Viviendas que apenas consumen energía —haciendo una equivalencia pueden llegar a gastar como un mechero—, que aseguran la habitabilidad durante olas de calor sin necesidad de un aporte masivo de electricidad y que contribuyen al bienestar de los que viven en ellas. No son unicornios; existen y su construcción no es ni un euro más caro respecto al modelo de edificación convencional. La clave de estas casas está en el uso de la arquitectura bioclimática, una forma de hacer que va mucho más lejos que la mera eficiencia energética.
Javier Neila, doctor arquitecto y catedrático emérito de la Universidad Politécnica de Madrid, explica en qué consiste: “Esta arquitectura tiene en cuenta las características del clima donde se ubica, protegiéndose de los aspectos negativos de ese clima y aprovechando los aspectos positivos”. Su objetivo, dice, es reducir el consumo energético y mejorar el confort térmico y ambiental de las personas que habitan en esos edificios. “Hay una relación respetuosa y funcional con el clima y el emplazamiento”, prosigue Laureano Matas, secretario general del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España (CSCAE).
Las casas que se adaptan al clima del lugar donde se levantan tienen la respuesta a casi todos los problemas que hoy padece el parque residencial español: derroche de energía, poco o nulo bienestar térmico, humedades, ausencia de ventilación o falta de luz natural. En esta forma de planificar edificios se tienen en cuenta la trayectoria solar, los vientos, la humedad, la orientación y los materiales del edificio.
“Lo que hacemos es diseñar los edificios en función de estos condicionantes climáticos para que sean capaces de aprovechar al máximo los recursos naturales del lugar y poder convertirlos en energía gratuita para abastecer al edificio”, indica Miguel Díaz, socio de Ruiz Larrea Arquitectura, estudio capitaneado por César Ruiz Larrea y pionero en sostenibilidad que ha firmado infinidad de proyectos, como la promoción Madrid 0’0, en Torrejón de Ardoz, y Adelfas 98, en Madrid. Se trata, dice Díaz, de “convertir el clima en arquitectura”.

¿Cómo? “Se puede captar radiación solar por los huecos acristalados correctamente orientados, emplear la ventilación nocturna, y almacenar esas energías en la masa constructiva y estructural del edificio”, cuenta Neila. Y si estas estrategias pasivas no fueran suficientes se complementarían con sistemas activos de alta eficiencia (aerotermia, fotovoltaica).
Los cimientos de esta forma de hacer viviendas están en la arquitectura tradicional, junto con las técnicas y materiales de vanguardia. Hablamos de muros de adobe, patios andaluces, galerías gallegas… “Han sido históricamente la respuesta al clima local con los recursos disponibles”, explica Matas. Además, añade, “su principio fundamental es la especificidad y la adecuación al contexto, diferenciándose radicalmente de los modelos de edificación estandarizados y replicables”. Una lacra en estos tiempos en los que todos los edificios se construyen más o menos igual, aunque el clima sea distinto. Y si la orientación no ayuda o se trata de una rehabilitación, hay opciones. “Podemos mejorar el microclima y el comportamiento térmico actuando por capas”, cuenta Matas.
De paso, esta arquitectura bioclimática es el único camino para cumplir con las exigencias europeas en materia energética. “La ayuda en la lucha contra el cambio climático y la descarbonización es clarísima, porque si se puede llevar a cero la demanda de energía se eliminarían las emisiones de CO2 de ese consumo”, sostiene Neila. No hay que olvidar que uno de los grandes pilares para descarbonizar es la construcción. Al tiempo, la mínima demanda energética “reduce la vulnerabilidad de las personas que lo habitan ante la volatilidad de los precios y combate activamente la pobreza energética”, dice Matas.
Desconocimiento
Las viviendas en cuyo ADN está el diseño bioclimático avanzan, entre otras cosas, porque la actualización del Código Técnico de la Edificación (CTE) para 2026 se centra en la transición hacia los edificios de consumo de energía casi nulo. Y eso solo es posible con esta arquitectura. “Cada vez hay más sensibilidad por hacerlo bien desde el punto de vista energético y medioambiental”, considera Neila.

No obstante, y a pesar de sus evidentes ventajas en términos de comodidad, ahorro y sostenibilidad, la arquitectura bioclimática no ha logrado la adopción masiva esperada, debido a la persistencia de barreras estructurales y culturales en el sector de la construcción. “La percepción errónea del coste sigue actuando como un freno inicial. Aunque la evidencia demuestre que el sobrecoste puede ser mínimo o nulo y la amortización rápida, la decisión inicial se basa en el precio de construcción inmediato, no en el coste de ciclo de vida”, cree Matas.
El catedrático Neila insiste en que esta arquitectura no tiene que ser más cara “cuando se usan las orientaciones adecuadas y los materiales convencionales adecuados”. Puede encarecerse “si queremos mayor calidad en los huecos, incrementamos notablemente los aislamientos o queremos producir energía con sistemas mecánicos, pero siempre es más barata a la larga”. Y advierte: “A largo plazo no nos podremos dar el lujo de que no lo sean por el agotamiento de recursos, el cambio climático y la biodiversidad.
El arquitecto Miguel Díaz es optimista. “Se está dando el caldo de cultivo idóneo. Estamos en una generación comprometida con la sostenibilidad, y más en Europa”. El estudio del que es socio es uno de los que va un paso por delante impulsando la arquitectura bioclimática 2.0, es decir, la que además integra alta tecnología. “Estamos haciendo edificios de balance positivo, que son aquellos que son capaces incluso de generar energía para otros. Esto pasa por conseguir que las envolventes sean captadoras de energía y poder derivarlas a la red o a otras zonas de alrededor”, explica Díaz. “Los edificios serán grandes generadores de energía si hacemos las cosas bien”, continúa.
Es decir, esta arquitectura ya no se basa solo en herramientas pasivas –envolvente, masa térmica del edificio—, sino también en estrategias activas —tecnologías y energías renovables—. “Estamos viviendo una revolución en cuanto a tecnologías que también tenemos que aprender a utilizar”, comenta el socio del estudio Ruiz-Larrea. Por ejemplo, la inteligencia artificial permite prever cómo va a ser el clima y cómo se van a comportar esos edificios.
Otro paso al frente en esta carrera es concebir los proyectos con una visión holística: “Estamos diseñando el edificio en todo su ciclo de vida, desde que nace el primer tornillo hasta que muere el último tornillo”, según el socio de Ruiz Larrea.
Las próximas normativas van a ir en esta línea: ya no se trata solo de cuánto consume el edificio mientras se está usando, sino también de la huella de carbono de los materiales que se emplean y de su transporte. Como dice Laureano Matas, “la meta final es diseñar para un bajo impacto ambiental en todo el ciclo de vida del edificio. El diseño bioclimático prioriza activamente el uso de materiales de proximidad o de muy bajo impacto ambiental, lo que no solo minimiza la huella de carbono y reduce los costes logísticos, sino que también facilita la reutilización y el reciclaje”.
