Camila Sosa Villada: “Los escritores me ignoran por completo o piensan que soy un personaje, una ‘influencer’ que publica un librito que pide una editorial”

La publicación de la primera novela de Camila Sosa Villada (Córdoba, Argentina, 1982), Las malas, a comienzos de 2019 supuso un terremoto en el panorama editorial, primero en el de lengua castellana y después en el resto. La autora contaba en algo más de 250 páginas la historia de un grupo de prostitutas trans –ella prefiere reivindicar el uso del término travestis– que ejercían cada noche en el Parque Sarmiento de la argentina ciudad de Córdoba. Una historia que no era abiertamente autobiográfica, pero en la que se adivinaban pistas de esa vida que experimentó la escritora en los márgenes. Sosa Villada nunca ha tenido problemas a la hora de hablar de su ejercicio de la prostitución, tampoco de reivindicar su cuerpo como herramienta de trabajo. Después llegaría a las librerías la colección de cuentos Soy una tonta por quererte, poesía en el volumen La novia de Sandro y a finales de 2023 lo hacía Tesis sobre una domesticación (Ed. Tusquets), una segunda novela en la que cuenta la historia de una actriz –de nuevo, ella misma lo ha sido durante años– que se ve encerrada en una vida burguesa a la que llega casi por casualidad después de triunfar ante las cámaras y sobre las tablas. Una disección de la realidad de los deseos en los que la mujer es en muchas ocasiones despreciada por los hombres que la rodean. Una historia con trasfondo familiar y una narración rompedora con la que vuelve a dejar claro por qué es una de las voces más importantes de la literatura latinoamericana actual.

Parapetada tras sus sempiternas gafas de sol, pero con las botas plata que también ha convertido en parte de su uniforme de trabajo, Camila Sosa Villada recibía a Vogue España en Madrid durante un momento de la gira que la ha llevado por Europa para presentar esta segunda novela. “Hasta ahora no fue posible domesticarme, pero nunca se sabe con qué instrumento puede pasar. Se necesita que haya uno y no creo que vaya a haber”, contesta la autora a la obligada pregunta de si es posible su domesticación. La lectura de la novela acrecenta esa curiosidad, pero la autora lo explica con un ejemplo práctico. “Cuando estábamos editando Las malas, con Juan Forn, veía que había palabras que yo no escribía en las correcciones que él ponía. Yo decía: ‘Qué raro esto, esta palabra no sé si la usaría o no’. Un día agarré mi documento y el suyo y empecé a ver que él escribía”, introduce. “Era famoso porque intervenía muchísimo en las escrituras de los demás y así se peleó con unos cuantos. Le mandé un mail y le dije: ‘Yo no firmé ningún contrato y a mí me vale madre si es Tusquets, Planeta o sos vos. Si yo encuentro una palabra más que no haya sido escrita por mí, no continúo’. Él me contestó: ‘Tenés razón, Camila. Disculpame, no va a volver a pasar’”. Los enfados entre el editor y la autora fueron noticia a finales de la década pasada (Forn fallecía en 2021). “Me da la sensación de que es algo que viene de ser una buscavidas. Mi papá y mi mamá lo fueron. Él decía que no iba a tener un patrón jamás y que con una máquina para hacer cemento hacía patria en cualquier lado. En mi caso yo decía que con un cuerpo podía hacer patria en cualquier lado y eso es una libertad muy grande, te pone en otra situación”, apunta. “La domesticación es para que vos trabajes o produzcas. Con hijos tenés que trabajar el doble para mantenerlos. No, no creo que me pase”.

Vogue: ¿No ansía todo el mundo alcanzar esa vida burguesa de la que presume la protagonista de Tesis para una domesticación?

