En un reciente viaje a Escocia, la modelo Vivien Solari, de 45 años, se sumergió todos los días en aguas cristalinas, baños de agua fría a una temperatura de entre 7 y 10 grados. Solari, conocida por sus trabajos para marcas como Calvin Klein, Louis Vuitton o Burberry, nadó en Loch Linnhe codeándose con focas. Normalmente es fácil verla surcando las olas del estrecho que separa la isla de Wight de la Inglaterra continental, donde vive desde hace 22 años. Su piel brilla como si se alimentara con batidos de colágeno por vía intravenosa. “Estar inmerso en algo poderoso y salvaje suele ser una experiencia humillante. El agua exige respeto, pero también es nutritiva. A mí me ayuda a reconectar con la naturaleza que llevo dentro”, afirma.
Pienso en sus inspiradoras palabras mientras observo la decepcionante bañera hinchable de plástico gris que tengo delante y que aún no he montado. Mi curiosidad se ha despertado, pero es un poco más de andar por casa que la de Solari. Primero tendré que tratar de persuadir a otra persona para que infle el mundo de dolor que tengo ante mí en forma de bañera. Por no hablar de que fuera está lloviendo a cántaros y que un australiano y un noruego –personas recias y vitales– vienen a visitarme este fin de semana.
Los baños de hielo, las zambullidas en aguas heladas, la exposición deliberada al frío no son algo nuevo. Los vikingos y los romanos lo practicaban; y hasta Claudio Galeno, médico griego de la antigüedad, abogaba por su uso como tratamiento para la fiebre. Hasta yo nadé el verano pasado en un lago de Gales. Era un día precioso de cielo azul, pero nuestro idilio acuático se vio arruinado por unos pescadores iracundos que nos mostraron varias señales de ‘Privado, prohibido bañarse’ que habíamos pasado por alto. También me he bañado en el club privado de Bamford, en los Cotswolds; he probado el frigidarium y el cubo escocés del balneario de Eynsham Baths, en el hotel Estelle Manor, también en los Cotswolds. Inspirado en las ruinas de una villa romana cercana, así como en otros sitios de Budapest o Baden-Baden, el fundador de Estelle Manor, Sharan Pasricha, apostó decididamente por el concepto y profundizó en la investigación clínica. En las termas de Eynsham, una puede darse un chapuzón al aire libre en grupo para sentirse más en armonía con la naturaleza, o seguir un circuito en el interior, pasando del calor de la sauna al choque del frigidarium, para terminar con un baño helado en el cubo escocés. Yo opté por los baños romanos, yendo del calor al frío y viceversa, alejándome del teléfono y sabiendo que arriba hay una cafetería con tentempiés saludables.
En la actualidad, miles de personas exhiben en TikTok sus baños en aguas frías. Una excusa como otra cualquiera para mostrar lo en forma que estamos, lo duros que somos y lo mucho que sabemos sobre los beneficios para la salud mental, el autocuidado y la longevidad de estas prácticas. Pasricha afirma que “es muy popular entre los atletas para reparar los tejidos dañados, aliviar el dolor y regenerar los músculos, pero también tiene poderes excepcionales para agudizar el cerebro”.
Me veo un vídeo en YouTube de Wim Hof, atleta extremo neerlandés, completamente sumergido en un lago helado. Después de lo que parece una eternidad –pero que son solo unos minutos–, sale con calma, sin un escalofrío, y se sienta con las piernas cruzadas sobre el hielo en calzoncillos. Le pregunto por qué esto es bueno para mí a mi amigo Nathan Curran, médico especialista en longevidad de la Clínica Galen de Londres. Su obsesión es mantener a raya nuestra edad real y optimizar nuestra edad biológica. Me envía un mail con los supuestos beneficios: la exposición deliberada al frío aumenta la concentración y la motivación; mejora la capacidad para regular nuestra temperatura y activar la circulación; reduce la inflamación; mejora la respuesta a la insulina y la salud metabólica; reduce los marcadores sanguíneos asociados con un mayor riesgo de enfermedades del corazón; mejora la función tiroidea; y ayuda con el estado de ánimo y la cognición. En resumen, se trata de ralentizar la pérdida progresiva de eficiencia celular.
Pero no todo es tan positivo. La doctora Stacy Sims, experta en nutrición y fisiología del ejercicio, afirma que existen diferencias específicas entre sexos en nuestra respuesta al agua fría. Para empezar, las mujeres tienen algo más de tejido adiposo marrón que los hombres. “En el caso de las mujeres, lo ideal es una temperatura del agua de unos 13 grados, no menos”. Por otro lado, en la medicina tradicional china se considera que sumergirse en frío es perjudicial para nuestra salud a largo plazo, sobre todo para las mujeres que menstrúan y para quienes tienen un sistema inmunitario frágil o padecen enfermedades crónicas. Las investigaciones sugieren que hay beneficios a corto plazo, como la mejora del estado de ánimo o la reducción de la inflamación, pero que en algunos casos pueden provocar un déficit de energía.
Pero volvamos a la bañera de hielo hinchable. “¡Es un cubo! Es como si te compras uno de esos contenedores verdes con ruedas y lo llenas de hielo”, dice mi novio. Pero Gavin Teague, fundador de la marca de bañeras portátiles Lumi (que factura más de un millón de euros al mes) no está de acuerdo. Hablo con él por teléfono y me cuenta que probó la opción del contenedor, la de un barril de whisky y, también, la de una bañera de acero. Ahora, su diseño es el número uno del mercado. Durante un año, Teague hizo inmersiones constantes en hielo, probando todo tipo de ejercicios respiratorios y distintas ‘coreografías’ virales. Nada le convenció y tiene claro que “hay que escuchar a nuestro cuerpo. Los baños de hielo aún están en pañales”. Eso sí, da una pauta: “Respira hondo y, al exhalar, introduce el cuerpo hasta los hombros lo más rápido que puedas. Durante los 30 segundos siguientes, respira de manera profunda y luego con normalidad. No compartas este consejo con tus invitados, deja que cunda el pánico (bromea)”.