Deberías escuchar más a tu batería social para disfrutar de tiempo de calidad (real) en tus relaciones

Prestar atención a la batería social para mejorar nuestras relaciones

Hay veces que la idea de socializar nos genera un rechazo aparentemente inexplicable. Es entonces cuando acabar haciéndolo se traduce en una especie de satisfacción al llegar a casa: por fin, la interacción ha acabado. Pues bien, esa sensación de paz, tranquilidad o hasta de habernos quitado un peso de encima tiene una explicación: una batería social descargada que se ha visto expuesta a estímulos que no podía procesar con el entusiasmo y la energía necesarias y que, finalmente, ha encontrado el espacio ideal donde recargarse.

En los últimos años, el término ‘batería social’ se ha convertido en una forma de validar cómo nos sentimos frente a la idea de interactuar con el resto. Y es que no tener suficiente carga de energía social no es sinónimo de que no nos apetezca o guste un plan. El propósito de esta expresión no es poner excusas vacías, sino expresar lo que nuestro cuerpo advierte: que no contamos con la energía necesaria para socializar. Así, evitaremos estar ausentes o no disfrutar de un tiempo de calidad con nuestros amigos, familiares o pareja.

“Esta metáfora intuitiva describe la energía mental y emocional disponible para interactuar. Al igual que un móvil, esta capacidad se ‘consume’ con el uso”, nos explica Francisco Rivera, psicólogo y manager clínico de Unobravo. Según el experto, esta idea refleja un fenómeno psicológico real: la fatiga social. “Tras la pandemia hemos aprendido a validar esta sensación, es decir, si decimos que la batería está descargada, comunicamos la necesidad genuina de retirarnos y recargar, transformando el aislamiento de un tabú en una necesidad de bienestar”, añade.

Para poder detectar este cansancio social, según el psicólogo, debemos llevar a cabo una escucha interna (y honesta) de aquello que sentimos y prestar atención a tres señales. La primera, el aumento de la irritabilidad: “Ruidos y bromas te molestan y te ponen a la defensiva”, explica. La segunda, un deseo urgente de retirada: “El pensamiento recurrente es ‘necesito irme ahora mismo’”, añade. Por último y, probablemente, el más perceptible para el resto: dar respuestas superficiales. “Tu mente prioriza ahorrar la poca energía que le queda y opta por contestar con monosílabos o asentimientos”, ejemplifica Rivera.

Aunque es posible llegar a confundir el agotamiento social con el físico o la falta de preferencia o interés, este no está relacionado con necesitar más horas de sueño, el estrés diario o con que un plan nos guste más o menos. “Este tipo de cansancio nos hace sentir drenados por el esfuerzo de estar presente, prestando atención y descifrando el ambiente social”, aclara el experto. “Puedes haber tenido un día tranquilo, pero la sola idea de socializar te abruma y te genera una necesidad impulsiva de aislamiento y silencio”, insiste.

Aprender a valorar las señales internas

Una vez aprendes a identificar en qué punto se encuentra tu batería social y a valorarla, los arrepentimientos y la culpabilidad desaparecen. “Forzarnos a socializar cuando nuestra batería está en mínimos es una elección que pasa factura. El desgaste se manifiesta tanto en nuestro mundo interior como en la calidad de las interacciones”, asegura el psicólogo. También podemos llegar a somatizar la irritabilidad (dolores de cabeza, cansancio mental), además de devaluar nuestro estado de ánimo. “Si no atendemos la necesidad legítima de descanso, el efecto más inmediato a nivel emocional es la escalada del estrés y la ansiedad”, añade Rivera. “Además, si hacemos de esto un patrón, esta falta de respeto por nuestras propias necesidades erosiona paulatinamente la autoestima y la confianza en uno mismo, ya que nos estamos obligando a funcionar en contra de nuestras señales internas”, indica.

Y recuerda: no se trata de una excusa. “Priorizar el descanso no es un capricho, es necesario para poder ofrecer nuestra mejor versión a quienes nos importan”, recalca el psicólogo. Tampoco deberíamos camuflar nuestra batería social con excusas como “no puedo, tengo demasiados recados que hacer”. “La necesidad de inventar una excusa cuando no queremos asistir a un plan es, en realidad, algo muy común y tiene mucho que ver con el qué puedan pensar de nosotros”, razona Rivera. El miedo al rechazo y al juicio tienen mucho que ver. «Vivimos en una cultura que a menudo glorifica la extroversión y la hiperactividad social, lo que hace que decir «no» con sinceridad —simplemente porque «no me apetece» o «necesito estar solo»— pueda sentirse automáticamente como una ofensa o, lo que es peor, como un acto de egoísmo», reflexiona.

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