Cómo dejar de preocuparse por lo que piensan los demás, según un neurocientífico

Antes de que empezara 2025, ya había decidido que iba a entrar en mi era ‘a mí, plin’. Siempre he sido bastante cohibida (o al menos, preocupada por lo que piensen los demás) y he pensado muchas veces en cómo esta faceta de mi personalidad puede haberme frenado. Por ejemplo, cuando estoy en un grupo grande, me callo y no doy mi opinión. Me preocupa molestar a la gente cuando me pienso primero en mí, y en más de una ocasión me han descrito como complaciente. No me gustan estos rasgos, ni útiles ni agradables, y me gustaría acabar con ellos de una vez por todas.

Pero preocuparse menos por lo que piensan los demás no es tan sencillo como levantarse un día y decir: “Pues ahora me da igual”. Ya lo he intentado sin éxito (el otro día cancelé un plan porque estaba cansada y luego me pasé horas reconcomiéndome). Y tampoco pretendo volverme insensible o sociópata de repente. Lo que me gustaría es dar con la forma de eliminar el ruido inútil. Cada segundo que pasa es un segundo menos de vida, y cuando llegue mi hora no voy a acordarme de mi estética de Instagram ni de lo horrible que fue intentar lanzar un fanzine en 2018, cuando me di por vencida a mitad de camino.

Con todo esto, decidí darle un toque al doctor Daniel Glaser, un reputado neurocientífico que ha escrito largo y tendido sobre la influencia de la neurobiología sobre el comportamiento humano. Me ha dicho que he estado considerando el asunto desde una perspectiva errónea. No es que me importe lo que piensen los demás, porque no sé lo que piensan. Lo que he hecho ha sido elucubrar sobre lo que piensan y articular relatos negativos. “Tengo una voz en la cabeza a la que llamo ‘crítica’ o ‘redactor jefe’, y en mis peores momentos se me da de lujo juzgarme de la forma más severa posible. La especie humana ha evolucionado hasta el punto de ser capaz de crear relatos sobre nosotros mismos. Nos los creemos, y luego esas cosas cambian nuestra forma de actuar y cómo acaban siendo las cosas».

La cuestión es: ¿cómo podemos librarnos de ese crítico interno? Según Glaser, los cerebros humanos son muy permeables. No les cuesta mucho convencerse; de ahí, por ejemplo, que nos sintamos más felices si sonreímos, aunque sea a la fuerza. El truco no está en preocuparse no ya por lo que piensen los demás, sino solo por lo que piensen las personas adecuadas. Si intentamos no pensar en un elefante, al final lo único en lo que pensaremos será el elefante. Si intentas planificar proyectos, imagina a alguien a quien aprecias animándote. El truco no es dejar de pensar en otras personas, sino evocar vívidamente a alguien que estaría encantado con lo que has hecho».

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