Amigo tóxico: cómo detectarlo y no serlo
Los seres humanos somos bastante reacios a la hora de reconocer nuestros defectos. Podemos quejarnos de la arrogancia, la ignorancia o la estupidez de otra persona sin llegar a plantearnos las debilidades de nuestro carácter. Este punto ciego será evidente en cada una de las amistades que forjemos a lo largo de nuestra vida en las que, sin querer hacer daño, nuestras acciones irreflexivas pueden dañar a los que más queremos. La mayoría de las ocasiones se trata de crueldad casual, más que de falta de amabilidad deliberada, pero sus consecuencias pueden ser muy perjudiciales. “Reconocer nuestros defectos implicaría mostrar una faceta vulnerable de nosotros y que, por lo tanto, los demás podrían dañar, pero todo se basa en aprendizajes. Por eso, si necesitamos esconder un lado vulnerable o defectuoso es porque en algún momento nos hemos sentido heridos por alguna persona, esto implica que la vergüenza, emoción importante en el vínculo con los demás, ha estado demasiado presente”, explica Syra Balanzat Alonso, psicóloga de El prado psicólogos. “La vergüenza es la emoción que se activa cuando tenemos miedo a la crítica y a la infravaloración, la creencia predominante en ella cuando ha estado muy presente en traumas vinculares es algo así: ‘hay algo malo en mí y no quiero que lo vean’. Basándonos en esta creencia podemos esconder aspectos de nuestra personalidad por temor a sentirnos rechazados”, aclara.
Aunque el término tóxico está relacionado con algo que provoca daño en quién está expuesta a ella, de un tiempo a esta parte, sin embargo, se ha popularizado para hacer referencia a las personas de las que, en teoría, es mejor alejarse. “Una persona tóxica es aquella que mantiene una actitud egocéntrica en sus relaciones, debido a que no es capaz de empatizar con las necesidades de los demás. Suelen dejar una sensación de impotencia e indefensión porque nunca será suficiente lo que se haga por ellos”, define la psicóloga.
“Además, existen algunas características para poder identificarlos: son demandantes de la atención y, si no cumples con sus expectativas, pueden ‘castigar’ con el silencio y la agresividad; necesitan controlar los movimientos de los demás porque perciben cualquier comportamiento como un rechazo, utilizando la manipulación y el chantaje; no pueden alegrarse por los éxitos de los demás; suelen mostrar comportamientos ambivalentes donde parece que a ratos eres la mejor persona para ellos y al otro les has hecho cosas terribles, manteniendo vínculos posesivos; les cuesta mucho asumir responsabilidades y evitan la culpa saludable proyectándola en los demás; también suelen triangular las relaciones con otras amistades, excluyendo a las personas y aferrándose a otras como forma de controlar y manejar los vínculos. En general, cualquier persona podría ser tóxica en algún momento de su vida y con determinadas personas”. “En las relaciones de amistad, las relaciones saludables se establecen desde un plano de igual a igual, mientras que en los vínculos tóxicos existen actitudes de superioridad o victimistas. La finalidad es la misma, centrar el vínculo en ellos y satisfacer sus necesidades”.
Presta atención a las señales de tu cuerpo
Nuestro cuerpo no puede utilizar las palabras para comunicarse con nosotros y es por eso que utiliza otras vías de contacto para intentar decirnos lo que está pasando dentro de él. Si aprendemos a escucharlo y le prestamos atención, puede volverse un fiel reflejo de nuestra salud física y mental. “El cuerpo es el gran incomprendido en las relaciones con los demás, porque solemos dar credibilidad a lo que pensamos y no tanto a lo que sentimos. Cuando estamos inmersos en una amistad tóxica, no siempre resulta tan evidente el vínculo nocivo porque también existen momentos buenos con esa persona, y el cerebro no entiende las incoherencias, pero el cuerpo sí. Podemos sentir cansancio después del contacto sin motivo aparente, estados de agitación, dolores de cabeza o musculares antes o durante el vínculo, tristeza o desilusión de forma constante…”, enumera Syra Balanzat.
Además, se trata de relaciones que, en muchas ocasiones, resulta difícil dejar atrás, según la experta. “Existe una teoría basada en el refuerzo intermitente que permite mantener este tipo de relaciones a largo plazo debido a que no siempre los comportamientos son tóxicos. Estas personas pueden manifestar periodos de interés y cercanía y es esto lo que crea dependencia porque siempre se tiende a buscar esos momentos buenos como forma de convencernos de que el malestar que hemos sentido antes no es tan malo, así no hay que tomar decisiones incómodas». En otras ocasiones son los miedos a la soledad o a las discusiones lo que nos dificulta la tarea de apartar a estas personas. No hay que olvidar que las personas tóxicas son unos grandes discutidores y capaces de crear conflictos de alta intensidad por conseguir su objetivo de no ser los culpables.
Cómo no ser nosotros ese amigo tóxico
Tal y como decíamos al principio, estamos acostumbrados a tachar de nocivos los comportamientos ajenos, y cuando se trata de mirarse el propio ombligo muchas veces no somos capaces de reconocer que nosotros también podemos tener actitudes tóxicas en determinadas situaciones y circunstancias con nuestras amistades. Eso no significa, no obstante, que seamos un amigo tóxico. “En general, casi todos hemos podido ser tóxicos con alguien en algún momento de nuestra vida, nuestras experiencias negativas pueden habernos armado para defender nuestro bienestar y a veces puede haber sido incompatible con el bienestar de los demás”, dice la psicóloga.