En la búsqueda del autobronceador perfecto; una historia de amor
Esta es una historia basada en hechos reales, y en mi imperiosa necesidad estival de dar con el moreno perfecto. Empecemos por el principio o, lo que es lo mismo, por el año en el que me rendí a los supuestos encantos de los autobronceadores tras muchos veranos adolescentes tostándome al sol para intentar conseguir un bronceado de revista —peligro, no imitar en casa—. Y digo supuestos porque, aunque ahora los acabados e ingredientes hayan evolucionado y mucho, a mis 17 años confiar ciegamente en que mis piernas no quedarían naranjas y con manchurrones utilizando el autobronceador lowcost del supermercado de turno era casi una cuestión de fe.
Para ilustrarlo con un ejemplo gráfico confesaré la triste historia del verano en el que empecé a ir a clases de autoescuela. Crecí en un pueblo pequeño de las Rías Baixas, así que las posibilidades de coincidir en esas esperadas lecciones de conducción con el chico que por aquel entonces me gustaba eran altísimas. Y, para sorpresa de nadie, así fue. Con las hormonas revolucionadas y el tiempo en mi contra, utilicé todo mi arsenal de la época en las obligadas citas semanales con aquel amor de verano: unas cuantas capas de una máscara de pestañas a punto de la jubilación, pendientes XL de dudoso buen gusto, mis incomodísimas sandalias favoritas de por aquel entonces y, error, el autobronceador que me haría ver durante 15 largos días como si una IA me hubiese subido la saturación al máximo. Spoiler: él ni siquiera se fijó en mi (lo que, dadas las circunstancias, agradecí), pero al menos aprobé el teórico a la primera.
Después de ese traspiés amoroso comenzó formalmente mi búsqueda incansable del autobronceador perfecto. Muchas toallitas, geles, cremas y gotas pasaron por mis manos (en ocasiones dejando su impronta en ellas, para más inri), y también alguna que otra quemadura pasó factura a mi piel como consecuencia de poco protector solar y mucha irresponsabilidad adolescente. Así fueron pasando los años y con ellos llegó la experiencia, que a base de prueba y error me convirtió en una auténtica erudita en la materia.
Ahora ya sé que nunca se debe usar un autobronceador corporal en el rostro, a no ser que lo especifique claramente en su etiqueta. También que una correcta exfoliación 24 horas antes marcará la diferencia, y que no por más cantidad que se aplique el resultado será mejor. Que el tono ideal es el de un moreno saludable y progresivo, y que el protector solar es el mejor amigo de cualquiera, por más que algunos se empeñen en renegar de el. Y, también, que las brumas o sprays autobronceadores son la mejor opción para mantener el rostro bronceado y protegido los 365 días del año.