Cancelar planes que dan pereza: lo que opina una psicóloga
Desde hace tiempo siento una especial sensación de relajación y liberación de carga mental cuando se cancela un plan que me da pereza. Al mismo nivel de cuando me tumbo en una camilla para un masaje facial y desaparece el runrún mental que me ronda en la cabeza con dilemas divinos y cotidianos. Digo ‘se cancela’ porque cuando es la otra parte contratante la que da el paso, el nivel de liberación mental es aún más grande. Si soy yo la que doy el paso de anular, el sentimiento de culpa siempre está ahí, aunque cada vez consigo manejarlo mejor. No estoy hablando de cancelar planes por sistema; ni de hibernar constantemente; ni mucho menos de ser grosera y dar plantón simplemente porque a última hora se me ha hecho bola. Respeto mucho el tiempo de los demás. Me refiero a esos ‘planes compromiso’ que planificas, a veces en momentos de euforia sin ver tu agenda (y tu vida) en perspectiva, o porque eres víctima de un miedo atroz a decir que no. Y que cuando se acerca el momento te agobian, te estresan y te suben los niveles de cortisol casi igual que cuando entras en el metro abarrotado a las 7 de la mañana. Y por lo que he podido observar, anular estos planes no es un placer absolutamente mío. Es bastante generalizado. Lo he comprobado en conversaciones con amigas (a las que no suelo cancelar porque esos planes sí apetecen y suman años de vida); leyendo a algunas autoras que admiro (como Hannah Jane Parkinson en La alegría de las pequeñas cosas) y hasta en una encuesta reciente que hicimos en el canal de bienestar de Instagram de Vogue en la que se situaba como uno de esos pequeños placeres que más bajan el cortisol, solo por detrás del olor a limpio de las sábanas (al final la vida es eso, pequeñas cosas que dan la vida, valga la redundancia).
Pero por no quedarnos en el plano anecdótico, hemos hablado con una experta en procesos de transformación personal, Sol Sánchez (alma mater de Conscienthia) sobre lo que ocurre en nuestra mente y cuerpo si decidimos cancelar. Cuando nos decidimos a decir ‘esta vez no puedo’ (mucho mejor si es sin excusas y con una honestidad educada que la otra parte pueda comprender) se produce una liberación mental con una interesante explicación desde el plano psicológico.” Muchas veces cancelar es escucharse. Es decirse a una misma la verdad: ‘Hoy no tengo energía para esto’. Es un acto de honestidad por un lado y, por otro, también de respeto hacia el otro porque cuando vamos por obligación, no estamos presentes del todo”, adelanta la experta. Y aunque es consciente de lo que cuesta a veces decir que no, afirma que si se hace desde un plano honesto “reforzamos una nueva forma de relacionarnos: más honesta, más cuidada, más sostenible. Así cuando cancelas desde una mirada consciente estás practicando una forma de autorespeto y responsabilidad emocional. Elegir descansar, desconectar o no asistir es también cuidar la relación que tenemos con la otra persona, pues estar presente de manera genuina es un mejor regalo que ir por obligación”.
Cancelar no es fallar (y no tenemos por qué sentirnos mal)
Es cierto que cuando el plan lo cancelan otros sentimos alivio. “Y no porque no quisiéramos ir, sino porque ya estábamos tensando nuestro sistema para cumplir. Es como si el cuerpo soltara peso”, adelanta Sánchez. Pero si decidimos cancelar nosotras porque no nos encontramos bien, estamos cansadas, nos da pereza y necesitamos priorizamos, tampoco pasa nada. “Cuando somos nosotras quienes cancelamos, puede que surjan culpa o autoexigencia, porque socialmente está muy arraigado el valor de cumplir con tu palabra. Pero a un nivel más profundo, el alivio suele señalar que, en ese momento, priorizarnos era la opción más saludable. Así, en un primer momento, ese FOMO (miedo a perdernos algo, Fear of missing out) genera una alerta interna (una sensación de riesgo emocional) que nos empuja a la acción por miedo a quedarnos fuera y perdernos algo. Sin embargo, cuando cancelamos, muchas veces se activa el alivio porque nos liberamos de una carga interna al estar ocupándonos realmente de lo que necesitamos en este momento. Pasamos así del FOMO al JOMO (Joy of missing out) o la alegría de perderse algo. El JOMO es una decisión consciente: dejar de actuar por presión externa y empezar a elegir desde la autenticidad. No es aislamiento, es discernimiento. No es egoísmo, es presencia y atención a las necesidades del momento”, explica Sol Sánchez.
Por qué cancelar planes ayuda a bajar el cortisol
Cuando te priorizas, te escuchas y eres respetuosa con el tiempo de los demás –no estamos hablando de dar plantón a última hora, pero sí de ser sinceras con el tiempo suficiente para que la otra persona pueda gestionar la cancelación–, se produce una bajada de cortisol (confirmada). “Si se hace desde ese lugar de tranquilidad con uno mismo y no de miedo obvio, sí baja el cortisol. No obstante, los efectos nocivos del cortisol vienen por un estrés crónico y no puntual. Si incluimos este tipo de medidas (cancelar planes) con otras tanto psicológicas (trabajar la autoexigencia o la necesidad de estar siempre haciendo algo) junto con físicas (sueño, descanso…) se puede observar una regulación en niveles de cortisol. Lo importante entender aquí es que el estrés es un proceso muy complejo en el que intervienen muchísimos factores: desde psicológicos, de personalidad, sociales o físicos… Y esto, dentro de un plan más grande, puede sumar”, explica Sol Sánchez.