¿Cómo saber si estoy deprimida?: Señales de alerta
“Tristeza prolongada o sensación de vacío, sentimientos de desamparo o desesperanza, sentimientos de culpabilidad o inutilidad, enfado e irritabilidad, inquietud, dificultad para concentrarse, fatiga, cambios de apetito o variaciones de peso, dolores crónicos de cabeza o de estómago, pérdida de interés en las actividades que se realizan, alejamiento de familiares y amigos”, estos son algunos de los síntomas que nombra la APA (American Psychologycal Association) que se asocian a la depresión, pero ni mucho menos esta definición se sustituye por un diagnóstico. Ese es el primer punto que hay que dejar claro, antes de que sigas leyendo.
Tal y como dice el psicólogo Víctor Amat, “hay mil matices importantes y hay que ser muy cuidadosos, por mucho que podamos indicar cuáles de los indicios son probables o se pueden identificar con una depresión; si se tiene la sospecha, hay que acudir a un profesional”, advierte sabiamente. Muchos tenemos la peligrosa manía de buscar en Google algunos síntomas y esperar un informe al pulsar Enter. Pero, en términos de salud mental o física, el autodiagnóstico no es una opción, porque además la cura no está en nuestras manos. Por tanto, es importante que, si tienes la sospecha de que algo no va bien, llames y pidas ayuda.
“A escala mundial, aproximadamente 280 millones de personas sufren depresión”, según apunta la OMS (Organismo Mundial de la Salud) y se cataloga de enfermedad común. Como la psicología tiene poco más de 100 años de historia y es una ciencia que está formada por muchas otras, es bastante joven y le queda mucho por pulir, el término “depresión” se reconoció hace relativamente poco y la sociedad tarda en asumir y normalizar las cosas. Nada nuevo bajo el sol. Aunque ha existido desde siempre (Hipócrates, en el año 450 A.C la catalogó como melancolía o bilis negra), no fue hasta 1723 cuando el británico Richard Blackmore la registró.
Aunque los estudios sobre la salud mental han evolucionado considerablemente en las últimas décadas y también su visibilidad, a día de hoy, los síntomas de la depresión siguen sin ser fácilmente detectables por la persona que la está experimentando. No nos referimos a un autodiagnóstico, pero sí que es siempre uno mismo el que indica dónde le duele, exactamente igual que cuando sentimos un pinchazo o molestia en alguna parte de nuestro cuerpo y vamos al médico.
¿Dónde nos duele y cómo nos damos cuenta?
Es ahí donde queremos llegar. Es habitual sentir tristeza, igual que los demás sentimientos de la paleta, pero el problema surge cuando esta se empieza a alargar en el tiempo e inunda o eclipsa todo lo demás. Es más, “la tristeza tiene una utilidad evolutiva, ya que nos permite desarrollar dos habilidades que son necesarias para adaptarnos a la situación, como son la compasión y la aceptación. Cuando gestionamos la tristeza, la transitamos, nos permitimos sentirla y hacemos el proceso adecuadamente para desarrollar estas dos habilidades, cumple su función y desaparece. Sin embargo, si la tapamos con las tareas del día a día o –como veo en consulta– la relativizamos y nos quitamos el derecho a expresarla, entonces se enquista y da lugar a una patología”, explica el psicólogo Fernando Lobato.
Por tanto, ¿qué nos puede hacer saltar las alarmas para plantearnos pedir ayuda lo antes posible? “Dos cosas: la primera, una sensación de pérdida de energía vital que me impide hacer todo aquello que yo normalmente, en mi vida diaria, hago de forma disfrutada; la segunda es pensar que no vale la pena hacerlo, una especie de sentimiento de derrota, incapacidad para enfrentar una situación, falta de energía absoluta para hacer ese tipo de cosas que nos gustan. Pero hay mil matices importantes y hay que ser cuidadoso, esto no es un diagnóstico clínico”, comenta el psicólogo Víctor Amat. Es decir, además de todos los síntomas descritos por la APA o la OMS, la anhedonia –esa incapacidad de disfrutar con aquello que normalmente nos gusta– es uno de los factores que activan esa luz roja.