Vogue: A pesar de que tus padres te regalaron tu primera moto a los 6 años, lo cierto es que tu familia se dedica a la medicina, ¿cómo se tomaron tu fascinación con el mundo del motor?
Cristina Gutiérrez: Todo empezó cuando tenía unos cuatro años y fue algo muy natural. A mi padre le encanta la velocidad y seguir las carreras. Fue como algo heredado. Tuve la suerte de que mis padres me apoyaron desde el principio, siempre me dejaron probar todo, no solo las motos y los coches, y siempre se lo he agradecido a ambos porque un niño lo que quiere es buscar lo que le gusta. Después empecé a competir con mi hermano mayor, que ahora es médico, y ganamos varios campeonatos de España juntos, pero cuando hizo el MIR lo tuvo que dejar. Yo tuve la suerte de estudiar una carrera un poco menos difícil, odontología, y pude compaginarlo.
Has estado compaginando el ejercicio de la odontología con tu carrera como piloto durante mucho tiempo, ¿no?.
Así es, dejé de trabajar de ortodoncista en febrero de este año. El motor, sobre todo en mi disciplina, es un poco inestable y nunca pensé que iba a poder dedicarme a ello profesionalmente. Era mi sueño, pero a veces conocidos que trabajan también en este mundo me bajaban de las nubes porque hay muchos más pilotos que asientos. Así que realmente soy una afortunada.
Durante todos esos años en los que estuviste compatibilizando ambas profesiones y que veías que realmente aspirabas a entrar en un sitio muy pequeño, ¿pensaste en tirar la toalla?
Un montón de veces. Los primeros años yo organizaba todo: con 20 años buscaba financiación para poder entrenar y correr el Dakar, organizaba la ropa, cuidaba a los patrocinadores… Todo esto compaginándolo con mis estudios o con el trabajo. Hay momentos en los que dices ‘no sé si merece la pena todo este esfuerzo sin la certeza, además, de si voy a llegar a algún sitio’. El momento más álgido fue cuando llegó la pandemia, porque yo llevaba cuatro rallies Dakar y todos los patrocinadores me dijeron que se bajaban del carro, fue un año desastroso. Y ahí fue cuando anuncié que dejaba de competir. Me fui a Barcelona a vivir y cuando llevaba dos semanas allí me ofrecieron competir en un equipo de los mejores que había en ese momento, pero eso implicaba que tenía que pedir un crédito. La decisión no fue fácil. Mis amigos y mi familia me ayudaron mucho porque yo solo pensaba que podía arruinarme y ellos lo veían como una oportunidad. Al final, después de hablarlo mucho, pedí el crédito. Y entonces corrí esa carrera [se refiere a Baja Andalucía] y salió muy bien. El resultado llamó mucha atención y recibí un mensaje por Facebook del manager de Lewis Hamilton ofreciéndome competir en Extreme, un campeonato de coches eléctricos, con un contrato y un sueldo. Me cambió la vida. Conocí a Sébastien Loeb y, a través de él, hablé con Red Bull y, de repente, todo lo que yo había estado buscando durante 13 años ocurrió.