Digámoslo claro: una baja por maternidad no tiene nada que ver con unas ociosas vacaciones

Todo esto no significa que no disfrutemos de nuestro permiso. Esta creciente narrativa esencialista de la maternidad abnegada y con absolutamente todo bajo control es terrorífica. Que sea un trabajo y que lo reivindiquemos como tal no implica un sufrimiento constante y perpetuo. He conocido un agotamiento feroz pero también he sido más creativa que nunca. Como escribió Alicia Ostriker, “la maternidad fue para mí como el sexo, un buen lío del que no quise prescindir para abrirme camino en la vida”.

Eva Blanco Medina, redactora de Cultura de ‘Vogue’ España

Los cinco meses y 18 días que han transcurrido desde que di a luz hasta mi reciente reincorporación al mundo laboral –un periodo que comprende la baja por maternidad, el permiso de lactancia y las vacaciones que me había reservado de 2024– han sido, sin lugar a dudas, el tiempo más rico y trascendental que he vivido hasta la fecha. He disfrutado de mi hijo de la manera más sensorial posible, con una interacción a ratos primitiva o animal (oliéndonos mutuamente, palpándonos, emitiendo sonidos guturales de apreciación mutua). La experiencia inédita de estar ‘descalendarizados’, el sentirme ajena al ruido del mundo y a las presiones productivas empresariales han hecho de estos meses un paréntesis vital que ha sido un verdadero regalo.

Pero la realidad está siempre cuajada de contradicciones y matices. El tiempo de los lentos paseos, de los mimos a deshora, de las apacibles siestas con el bebé en el pecho, de los cafés con amigas y de asistir a las primeras carcajadas de C. es también el tiempo en el que he conocido las mayores cotas de variabilidad emocional y extenuación física de mi historia. La intensidad del parto, el largo túnel del posparto, el pedregoso (cuando no, directamente, doloroso) arranque de la lactancia y la exigencia corporal generalizada de estas primeras etapas de la crianza resultan abrumadores. Un capítulo aparte merece, en muchos casos, la privación del sueño. Me consta que mi hijo podría dormir peor de lo que duerme. Y, aun así, la enésima vez que he tenido que levantarme en una noche a cogerle y pasear con él en brazos como una zombie por la casa a oscuras, no he podido evitar llorar, maldecir y verme superada. En muchas de estas ocasiones, mientras me esforzaba por navegar el caos, he pensado para mí misma: ‘Esta noche en danza, este martilleante llanto de bebé, este eco de vómito en mi sudadera, este pañal cambiado en penumbra a las tres de la mañana… ESTO es, en esencia, una baja de maternidad: todo lo que no es estético o instagrameable. La dureza explícita de algunos momentos’.

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