Dismorfia de productividad: la trampa de sentir que nunca es suficiente

Dismorfia de productividad: la trampa de sentir que nunca es suficiente

“La ‘dismorfia de productividad’ es la intersección entre estar agotado, sufrir de síndrome del impostor y tener ansiedad. Es una desconexión entre lo que objetivamente has logrado y tus sentimientos al respecto”. Así definía Anna Codrea-Rado, colaboradora de medios como BBC, The Guardian o The New York Times, el término que ella misma acuñó. Dicho de otra forma, esta periodista internacional llevaba años viviendo con la sensación permanente de no haber hecho lo suficiente, de que no había sido todo lo productiva que podría o debería, de que sus logros no eran meritorios. Independientemente, claro, de que esto se ajustase más o menos a la realidad. “A priori la dismorfia de productividad podría confundirse con el síndrome del impostor, pero existe una diferencia clave: mientras que en el segundo caso quien lo sufre considera que no tiene las habilidades necesarias para hacer frente a una determinada actividad o situación, en el primero, por mucha energía y esfuerzo que uno ponga en su trabajo, sentirá que este es cuestionable y mejorable”, explica María Cordón, psicóloga sanitaria especialista en perspectiva de género.

La experta alude a dos clubes con una altísima cuota de afiliados en los que la balanza se decanta tradicionalmente hacia un género concreto. “La mujer ha podido empezar a optar a puestos de responsabilidad de manera relativamente reciente, lo que conlleva que muchas tengan muy presente la necesidad de tener que ‘demostrar’ que son válidas para el puesto en cuestión. Por lo que, del mismo modo que ciertos rasgos de la personalidad pueden predisponer la dismorfia de productividad –personas exigentes, con alto grado de responsabilidad e implicación–, este hito social también favorece un incremento en cuanto al nivel de autoexigencia desarrollado”.

En otras palabras y como bien apunta Codrea-Rado, el viejo dicho de ‘hay que trabajar el doble para llegar igual de lejos’ sigue siendo válido. “Podemos ponerle un nombre a nuestros sentimientos de incompetencia. Ponerles la etiqueta de dismorfia de la productividad nos ayudará a identificar el problema y, al hacerlo, nos permitirá vernos como realmente somos. Pero eso no basta. Tenemos que abordar sus causas: el racismo, el sexismo, el clasismo y una sociedad que considera el fracaso laboral como un fracaso individual, no como un síntoma de desigualdades estructurales. La próxima vez que alguien me pregunte por mi trabajo, no eludiré la pregunta. Responderé con sinceridad: es complicado, pero estoy trabajando en ello. Estoy sosteniendo el espejo para ver lo que realmente hay ahí”, reconocía la periodista en un análisis para la página web estadounidense Refinery29.

La ‘dismorfia de productividad’ va más allá de nuestro entorno laboral

Y aunque esta pueda parecer su definición principal, no solo de frustraciones laborales vive la dismorfia de productividad; esta sensación de insatisfacción puede permear también otras áreas de nuestra vida. Pongámonos en un supuesto práctico: es sábado, has hecho la colada, recogido la ropa del tinte, sacado a pasear al perro y pasado tiempo de calidad con tu pareja, amigos o familia tras una semana agotadora. Pero oh, no has ido al gimnasio, ni hecho la compra, ni otras tantas tareas que asaltan tu mente en una poco oportuna crisis de frustración cuando te sientas en el sofá y piensas –pasando por alto que descansar (y no solo dormir) es indispensable para rendir, y especialmente para hacerlo de forma sana– que podrías haber dado más de ti.

“Del mismo modo que no deja de influir la famosa cultura de la hiperproductividad y de la inmediatez, de la creencia irracional de poder con todo y de llegar a todo, no solo se reduce a eso. También está presente la necesidad imperante de no perdernos nada como individuos, como si eso fuese posible. Es importante entender que, por cada decisión que tomamos, renunciamos a algo por pequeño e insignificante que pueda parecer. Esto forma parte de la vida, como cuando decides quedarte tranquilamente un viernes en casa, pero de fondo suena el runrún de ‘¿me estaré perdiendo una gran noche de conocer a gente interesante o de reírme con mis amigas en cualquier garito de la ciudad?’ Pues puede que sí o que no, pero has tomado la (importante) decisión de descansar. Tomar decisiones implica reducir alternativas”, argumenta Cordón, que bajo esta premisa aconseja tener una lista de tareas agradables a mano en la que anotar planes que nos hagan conectar con nosotros mismos o nuestro entorno cercano, y planear una cita semanal (entre lunes y viernes) para ellas. “Busca el hueco en el non stop para parar”.



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