‘Christian Dior, couturier visionnaire’, la exposición que explora el carácter más adelantado del modisto francés

Resulta casi imposible separar las alusiones a la villa de las de su madre, Madeleine Dior. A Les Rhumbs le debe esa preferencia en su costura por el gris plomizo y el rosa empolvado. Pero también los heredó de su progenitora, de las rosas que cultivó y de la paleta de tonos sorbete que tiñó su armario, la primera moda que él conoció. “La idea de elegancia y de feminidad que caló en Christian procedía de su madre”, concede Richart. “Su silueta en forma de S, propia de principios de siglo XX y visible en algunas fotos de época, se podría encontrar en sus creaciones más tempranas”, explica. Así concibió su Grand Bal, un vestido rosa de 1949 expuesto en la planta baja de la muestra. En esta primera parte dedicada a la Belle Époque también habría que mencionar el gusto ecléctico de Madeleine por ciertos elementos decorativos que influyeron hasta en John Galliano. En su autobiografía, Dior cita las figuras de porcelana maternas, además de los paneles japoneses que coronaban las escaleras del hogar hasta el techo. “En 1953, la firma empezó a forjar lazos con Japón”, apunta Soïzic Pfaff, de Dior Héritage, señalando sus acuerdos con marcas niponas como Kanebo Textile Company. Además, añade, se hicieron varios modelos de alta costura en 1954 a partir de tejidos de la casa Tatsumura en Kioto, y la propia princesa Michiko vistió tres conjuntos de Dior para su boda civil en 1959. “Estos vínculos se han reforzado con los años”, subraya Pfaff.

El del país nipón es un buen ejemplo de las ambiciosas miras que tuvo Christian Dior desde sus comienzos. La revolución del New Look, a la que la exhibición le dedica su segunda parte, fue tan solo el primer paso. De imaginar a la mujer como una flor pasó a querer vestirla de pies a cabeza con creaciones de la marca. Las medias, los bolsos o los perfumes con forma de ánfora de Miss Dior expuestos en la muestra eran algunas de las chucherías que podían adquirirse en Colifichets, la boutique alojada en los bajos de la maison en París. Con esta tienda decorada por su amigo, el artista Christian Bérard, el couturier planteó una visión muy empresarial de su marca. “Su padre dirigía una compañía de fertilizantes, así que lo llevaba en los genes”, cavila Richart. “Era creador y persona de negocios al mismo tiempo”. Un año después de su debut ya estaba llevando sus desfiles a Australia y tenía subsidiarias en ciudades como Nueva York: “Su estrecha relación no solo con la prensa internacional, sino también con compradores de grandes almacenes de todo el mundo, le permitió afinar sus creaciones para adaptarlas a su clientela”, declara Pfaff, hablando de esa visión global que sentó el diseñador y que se recoge en la segunda planta de la villa. “Pronto entendió la importancia de vestir a todo tipo de mujeres, y por tanto, a todas las mujeres del planeta”.

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Farándula y Moda

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