Decisiones acertadas: cuando la que manda es la microbiota

Decisiones acertadas: cuando pensar con claridad depende del organismo

Imagina que en este preciso instante alguien gritase “¡Fuego!”. ¿Cómo reaccionarías ante la amenaza? Seguramente se activarían todos los mecanismos de huida de tu sistema nervioso simpático, tu respiración se aceleraría, se te dilatarían las pupilas, aumentarían tu frecuencia cardíaca y presión arterial para distribuir más flujo de oxígeno al sistema locomotor –por si tuvieses que salir corriendo–, se liberaría la glucosa almacenada en tu hígado para proporcionarte energía adicional y se bloquearía o disminuiría la actividad del sistema digestivo, algo que tiene su lógica, ya que tu organismo no puede permitirse el gasto energético asociado a la digestión.

Nuestro cuerpo está perfectamente diseñado para gestionar de forma inmediata esa respuesta al estrés y, además, recuperar el equilibrio (cuando el cortisol y la adrenalina vuelven a su estado natural). El problema llega cuando vivimos en un estado de alerta constante: “Algo que vemos hoy en día en consulta es que la mayoría de pacientes con patologías de tipo digestivo viven el día a día como si esa señal de fuego se activase cada pocos minutos”, asegura Fani García, terapeuta holística digestiva y autora de Es tu tripa la que grita, un libro que nace con el propósito de acercar a más personas la idea de que los problemas digestivos tienen un vínculo con nuestras emociones más fuerte del que pensamos y que, a lo largo de los procesos de recuperación, se tiende a dejar relegado para lo último, aumentando así el desgaste y la cronicidad.

Salud digestiva y toma de decisiones

La relación entre nuestra salud digestiva y nuestro bienestar emocional es más profunda de lo que imaginamos. De hecho, están estrechamente interrelacionados a través del eje intestino-cerebro, un sistema de retroalimentación bidireccional entre la microbiota intestinal y el sistema nervioso central, mediada por hormonas, neurotransmisores, moléculas y el nervio vago (el que conecta el tronco cerebral con casi todos los órganos del cuerpo). Aquello de “somos lo que comemos” ha dejado de ser una moralina superficial para convertirse en una hoja de ruta fundamental para alcanzar un estado físico y mental saludable.

Llevar una mala alimentación no solo causa problemas digestivos crónicos, como el síndrome del intestino irritable, sino que también afecta a nuestro ánimo y comportamiento, pues una microbiota desequilibrada puede alterar la producción de neurotransmisores como la serotonina, la conocida como hormona de la felicidad, y el GABA, cruciales para la regulación del estado emocional, el estrés, la claridad mental y tomar decisiones acertadas. Efectivamente, una mala salud digestiva puede influir negativamente en la toma de decisiones.

“Actualmente disponemos de numerosos estudios que muestran el impacto que la microbiota tiene en nuestro comportamiento, incluso en un estudio reciente llevado a cabo por la Universidad de Bonn y el Instituto del Cerebro de París se ha podido observar cómo los cambios en la composición de la microbiota intestinal pueden influir en nuestra percepción y sentido de la justicia, es decir, la forma en la que actuamos cuando consideramos que algo ha sido justo o injusto”, revela la terapeuta.

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