‘Despelote’ (2025), crítica | Te muestra los testículos de perro bamboleantes mejor animados que verás en tu vida. Es lo único que puede salvarse en este despropósito de Netflix

Imagina que a Miguel Ángel Buonarroti le dieran los mejores materiales del mundo, una gigantesca pieza de mármol de Carrara y libertad absoluta para plasmar todo aquello que lleva guardado en su interior desde hace décadas y que el genio entregase, tras años de incesante trabajo, un par de gigantescos testículos anatómicamente perfectos, intachables en lo artístico, pero un par de testículos al fin y al cabo: todo el arte, la evolución, el estilo propio y los años de trabajo puestos al servicio de una apabullante grosería, de un chiste verde que no hace demasiada gracia. Pues eso es, exactamente, ‘Despelote’, lo nuevo de Genndy Tartakovsky para Netflix.

Perros Follar

Nunca has visto unos testículos tan fascinantemente groseros y perfectamente animados como los del perro protagonista de esta película. Tartakovsky, que viene de ‘El Laboratorio de Dexter’, ‘Las Supernenas’, ‘Samurai Jack’, ‘Hotel Transilvania’ o ‘Primal’, entre otras, ha utilizado toda su sabiduría, su maestría y su legado como uno de los mejores narradores de la historia de la animación para hacer una cinta sobre un perro que no quiere ser castrado porque disfruta mucho teniendo sexo con la pierna de la abuela de su familia. Tal y como suena.

‘Despelote’ es una de las películas más eminentemente extrañas que me he encontrado en toda mi vida. Por un lado, técnicamente es fantástica, un retorno intachable a la animación en dos dimensiones más libre, estrafalaria y repleta de diseños incómodos. Pero, por otro, el guion parece escrito por un adolescente de 13 años que acaba de descubrir qué partes de su cuerpo encajan en partes de otro cuerpo: sin sutilezas, sin matices ni control, el director se deja llevar por la idea de animar culos y testículos de perro hasta la extenuación, llegando a su culmen en una orgía que hace que el final de ‘La fiesta de las salchichas’ parezca digna de preescolares.

No solo no hubo ni un solo chiste de la película que me hiciera gracia: es que hubo varios que me causaron auténticas arcadas. Por muy bien animado que esté un perro comiendo excrementos de gato y paladeándolos, es difícil disfrutar del momento como si fuera una delicatessen. ‘Despelote’ es un experimento continuo por ver hasta dónde se puede tensar la cuerda, pero nadie parece darse cuenta de que en los primeros diez minutos ya se ha roto varias veces, y solo queda en el espectador la desidia de ver una batería de chistes y gags visuales que harían avergonzarse al Señor Barragán.

Qué vida tan perra

Es una cuestión, conste, meramente subjetiva: si el humor soez hace que te partas de risa, aquí vas a tener hasta explotar en una película que se plantea preguntas como «¿Y si los perros se fueran de putas?» o «¿Puede un hueso ser usado como dildo canino improvisado?». Personalmente, fue una experiencia inenarrable, fascinante en sus vibrantes colores, su irreal fluidez, sus histriónicos diseños y su fantástica animación, pero falta de interés y brío en el resto: no hay un solo chiste que entre a tiempo o que tenga otra pretensión que no sea, simplemente, chocar al público. Y hasta el «shock value» tiene un límite.

Todo esto ya ha pasado, claro. En 2003, siete años después del final de ‘Ren y Stimpy’, su creador, John Kricfalusi, decidió que ya era hora de un reboot para mayores de 18 años. ‘Ren & Stimpy Adult Party Cartoon’ solo emitió 3 episodios de los 6 planeados, y, en realidad, el motivo era muy similar al de esta película: por muy increíble que sea la técnica, si se usa para que Stimpy se quede embarazado del bebé de Ren y que al final el niño esté hecho de heces (sí, este es un capítulo real), quizá no merezca la pena el esfuerzo. En ‘Despelote’ es fácil quedarse embobado con los movimientos y su plasticidad, pero es casi imposible alejarse de que lo que estás viendo parece una gamberrada hecha por estudiantes de animación.

Una cosa sí tengo que decir a favor de esta oda al mal gusto y los bajos instintos perrunos: me ha dejado huella, por un motivo o por otro. Aprecio que Sony (que vendió la película a Netflix, al igual que ‘Las Guerreras K-Pop’) dé esta clase de libertad a sus creadores, aunque sea para hacer cosas tan eminentemente fallidas como ‘Despelote’. En tiempos de jugar a lo fácil, tirar a lo que sabes que funciona o apostar exclusivamente por fórmulas ya probadas, gastarse el dinero en hacer una comedia animada de perros salidos es de una valentía digna de quitarse el sombrero.

Al final, eso sí, lo que queda es una película que podría haber sido más divertida, más grosera e incluso más explícita y pese a todo ser buena, pero que falla por culpa de un guion perezoso que decide quedarse en un amargo devenir de chistes sobre testículos botando, comer excrementos, perros teniendo sexo y los placeres de beber Kool-Aid del váter. Si te has mondado de risa solo con imaginártelo, te doy la enhorabuena, porque ‘Despelote’ es la película que estabas esperando. Si no, continúa adelante. ¡Ah! Y aunque parezca obvio, por favor, no le pongas esto a un niño, porque, aunque sea «de dibujitos», no está pensada para él. En realidad, para nadie que no sea el propio Tartakovsky. Espero que se haya quedado a gusto después de tanta orgía canina y pueda volver a su programación habitual.

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