Chimamanda Ngozi Adichie (Enugu, Nigeria, 48 años) llega al hotel del centro de Madrid a la una de la tarde y se sienta sonriendo a una mesa en la cafetería. Esta mujer simpatiquísima es una auténtica celebridad en su país. Y una de las novelistas más reconocidas en África y EE UU, su segunda patria. En Medio sol amarillo (2005, Random House) narró una parte de la historia de Nigeria, la guerra de Biafra, con una maestría deslumbrante, y en Americanah (2013, Random House) contó las aventuras-desventuras de una mujer joven africana en EE UU y las aventuras-desventuras de la misma joven africana de vuelta a África tras su paso por EEUU. De este libro es su famosa frase: “En Estados Unidos me di cuenta de que era negra”.
Tras más diez años sin escribir ficción (ella es supersticiosa y no quiere nombrar la palabra bloqueo), y tras convertirse, entre otras cosas, en un icono feminista, Chimamanda regresa con una novela, Unos cuantos sueños (Random House), en la que cuenta las vidas cruzadas de cuatro mujeres africanas. Se prepara para responder a la primera pregunta cuando llega el camarero, que le pregunta que qué quiere. “Pues no sé, ¿qué se toma aquí a esta hora?”. “Pues a la una, cerveza o vermut”, le responden. Ella se ríe soltando una carcajada que resuena en toda la cafetería. “No, no, tráigame un zumo de piña ¿No toman aquí zumos de piña?”. “Sí, pero para desayunar”, le vuelven a responder. Y se vuelve a reír, con la misma risa contagiosa.
Pregunta. Antes de nada, una curiosidad: ¿Es cierto que ha escrito parte de esta novela en una biblioteca pública? ¿No la reconocían?
Respuesta. La primera versión del libro la redacté en casa. Pero para las correcciones, sí, iba a una biblioteca del Estado de Maryland. Yo creo que sí que me reconocían, pero me dejaban sola. Iba, eso sí, con una sudadera, gafas de sol, un poco disfrazada. Llevaba mi bolso y mis libros y mi ordenador y me colocaba en un sitio en la esquina. Me gusta ese sitio, me gusta estar rodeada de libros, me gusta que haya gente que va allí a leer libros. Con la próxima novela también iré, aunque no sé si debería hablar de eso, porque el otro día una mujer me comentó: “Voy a ir ahí cada día, voy a esperarte hasta que te vea”. Jajaja.
P. Este libro llega después de 10 años de, digamos, un parón. ¿Cómo se sentía sin poder escribir?
R. Me sentía infeliz, pero el mayor sentimiento que experimentaba era el del miedo. Porque escribir es esencial en mí, escribir ficción, me refiero, y pensar que no iba a poder escribir más ficción se me antojaba insoportable. Me aterraba el hecho de no poder volver a escribir nunca. Y no quería pensar en eso, pero lo pensaba.
P. Sostiene que su madre, que murió no hace mucho, la ayudó. ¿Cómo?
R. Ella era muy protectora. Murió inesperadamente, yo nunca llegué a pensar que mi madre se podía morir. Era un poco irreal. Incluso ahora, cuando hablo de eso, me cuesta pensar que ocurrió realmente. No sé qué pasa cuando morimos, pero creo que una parte de nosotros no lo hace. Es la parte de nosotros que sueña, la que ama, esa no muere. Hay algo, una fuerza, algo humano que no muere. Y pienso que esa fuerza de mi madre permanece. Ella sabía que yo tenía problemas con el dolor y la pena y ella, protectora, hizo que volviera a escribir. No tengo otra manera de explicarlo que como lo siento.
P. Usted dice que uno de los personajes más conmovedores, Kadiatu, le hubiera gustado a su madre.
R. Ella cuando veía a una mujer que tenía verdaderos problemas se refería a ella como “compañera”. Era una manera de decir te veo, te reconozco, sé cómo eres.
P. El personaje está inspirado en el caso de Nafissatou Diallo, la limpiadora guineana que en 2011 acusó a Dominique Strauss-Kahn de agresión sexual en un hotel de Nueva York. ¿Por qué se inspiró en ella?
R. Seguí el caso muy de cerca. Algunas veces, ves algo en las noticias con lo que conectas. Quizás era porque esa mujer venía de un país de África occidental, como yo. Era un poco mi hermana. Aunque no sabía inglés y no tenía muchos estudios. Pero sentí que era mi hermana, sentí que debía protegerla porque ella carecía de lo que hacía falta en una situación así. Guardé esa historia muchos años. Cuando empecé Unos cuantos sueños no tenía planeado incluirla. Pero el personaje se reveló ante mí.

P. Asegura que es una forma de restituirle, a través de la literatura, la dignidad.
R. Fue retratada sin ella en las noticias. Oíamos sobre Strauss-Kahn, sobre el vacío que se cernía en su vida, de las cosas que le gustaban, de las cosas que iba a perder por lo que había pasado. Incluso siendo el agresor, podíamos sentir cierta simpatía hacia él. Sin embargo, a ella no se le trató como a una persona, especialmente en la cobertura estadounidense de la historia. Llegaron a decir que había sido utilizada para tenderle una trampa. Se convirtió en un objeto. Y yo pensaba en ella como en un ser humano, como una mujer que amaba su vida, que fue una mañana a hacer su trabajo y esa vida cambió para siempre. Gracias a la literatura devuelvo a esa mujer su humanidad. Tiene defectos, no es perfecta, pero nadie lo es.
