‘Descansa en paz’: una película de zombies intimista

Un día de verano en Oslo, los muertos despiertan. Tres familias rotas por la pérdida bregan con el hecho inesperado de reencontrarse con sus seres queridos sin respuestas y con mucha incertidumbre. Este es el sencillo planteamiento de Descansa en paz, disponible en Filmin, la cinta de la directora noruega Thea Hvistendahl basada en el libro Handling the undead del sueco John Ajvide Lindqvist –también autor de Déjame entrar–, con la que debuta en el formato largo después de filmar en 2019 el cortometraje Children of Satan.

Pese a que la tesis principal de la película pertenece al campo de la ciencia ficción, la trama discurre con un naturalismo que convierte la premisa en una circunstancia absolutamente verosímil. La austera fotografía y la manera en la que la directora se recrea en determinados momentos domésticos sin aparente peso narrativo, construye en el espectador una predisposición natural a creer en lo que ve. En Descansa en paz no hay sustos, ni violencia explícita –tan solo en una escena en la que uno de los personajes juega a un videojuego de zombis, un detalle que parece casi una broma sutil–, ni momentos especialmente mórbidos –un salto al vacío teniendo en cuenta la inclinación hacia el body horror en la que parecen haber caído buena parte de los títulos recientes de cine fantástico–, pero sí hay un hondo y audaz retrato en torno a cómo se transita por el duelo y la manera en la que los vivos se aferran a los muertos. Una bellísima, dolorosa y original manera de llevar al cine aquella frase hecha de ‘cuidado con lo que deseas’.

‘Descansa en paz una película de zombies intimista
‘Descansa en paz una película de zombies intimista

El guion es un potente ejercicio de minimalismo en el que los silencios son tan o igual de elocuentes que los diálogos. La desnudez y el peso crudo del dolor que comparten las tres familias protagonistas de la película es sostén suficiente para entender y empatizar con lo que ocurre en pantalla. Y así lo entiende Hvistendahl, que decide poner el acento en la dimensión familiar y emocional de la pérdida a través de la contención.

El resto de elementos formales de la película se mueven en esa misma dirección. Por un lado, el maquillaje y la caracterización de los zombis, con una puesta en escena natural que no se recrea en los elementos estéticos clásicos de este tipo de personajes, también busca ese mismo efecto de veracidad; pero también el montaje, con multitud de planos estáticos muy largos que ponen el foco en ciertos detalles aparentemente prosaicos –el trayecto a pie que hace un padre de su casa a la de su hija, un chico alimentando a unas palomas debajo de un puente, etc…–. Y finalmente la música, que se mueve entre lo inquietante y lo emocional con una delicadeza bastante conseguida. Tanto es así que el responsable de la banda sonora, Peter Raeburn, ganó el Premio Especial del Jurado en Sundance por este trabajo.

La película es, además, el reencuentro de Renate Reinsve y Anders Danielsen Lie, los protagonistas de la celebrada La peor persona del mundo, aunque en esta ocasión no compartan ningún plano a lo largo de la película. Un sutil filme que supone un ejercicio intimista insólito en el terror clásico y que usa el recurso de los zombies casi como un MacGuffin para reflexionar sobre el duelo y la pérdida desde un punto de vista nuevo.

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