Un lector le envió a David Uclés una bomba de la Guerra Civil (sin explosivo, solo a modo de obsequio). Otra lectora, que tiene una óptica, le regaló unas gafas graduadas. Y otra —al loro— le hizo entrega de las llaves de un piso vacío en Villajoyosa (Alicante), para que lo disfrute cuando quiera: “Fui una vez, pero solo duré un día: no soy un animal de playa”, cuenta el escritor.
Son cosas que pasan cuando das un pelotazo literario y generas fandom: la novela La península de las casas vacías (Siruela), que mezcla relato histórico y realismo mágico en torno a la Guerra Civil española, ya ha vendido más de 200.000 ejemplares y su trayectoria comienza a asemejarse a otro inopinado superventas-supermasivo del mismo sello: El infinito en un junco, de Irene Vallejo. En Siruela están en racha.
El día 2 de abril de 2024 este periódico publicó una entrevista con un tal David Uclés, un joven autor desconocido que lanzaba una prometedora novela de 700 páginas sobre un tema no muy común en su franja de edad. Vivía con ilusión e incertidumbre: su máxima ambición, su concepto del éxito, era tener una buena reseña en Babelia y conseguir llegar a la segunda edición. Ahora el David Uclés que aparece por el madrileño Café del Nuncio (un sitio de aires bohemios que le pega al estilo retro del escritor) es el mismo —su gorra, su barba, su camisa de cuadros—, pero también es otro: en el último año y medio ha pasado de cero a cien convirtiéndose en una figura ubicua en el panorama literario tras 22 ediciones. Se le nota el cansancio en el rostro, sobre todo en los ojos: “Sí, estoy muy cansado”, dice, “pero también muy contento y muy feliz. Y, sobre todo, muy agradecido”.
El éxito es, pues, agridulce. Uclés está conociendo sus mieles, pero también su hiel, que le ha llevado a la consulta del psiquiatra. “Cuando iba a un sitio lleno de gente que requería mi atención o que ponía el foco en mí, me mareaba… Me apagaba, me apagaba, me apagaba… Tenía que ir al baño a mojarme la cara y recomponerme. Era muy desagradable”, cuenta. Esos desvanecimientos le ocurrieron en una librería de Mérida, por ejemplo, o en el pregón de la feria del libro de Jaén. El estrés le impedía dormir, perdió unos 12 kilos. Ahora está en tratamiento con antidepresivos, y algún ansiolítico puntual antes de los actos especialmente populosos. “Nunca he bebido, ni fumado, ni tomado drogas… Así que, bueno, supongo que por un tratamiento psiquiátrico no pasa nada”, dice. “Y me va bien”. Todo eso se une a las arritmias que sufre: se opera del corazón dentro de unas semanas: “Así que prefiero vivirlo todo en el momento”.

Para la elaboración de su libro, en el que trabajó durante 15 años, encadenando rechazo tras rechazo editorial, Uclés recorrió 20.000 kilómetros por España para conocer la geografía de la Guerra Civil. Ahora estima llevar 50.000 en promoción, con eventos casi cada día, y más de 300 presentaciones del libro. ¿No se aburre de repetir lo mismo? “No, porque en cada lugar que visito hablo de la parte de la novela que trata la guerra en ese lugar”, explica. Por ejemplo, en una visita a Asturias, en la librería Toma 3 de Gijón, leyó los fragmentos correspondientes traducidos a la lengua asturiana. Son algo así como actos personalizados, o localizados. “Me gusta cuando la gente me dice que ha aprendido cosas de una época que no le habían enseñado o que ahora entienden mejor los motivos de sus abuelos”, explica.
Para comprender mejor aquella época, Uclés comienza en noviembre un podcast en la Cadena Ser, Las cuatro heridas, con motivo del 50º aniversario de la muerte de Franco, en el que pregunta a más de 50 invitados cómo nos afecta la inercia de la Segunda República, la contienda civil, el franquismo, en un mundo donde vuelven las tentaciones totalitarias y la extrema derecha crece entre los jóvenes varones. El primer capítulo sucede en el espacio exterior; el segundo, en el Salón de los Espejos de Baeza, donde se encontraron Lorca y Machado; el tercero, en Gernika. “Es muy poliédrico”, cuenta.
