Chemena Kamali habla sobre la feminidad, el poder del vestir y la renovación de Chloé para una nueva era

Para entrar en la Central Saint Martins de Londres, necesitaba hacer unas prácticas para completar su licenciatura, episodio destinado a formar parte del mito de Chemena Kamali. “Para cualquier chica alemana que quisiera estudiar moda, Karl Lagerfeld era el icono máximo”, cuenta. Mientras que muchos consideran que la gran obra de Lagerfeld fue su trabajo en Chanel, a ella le atraía su época en Chloé. Dado que procedía de una universidad alemana de poco renombre, sospechaba que su solicitud para hacer prácticas en Chloé (por entonces con Philo al mando) pasaría sin pena ni gloria, así que se presentó en las oficinas. La recepcionista la despachó de primeras, pero ella le rogó quedarse a esperar, ya que pronto cogería el tren de vuelta a Alemania. Unas horas después, le concedieron audiencia con el jefe del estudio. A las dos semanas, ya tenía plaza. “La insensatez de la juventud”, rememora. “No te da miedo nada, puede parecerte un poco raro, pero no te acobardas”.

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Karl Lagerfeld (gran referente para Kamali) y una modelo de Chloé en 1979, fotografiados por Helmut Newton.

Kamali se mudó a un apartamento en el Ier arrondissement, con papel de flores, una caja de zapatos por cocina y un baño igual de apretado. Recuerda el estudio de Chloé como un lugar agitado y caótico, de música a todo trapo y mujeres testarudas. “Me enamoré al instante de esa energía”, dice. Se pasaba 10 horas diarias acaparando la fotocopiadora, sacando imágenes de Charlotte Rampling, Lauren Hutton, Jane Birkin y Jerry Hall para los moodboards. Los otros becarios –ella era la más joven– se quejaban, pero ella disfrutaba de lo lindo teniendo la inspiración en sus manos. Dice que “ahí empezó mi pasión por esa época, no tanto por la silueta de los 70, sino por su espíritu”.

Cuando llegó a Saint Martins después del becariado, se fue a vivir a una casita victoriana en un barrio granítico de Hackney y se quedaba dormida durante el largo trayecto en autobús y metro de ida y vuelta al campus. Algunos compañeros ya tenían sus propias marcas y se tomaban el máster como un modo de refrescar conocimientos, mientras que ella estaba empezando a conocer. Estudió con la legendaria y exigente profesora Louise Wilson. («Parece un disfraz de Halloween hecho por una madre borracha una noche lluviosa de octubre» es una de las críticas que Wilson dirigió a un alumno, recordada con cariño en su obituario en 2014). La maestra fue dura con ella, como lo era con todos los estudiantes que realmente le importaban, y le enseñó a olvidar todo el perfeccionismo que se había labrado con tanta diligencia. “Me decía: ‘Eres tan alemana. Siempre estás aquí. Siempre entregas las cosas a tiempo’”, recuerda Kamali. “Me dijo: ‘No quiero verte por aquí en una semana: quiero que salgas de fiesta’”. Al día siguiente, allí estaba Kamali, puntual, como siempre. Cuando, como era habitual, la criba se cargó a la mitad de la clase, la dinámica cambió. Las críticas se recrudecieron: “Te exprimía al máximo para sacar todo lo que llevabas dentro”, recuerda la diseñadora. ”El que fuera tan dura conmigo me preparó para la industria». Cuando se graduó, Kamali fue una de las pocas estudiantes elegidas para desfilar en la Semana de la Moda de Londres. Entraba y salía del despacho de Wilson 20 veces al día, obsesionada con las modelos, y más tarde volvía a ver a la profesora, avergonzada de ser tan tiquismiquis. “Y ella me dijo: ‘Nunca te disculpes por creer en la perfección de tu visión: tienes que pensarla hasta el más mínimo detalle, y tienes que luchar por cada detalle, porque eso es lo que marca la diferencia’”.

Por supuesto, lo aparentemente fácil conlleva casi siempre horas de esfuerzo. Los relajados surfistas californianos se forjan a base de sudor. La vaporosa primera colección de Kamali parecía salida de una nube, pero la diseñadora llevaba décadas perfeccionando su oficio. Tras una primera etapa en Alberta Ferretti, pasó a trabajar en Strenesse, la marca alemana fundada por Gabriele Strehle, que se hizo famosa en los años 90 por su estética arty y urbanita, de minimalismo pulcro y bien construido. Dice Strehle, uno de sus primeros mentores, recuerda así esos días: «Cuando conocí a Chemena, me llamaron la atención su determinación y ambición, pero también vi a una mujer dispuesta a empaparse de todas las corrientes, ideas y visiones para encontrarse a sí misma estilísticamente”. Kamali regresó entonces a Chloé, primero como diseñadora sénior a las órdenes de la directora creativa, Clare Waight Keller. De ahí, a Saint Laurent en 2016. Pasó un breve periodo en la sede de Culver City de la marca de vaqueros Frame antes de que le ofrecieran el puesto más alto en Chloé, en octubre de 2023. La aventura de Los Ángeles había sido un sueño para Kamali –envuelta en recuerdos playeros de su infancia–, pero ella y Wehrum no tuvieron más remedio que acortar su estancia. Algunos muebles aún estaban de camino a Estados Unidos cuando se dieron la vuelta.

En los meses previos a su desfile de febrero, Kamali y su equipo se escondieron “de miradas ajenas. Estábamos como en una burbuja, nuestra y solo nuestra”. Se obsesionó tanto con cada detalle, como ya hizo en su primerísimo desfile, que apenas dormía. La víspera, tuvieron fittings hasta la medianoche, llegó a casa a la una de la madrugada, siguió en vela varias horas hasta caer rendida y se levantó a las 5:30 para ponerse en marcha. Fuera, aún amaneciendo, un vecino la saludó y le deseó suerte.

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Angelina Kendall lleva ‘total look’ de CHLOÉ.

Pocos días antes, su padre, bastante enfermo desde hacía algún tiempo, falleció repentinamente. Kamali describe cómo le llamó en uno de sus días buenos para explicarle su nuevo cargo, cómo su mente se agudizó en torno al recuerdo de la ambición de su hija. “Él lo tenía claro”, dice. Kamali habla de “lo chocante que es la vida” cuando describe aquellos días previos a su debut. “Sinceramente, no sé cómo lo hice. Creo que estaba en estado de shock, y mi cuerpo y mi mente entraron en un modo extraño. Sé que él me habría dicho: ‘Tienes que hacerlo. Concéntrate y a por ello’. Creo que eso me ayudó”. Lo que se convirtió a la postre en un gran triunfo, fue también “uno de los momentos más duros de mi vida”.

Desde que regresó a París el otoño pasado, Kamali se ha instalado con Wehrum y sus hijos, Vito (de cinco años) y Alvar (de tres), en Neuilly-sur-Seine, un frondoso barrio a las afueras de la ciudad. Se trasladaron allí con cierta reticencia, sabiendo que se habían malacostumbrado a los grandes espacios de California. Durante 10 años, antes de dejar la capital francesa, Kamali había vivido en el distrito 9, donde los niños juegan en una pintoresca plaza con un carrusel en el centro mientras los padres se toman un vino en el café de la esquina. Su hijo mayor aprendió a caminar por las anchas aceras de la Avenue Trudaine, y la zona se convirtió en el único universo familiar al desatarse la pandemia. La mejor panadería de la ciudad, me revela Kamali, es Mamiche, y aunque la lluvia echó por tierra el plan de guiarme por sus rincones más queridos, paramos allí a comprarnos una porción de babka.

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