento). Hay individuos con seguimiento de servicios sociales y otros en completo desamparo. Y los hay que han logrado un hogar más digno pero vuelven para ayudar. Como Ibrahima Sani, senegalés de 39 años que vive en un piso en Granollers. Cocinero, soldador y “cantante de reggae reivindicativo en castellano”, acude al B9 a echar una mano. “Soy bastante manitas y apaño los carros con los que se recoge la chatarra, así evitamos que se cojan del súper”. Lamenta Ibrahima que el desalojo va a traer “un desastre muy grande”. “Hay muchos chavales que acaban de llegar, que van a la chatarra, y no tienen dónde ir. Esto, mejor o peor, es un refugio. Va a ser duro. Y más ahora que llega el invierno”.
Para Younnous, el remedio va a ser peor que la enfermedad. “Si nos echan, y lo harán, estaremos en la calle pero buscaremos una alternativa, otro lugar que ocupar”. Pero Albiol, en manifestaciones a este diario, asegura que trabaja en coordinación con Mossos para evitar que se desplacen a otros lugares de Badalona. “Mi voluntad como alcalde es que estas personas no se queden en la ciudad, que vean que no son bienvenidas”.