“No voy a permitir que el cáncer defina mi vida. Es solo una parte de mi historia” (Audre Lorde)
No hay heroicidad en el dolor, ni buenaventura en las desgracias. Si algo he aprendido en terapia es que no podemos agradecer nada a la enfermedad, tenemos que valorar qué es lo que hemos conseguido a pesar de ella. Ya, ya sé que pensar así resta mucho sentido a esa teoría preponderante que necesitamos contarnos para entender por qué a nosotras o incluso tomarlo como un desafío en el caso de los más creyentes: “Dios no te da nada con lo que no puedas”.
Y pensará quien haya caído en este texto, ¿pero quién se considera usted para desmantelar semejante sistema de creencias? Bueno, pues yo soy Nuria y, entre otros muchos prismas identitarios desde hace un poco más de dos años, ser paciente de cáncer de mama metastásico (a partir de ahora CMM) es una de mis caras. Vamos, que soy dueña de una enfermedad incurable que pone más años entre mí y mi nacimiento que entre mí y mi potencial muerte. Pero nadie se vaya a asustar. Este no es un relato de finales, más bien todo lo contrario.
Quizá sea mejor que empecemos por el principio. Y aunque hay en esta historia un montón de principios distintos, casi tantos como pacientes de CMM (un número que tan siquiera conocemos), con su permiso, voy a quedarme con el mío y a impregnarle la pretensión de convertir en colectivo lo individual. Sin perder de vista, claro, lo de la primera frase. Porque sería normal categorizar a las protagonistas de esta historia como heroínas, pero siento que si les otorgamos oficialmente ese lugar, a pesar de que lo desempeñen oficiosamente, tal y como ocurre con los mundos en los que habitan superhéroes, quienes de verdad se tienen que ocupar de nosotras constatarían su actitud pasiva. Porque digo yo, que quizá sería mejor que Gotham contara con algo de inversión pública y acción política por parte del multimillonario, y apuesto según la versión, Bruce Wayne para mejorar su mermado y corrupto sistema desde la base, que subsistir a base de puntuales acciones heroicas que suponen la caída de un montón de ciudadanos por el camino e incluso de sus propias infraestructuras. Pero volvamos a lo nuestro.
Existe entre las pacientes de cáncer un chascarrillo tan inocente como feroz que dice así “el cáncer no se va de vacaciones”. Duro, ¿eh? Sin embargo, este verano quienes no se han ido de vacaciones, a pesar de que sus cuerpos hayan tocado la playa o los lugares en los que reciben paz, han sido un grupo de pacientes con CMM protagonistas del movimiento #SinTratamientoNosMorimos y del que tengo el inmenso orgullo de ser partícipe. Puede que les suene o puede que no. Así funciona un poco el mundo de la hiperinformación, donde el hito más relevante puede quedarse alejado de la notoriedad necesaria. Pero no soy yo la chispa que empezó este movimiento, tan solo soy una conectora más, la luz inicial la trajo Vivi, que ha resultado ser todo el tiempo diminutivo de Victoria.