La WNBA acaba de coronar a Las Vegas Aces después de firmar otra temporada de crecimiento brillante, con récord de asistencia de público en los pabellones y los mejores datos de audiencia en unas Finales desde la fundación de la liga en 1997. A pesar de la confirmación de la dinastía del equipo de Nevada, que acumula tres anillos en cuatro cursos, y el reclamo de su estrella, la pívot estadounidense A’ja Wilson, cuatro veces MVP de la temporada regular, la actualidad de la ronda definitiva ha estado marcada por el conflicto laboral abierto entre las jugadoras y los dirigentes de la competición.
A finales de este mes de octubre caduca el plazo para acordar el nuevo convenio colectivo de las jugadoras, y de no llegarse a un acuerdo podría haber un cierre patronal en el momento de mayor efervescencia para el baloncesto femenino profesional en Estados Unidos —el año que viene habrá dos nuevas franquicias y para 2030 se espera que sean 18, cuando hoy son 13 equipos—. El principal escollo en las negociaciones, cómo no, está en el plano económico. Actualmente, el salario máximo en la WNBA es de 250.000 dólares, mientras que en la NBA es 200 veces superior. Pero las jugadoras no piden la luna y centran su reivindicación en el porcentaje de reparto de ingresos entre ellas y la patronal.
“Tenemos capacidad para influir, un objetivo común y unión, sobre todo en la cuestión salarial. No estamos donde querríamos estar”, resumía Kelsey Plum, vicepresidenta de la asociación de jugadoras WNBPA y miembro de Los Angeles Sparks. “Las jugadoras hemos estado a la altura, firmando actuaciones brillantes en la competición, con grandes rivalidades, y ahora le toca a la liga dar un paso a favor nuestro”, añadía para respaldar las peticiones de las jugadoras.
El principal reclamo de las profesionales de la WNBA no es cobrar lo mismo que sus colegas de la NBA, sino tener contratos equivalentes en un asunto clave como el reparto de ingresos entre la liga, los dueños de las franquicias y los jugadores. En la NBA, gran parte del salario de cada jugador está relacionado con todos los ingresos relacionados con el baloncesto (BRI, en su acrónimo en inglés): la venta de entradas, los acuerdos por los derechos televisivos y el número de camisetas vendidas, por citar los ejemplos más claros. A falta de cifras definitivas para 2025, el año pasado la WNBA registró un aumento del 48% en la asistencia a los pabellones, un 170% en las audiencias —con un promedio de 1,2 millones de espectadores— y un 600% en la venta de merchandising.
Por contrato, los jugadores de la NBA ingresan casi el 50% del BRI, mientras que las jugadoras de la WNBA ni siquiera tienen garantizada esa fuente de ingresos en su convenio. Los últimos cálculos, no oficiales, apuntan a que esta categoría cayó para ellas del 11 al siete por ciento entre 2021 y 2025, un dato sorprendente cuando la competición femenina dobló su volumen de negocio en el mismo período. Otros asuntos por los que las jugadoras luchan es la inclusión de vuelos privados bajo contrato —ahora los disfrutan bajo una concesión temporal de dos años—, una mayor seguridad en cuestiones como la baja por maternidad y una mejora del estamento arbitral, fuente inagotable de polémicas esta campaña.
En las últimas semanas, el conflicto laboral ha dado un tumbo personal. La estrella de las Minnesota Lynx, Napheesa Collier, señaló directamente a la comisionada de la WNBA, Cathy Engelbert, como principal culpable del pobre trato de la liga a las jugadoras. “La respuesta de nuestras líderes ha sido suprimir las voces de las jugadoras repartiendo multas. A mí no me preocupa una sanción, sino el futuro de nuestro deporte”, explicó la ala-pívot, que también es vicepresidenta de la WNBPA y fundadora de una nueva competición femenina, Unrivaled.
Para ilustrar su descontento, Collier acusó a Engelbert de desestimar los modestos salarios que algunas de las mayores estrellas de la liga, entre ellas Cailtin Clark, Angel Reese y Paige Bueckers, con las siguientes frases en una conversación privada: “Las jugadoras deberían estar de rodillas, dando las gracias por el acuerdo de medios que les he conseguido”; “Clark debería estar agradecida. Gana 16 millones fuera de la pista, y sin la plataforma que la WNBA le da, no ganaría nada”. La comisionada negó haber hecho estos comentarios y dijo sentirse “desanimada” por la animosidad hacia su figura. Este viernes fue notoriamente abucheada por el público de Phoenix durante la entrega del trofeo a las flamantes campeonas.
Desde el estallido de Collier, la gran mayoría de estrellas y jugadoras de la competición han respaldado los postulados de su compañera y exigido un cambio de dirección dentro de la ejecutiva de la WNBA. Adam Silver, comisionado de una NBA que sigue siendo la propietaria del 42% de su división femenina, reconoció que debe haber cambios en el seno de la liga. “Sin duda, en la WNBA hay cada vez un malestar más pronunciado, y es desafortunado que esto llegue cuando sus partidos más importantes y las Finales están en juego”, valoró el responsable último de ambas competiciones. “Hay problemas que debemos solucionar con nuestras jugadoras y van más allá de lo económico, también es una cuestión de relaciones. Estoy seguro de que podemos solucionarlos con el tiempo y hacer que la liga continúe yendo como un cohete”, concluía.
Con las Aces coronadas, todas las partes deberán arremangarse ahora si quieren salvar la papeleta y continuar remando a favor del baloncesto femenino. La fecha límite para llegar a un acuerdo es el 31 de octubre.