Su compromiso con la memoria histórica también le ha traído algunos problemas, como amenazas fascistas en redes sociales. Le dicen cosas como “si te veo por la calle ya verás” o “esta nueva España que se levanta hoy te va a apagar la voz”. “Lo que más me molesta es que se refieren a mi homosexualidad, mi aspecto físico o mis orígenes. Critica mi obra si quieres, pero no me llames maricón”.
Entre amenazas, tratamientos y enormes satisfacciones, la rueda no para. Solo en los próximos treinta días Uclés visitará Albacete (hacia donde sale tras la entrevista), Barcelona, Cáceres, Sevilla, Toledo, Marbella, A Coruña, La Rinconada, Almendralejo y Avilés, sin contar cuatro actos en Madrid. “Cuando empecé con la promoción era tan ingenuo que no sabía que por los actos se cobraba… Yo, que daba clases particulares por 15 euros la hora y que nunca había tenido más de 500 euros en el banco…”, dice.
En su peripecia ha sido nombrado hijo predilecto de Úbeda, ha sido pregonero en Quesada, su pueblo (trasunto de Jándula en la novela), ataviado al modo de Bienvenido, Mr. Marshall!, ha sido entrevistado en el programa de Buenafuente, ha sido destacado en un vídeo del presidente Pedro Sánchez (junto a Pedro Duque), o ha podido conocer a algunos de sus ídolos literarios, como el asturiano Fulgencio Argüelles o Salman Rushdie. Rechazó dar el pregón de Gandía: nunca había estado allí. Y ha recibido la bendición de grandes nombres de la cultura española: Ian Gibson, Joaquín Sabina, Iñaki Gabilondo o Juan Cruz. Puede que a esas generaciones, Uclés, siendo como es, les recuerde a su propia juventud.
El éxito no fue instantáneo. El libro salió en primavera, pero no fue hasta la cercanía de la pasada Navidad cuando empezó a poder llamarse un fenómeno. Uclés lo achaca al apoyo de Sabina por aquellas fechas, o a que Gabilondo lo recomendó en un especial de Babelia. En ese momento la cosa se empezó a calentar y se agotaron los ejemplares para las fechas navideñas. Dejaron de ganar ahí un bien dinero, pero este año eso no va a pasar, ya están las imprentas en marcha: cuando la fama de un libro alcanza esta envergadura (como pasa con el premio Planeta) es común que se convierta en un típico objeto de regalo, la elección más obvia para los que no están muy puestos en el panorama libresco.
Hay autores que tienen una evolución progresiva, que van creciendo, que consiguen cierto estatus poco a poco. Y otros tienen un libro estrella que les aúpa de golpe y les hace subir un escalón: es el caso de Irene Vallejo, Sergio del Molino o el propio David Uclés. Esa obra tocada por los dioses les proporciona colaboraciones en medios prestigiosos, conferencias, eventos, invitaciones a festivales lejanos. Y parece que no hay marcha atrás. “Yo sigo convencido de que esto es una burbuja, de que en un año la gente se habrá olvidado de mí, hay muchos estímulos, estarán a otra cosa”, dice el escritor.
Planea seguir en esta vorágine hasta 2027, luego cortar por lo sano, irse a Praga a vivir dos años, ponerse a escribir. “Esa es la vida que me gusta en realidad, ir a un país donde no conozco a nadie, ni el idioma, y empezar de cero”, dice. ¿Y después de La península? “Hay escritores que son recordados por su nombre, otros por su obra: a mí no me importaría ser recordado por este libro, aunque publique otros después”, dice. De hecho, tiene varios proyectos a punto de acabar, que se gestaron mientras esperaba a publicar su superventas.
Una cosa buena es que Uclés, además de persona, tiene personaje, y eso, aunque sea natural, aunque no lo fuerce, o precisamente por eso, colabora a su fenómeno. “Lo más extraño de mí, lo más outsider, tal vez sea que no había cotizado en mi vida”, dice. Antes de La península de las casas vacías se ganaba la vida tocando el acordeón y cantando chanson francesa, le viene de cuando pasó casi tres años en París, por Montmartre, cantando en los bares por Charles Aznavour, Jacques Brel o Edith Piaf. La bohemia. Pero ahora… lo sigue haciendo. La diferencia es que tiene dinero y ya no pone la gorra: hay muchos otros artistas que necesitan ese apoyo. A veces la gente se da cuenta de que el músico callejero también es el novelista famoso. “Es una sensación muy bonita, cuando alguien te sonríe de manera especial mientras cantas, y notas esa complicidad, porque ha leído tu novela”. Eso también es el éxito.