P. ¿Por qué la ficción es tan importante?
R. La historia nos cuenta lo que le pasó a la gente, la ficción nos habla de lo que sintieron. Y es importante saber eso. Hablo como escritora y como lectora. Yo leo historia, pero lo que permanece en mí es siempre la novela sobre ese periodo histórico. Supongo que es porque la ficción se aproxima más a la vida. Además, las historias pueden cambiarte a ti, pueden cambiar a la gente.
P. Unos cuantos sueños retrata a cuatro mujeres africanas. Una es abogada, otra banquera, otra escritora de viajes y la cuarta es Kadiatu, que hasta el día en que fue asaltada sexualmente era feliz. ¿Trata de huir de los estereotipos que rodean a las mujeres africanas, como la pobreza, la vida dura, la desgracia…?
R. Yo escribo sobre lo que es familiar para mí. Todos sabemos que hay pobreza en África. Pero para mí es mucho más fácil escribir sobre la clase media. Estas son las mujeres que conozco, con las que crecí. Además, es imposible entender un lugar como África a través de estereotipos. El estereotipo de África, desde Europa, es el de la pobreza. Hay muchos pobres en Nigeria, es cierto. Y también hay un pequeño grupo de personas extremamente ricas. Y los dos grupos coexisten. No puedes entender Nigeria si no ves esas dos partes. Porque una moldea y condiciona a la otra. Nigeria se ha vuelto en los últimos años muy materialista. Y según la brecha entre ricos y pobres se agrandaba, el país se volvía más y más materialista. Por eso ves gente que no tiene nada y que se quiere comprar un bolso de diseño. Desde occidente no se ve a África a través de las clases sociales. Se la observa a través de las tribus. Se dice: `el presidente es de tal tribu´. Pero todo es más complicado. Las clases sociales lo complican. Gente de diferente tribu se une porque comparte la misma clase social. Hay que tener un punto de vista amplio para entender Nigeria y África.
P. Usted afirma que lo peor del colonialismo es que enseña a los pueblos colonizados a odiar lo que es suyo.
R. Eso es terrible. En la escuela colonial te dicen que tu padre y tu abuelo y tu bisabuelo y tu tatarabuelo africano hicieron cosas horrorosas y demoníacas. Y que tú eres el primero que te salvas, convirtiéndote en cristiano, en occidental y esto altera tu forma de pensar. Mi padre estudió matemáticas en Londres, pero siempre estuvo muy seguro de sí mismo, de lo que era, de ser un hombre igbo. Y él nos educó en eso. Por eso nunca he odiado mi cultura, al contrario, la he amado mucho. Pero conozco gente que no. El colonialismo no solo se adueña de tu tierra; también se adueña de tu mente.

P. Usted ha sido una ferviente defensora del feminismo, casi hasta un icono. ¿Cómo ve esa lucha ahora? Algunos aseguran que estamos ante una suerte de regresión debido al ascenso de la extrema derecha en muchos países.
R. Esa regresión existe. Y parte del problema es que no es solo causado por la extrema derecha, sino por la derecha a secas. Existe actualmente un populismo basado en la añoranza de un pasado feliz, de un tiempo dichoso que, ciertamente, no era ni feliz ni dichoso para las mujeres. Esa regresión se ejemplifica en EEUU, donde en muchos estados no es legal el aborto. Una mujer debería tener la autonomía para hacer lo que quiera con su cuerpo.
P. Usted tiene un hijo por parto natural y otros dos por vientre de alquiler. Una amplia corriente del feminismo condena este sistema para tener hijos. ¿No encuentra contradictorio ser feminista y optar por este método para tener hijos?
R. Entiendo la gente que condena este método. Entiendo su punto de vista. La gestación surrogada puede convertirse en algo terrible. Pero hay diferentes maneras de hacerlo. Hay un lado comercial que es espantoso. Pero no siempre es así. Y no querría hablar más sobre eso, porque atañe a la vida privada de otras personas, y no estoy hablando precisamente de mí.
P. ¿Cómo ve el EE UU de Trump?
R. ¿Qué cómo lo veo? ¡Pues maravilloso! (Ríe para apoyar la ironía y luego se pone muy seria). EE UU ya no es EE UU. El presidente del país ataca verbalmente a quien no está de acuerdo con él, despide a quien no está de acuerdo con él, no porque no haya hecho su trabajo, sino porque no están de acuerdo con él. Todo es así. Pero además, hay personas enmascaradas que secuestran gente en la calle para deportarlas. Nunca me imaginé que pasaría algo así en Estados Unidos. Yo crecí en una dictadura. Así que sé en qué consiste un régimen autoritario.
P. Usted se ríe mucho durante las entrevistas. Y sus novelas tienen mucho sentido del humor. ¿Es necesario el sentido del humor en la literatura? ¿Y en la vida?
R. En la vida sin duda. En las novelas… Yo he leído muchas novelas que me han gustado y que no tenían nada de humor. Pero el humor es muy útil. Yo no confío en quien no tiene sentido del humor. El humor, incluso el humor negro, es bueno para lidiar con la vida, porque esta a veces te arrolla. Las cosas malas pasan. Por eso uno tiene que saber reírse.