Corea del Norte quiso despegar su industria cinematográfica en los ochenta, tanto, que mandó secuestrar a dos talentos de Corea del Sur


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La historia del cine está repleta de momentos insólitos, pero pocos tan increíbles y escalofriantes como el secuestro de dos figuras clave del cine surcoreano: en plena Guerra Fría, el hijo del dictador Kim Il-sung, Kim Jong-il, obsesionado con el séptimo arte y con la ambición de convertir a Corea del Norte en una potencia cinematográfica, orquestó el secuestro de la reconocida actriz Choi Eun-hee y su exesposo, el director Shin Sang-ok.

Kim Jong‑il, antes incluso de suceder a su padre, se consolidó como un amante del cine, coleccionando miles de títulos de Hollywood (Bond y Rambo en particular), por lo que tramó un plan en el que «el cine era un arma estratégica para la propaganda nacional y su prestigio global».

Convencido de que el cine doméstico norcoreano estaba estancado, tomó una medida extrema: secuestrar a la estrella surcoreana Choi Eun‑hee y, más tarde, a su exesposo, el director Shin Sang‑ok, para llevarlos a Pyongyang como su dupla creativa personal.

En 1978, Choi fue engañada con una supuesta oferta de trabajo en Hong Kong, llevada a Repulse Bay, sedada y trasladada en barco a Corea del Norte, sin embargo, seis meses después, Shin, al investigar su desaparición, corrió la misma suerte.

Un secuestro de lujo

Choi vivió en una villa de lujo, rodeada de seguridad, mientras Shin pasó tres largos años en campos penitenciarios hasta que aceptó colaborar bajo presión. En 1983, fueron reunidos por Kim durante una celebración. Designados como el nuevo equipo creativo estatal, recibieron todo el apoyo técnico y financiero necesario para poner en marcha los planes de Il-sung.

Durante su cautiverio, Kim supervisaba personalmente las producciones, aprobando cada detalle. Choi incluso grabó clandestinamente sus conversaciones, donde revelaba su insatisfacción con la calidad del cine local: «¿Por qué todas nuestras películas tienen los mismos argumentos ideológicos? ¿Por qué tantas escenas de llanto?»

Korea Herald
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Bajo la presión y el control de un tirano, la pareja produjo alrededor de 17 películas en 2 años y medio —incluyendo siete oficialmente atribuibles a Kim entre 1984 y 1985: ‘An Emissary of No Return’, ‘Love, Love, My Love’, ‘Runaway’, ‘Breakwater’ y el icónico ‘Pulgasari‘, la versión comunista de Godzilla que buscaba mostrar el poder de la revolución, un proyecto para el que transportaron equipo técnico japonés especializado, incluido Kenpachiro Satsuma, el actor del traje de Godzilla, para darle al film una calidad comparable a los blockbusters.

Un escape de ficción

En 1986, durante un viaje a un festival europeo en Viena, Choi y Shin lograron evadir a sus acompañantes norcoreanos y buscaron refugio en la Embajada de EE.UU. . Al concedérseles asilo, se exiliaron en Estados Unidos durante casi una década antes de regresar a Corea del Sur, país en donde pudieron vivir en paz hasta su muerte: Shin murió en 2006 y Choi en 2018.

Poco después de su fuga, el régimen borró sus nombres de los créditos y prohibió la exhibición de sus películas —incluso ‘Pulgasari’ fue censurada— aunque más tarde se volvió una cinta de culto en circuitos underground.

Este episodio marcó un antes y después en la historia del cine norcoreano, ya que no sólo quedó de manifiesto el extremismo político de una ideología y ambición artística, sino que, a través de documentales como ‘The Lovers and the Despotse revelaron los secretos tras las cámaras, incluyendo grabaciones originales de Kim critican la monotonía del cine norcoreano.

Fotos de Wikimedia | KoreaHerald

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