Camila Sosa Villada: Sí, pero porque no se explica la libertad de la pobreza en primer lugar. Quizá no de la pobreza, pero sí de la austeridad. Se puede vivir con mucho menos, pero se vive. Acá en Europa supongo que no debe ser fácil explicar ese concepto. Tengo amigos hippies que viven en la montaña, pero cuando vos los escuchas hablar reconocen que comen queso camembert todos los días. Solo se habla de lo bueno que es tener dinero y la verdad que sí, pasar hambre o cuidar de tus problemas de salud es realmente muy difícil, pero eso es algo estructural del capitalismo. Yo veo a las traperas que usan esas uñas gigantes, con piedras y flores, y es como si con ellas dijeran que no lavan ni un plato en mi casa. Todavía lavo los platos en mi casa y la limpio. Hablamos de un aparato histérico ese en el que te dan y te quitan. Mi papá y mi mamá siempre me dicen que no gaste y yo respondo que para eso está ese dinero. ¿Para qué va a estar si no? La gente piensa y ahorra para el futuro. Yo soy más apocalíptica y pienso que no hay futuro. Si lo hay vamos a estar todos metidos en búnkeres.

V: ¿No estamos siempre a la búsqueda de un amor con el que casi nunca vamos a estar conformes como esa protagonista?

CSV: Eso también es el capitalismo. Es de la misma índole de lo que venimos hablando recién que es la maquinaria del deseo. Te dicen: ‘No, vos tenés que desear. Tenés que amar, garchar, hacer, hacer y hacer’. En algún momento apareció la idea de que igual hay que dejar de desear y echarse en la cama a pudrirse en nuestra propia mierda y pis. Me parece que el problema más grande de ella es que sí es una máquina deseante y una mina que desea cosas y tiene ambiciones, como alguna vez las tuve yo. A mí todo eso me desilusionó y no fui capaz de permanecer ahí. No fue ahora que, bueno, estoy ganando dinero y soy un poco más reconocida fuera de mi país, viajo en primera, como cangrejo y todo eso. Fue antes, cuando no era nadie. Filmé una película, me llegaron un montón de propuestas para rodar con actores y actrices y directores que me hacían propuestas, y yo dije: ‘Me vuelvo a Córdoba y me voy a hacer teatro a un antro’. Vengo acá [a España] porque esta gente es muy especial y son realmente muy buenos anfitriones, también en Italia y Francia. Algunas cosas no puedo no hacerlas, pero no me muero por la legitimación. No, por favor.

V: Esta es tu novela más explícitamente sexual.

CSV: Mucho sexo anal, hay mucho sexo anal. Me lo decían las editoriales yankees. Yo ya pedí adelantos sustanciosos y todos, para regatear, me decían eso. Ellos allá no lo aguantan. Qué vergüenza. Nunca tuve la sensación de que era un exceso. A Sharon Olds, los colegas la criticaban por el exceso de erotismo de sus poemas. Yo no me di cuenta hasta que empecé a recibir devoluciones en las que me decían que se calentaban cuando leían el libro. En buena hora.

Las malas y Tesis sobre una domesticación se tocan en un tema. Era en la primera novela donde un bebé crecía en los brazos de la tía Encarna después de salvarlo de la noche del parque; aquí, la actriz y su marido terminan también criando a un hijo entre las cuatro paredes de su casa de lujo. La maternidad, de diversa índole, está presente de nuevo en esta segunda novela. Las malas sí puede concebirse como un libro sobre la maternidad, pero Tesis sobre una domesticación va en realidad del hecho de ser madre y no querer. Yo creo que el tema de la maternidad tiene que ver con el hecho de si vos querés ser madre. Si no, a eso no se puede llamar maternidad”, sentencia la autora. “A una nena que la obligan a tener un hijo porque no la dejan abortar, a una mujer cuyo marido le obliga a tenerlos… No, no. Mi papá siempre quiso tener otro hijo más con mi mamá. Ella no quería y después no podía quedar embarazada, esa es la verdad”, explica. “Él me culpaba a mí. De grande pensaba en lo loco que era y que lo hubiera sostenido hasta el final, que me hubiera culpado de que ella tomara anticonceptivos y estuviera mala por ello. Yo tenía seis o siete años, ¿qué podía saber?”. Aunque cada vez hay más voces disidentes que parecen no querer seguir la senda que marca la maternidad, resulta refrescante esa aproximación. La protagonista no quiere; Camila, tampoco. “Es una responsabilidad. Además, en este mundo, sin futuro y sin agua… Yo lo veía con este ex que es papá. Dejó de tener vida para pagar el colegio de sus hijos, estar con ellos y darles una infancia más o menos decente. Yo no podría hacer eso, no, no, no”.

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