«Vine a estudiar a Barcelona y me escapé de vacaciones a Ibiza nada más llegar. Me encantó, no sé cómo explicarlo, me sentí libre. Yo crecí en Chile, en una sociedad muy encorsetada y, aunque ya había vivido en otros lugares –México, Costa Rica–, aquí experimenté un sentimiento de libertad absoluto”, cuenta Francesca Munizaga (Reñaca, Chile, 1978), sobre el flechazo que sintió al visitar la isla por primera vez. No tardó en entender que era el lugar donde quería asentarse y el destino quiso que en 2014 conociese a Alonso Colmenares (Madrid, 1969), zoólogo de profesión y fundador de la agencia de publicidad Flash Creativity, que llevaba ya una década viviendo a caballo entre la pitiusa y la capital española. “Nos conocimos en una fiesta y fue amor a primera vista. Nos pilló a los dos sabiendo muy bien lo que queríamos”, añade la chilena.
Esos deseos tenían que ver, sobre todo, con formar una familia que no tardaría en llegar. Un par de años más tarde nacieron sus hijos gemelos, Lola y León, y compraron una propiedad al norte de la isla en la que establecieron su residencia y depositaron una infinidad de sueños. “Siempre tuvimos el anhelo de desarrollar un proyecto agrícola, con la idea de construir un pequeño hotel rural”, confiesa la pareja.
Con ese deseo presente adquirieron una finca de ocho hectáreas a pocos kilómetros de San Miguel de Balansat, que incorporaba una construcción que remodelaron para adaptarla a las necesidades contemporáneas. “Buscábamos una casa payesa –nos imaginábamos la típica edificación vernácula– pero al final dimos con esta. Nos gustaba el espacio, tenía potencial para desarrollar el proyecto del agroturismo. Es una residencia indiana, el estilo arquitectónico propio de las casas que levantaban los emigrantes que volvían de trabajar de América. Eran viviendas más imponentes, más altas, con un punto colonial”, explican, al tiempo que nos guían en una suerte de house tour por todas las estancias que componen la casa.
En ella han ubicado su particular paraíso mediterráneo. Un complejo rural donde la vivienda es el centro de todo lo que ocurre alrededor. Para adecuarla a sus necesidades –vitales y estéticas– llevaron a cabo una obra que ejecutaron en tiempo récord; seis meses fueron suficientes para ponerla a punto e incorporar aquellos detalles que representan a ambos. “Nos gusta la búsqueda de elementos bonitos. Compramos materiales en derribos en Alicante; ladrillos, en cortijos andaluces; la pila grande de la cocina, por ejemplo, la compramos en Almería. En otro viaje dimos con el suelo hidráulico, mientras que las puertas son de la antigua fábrica de Lanjarón”, enumera Alonso. “A nosotros nos gusta mucho el mundo de los mercadillos. Siempre que viajamos, nos encanta comprar cosas de segunda mano. Lo nuevo es difícil que sea bello, nos gusta mucho más lo viejo”, añade Francesca, justificando ese aire vintage que impera en el interiorismo.