La ética y la inteligencia artificial
Los brazos de la inteligencia artificial se extienden y cada vez consiguen abarcar más ámbitos de nuestra vida. Estamos normalizando que forme parte de muchas de nuestras decisiones diarias sin apenas notarlo, algo que para Carissa Véliz, profesora en el Instituto para la Ética en la Inteligencia Artificial de la Universidad de Oxford, debería llevarnos a una reflexión acerca de la privacidad de nuestros datos. “De esta privacidad depende, no sólo la libertad individual, sino también la de la sociedad”. Según la experta, aunque somos conscientes de que nuestros datos valen dinero, no tenemos tan claro que también otorgan poder y que la privacidad es colectiva. “Al ceder tus datos, también estás dando los de tus amigos, de tu familia y de tus conciudadanos, así que aunque yo cuidé mucho de mi privacidad, si tú no lo haces, yo también voy a sufrir esas consecuencias. Por eso es tan importante que todos entendamos por qué la privacidad es un derecho en la Declaración Universal de los Derechos Humanos”.
Para Véliz digitalizar es vigilar, porque al transformar la información en datos, la hacemos accesible, registrable y medible, y de ahí a la autocensura hay un paso, sobre todo cuando somos consciente de que nuestras acciones están siendo observadas. Si bien es cierto que la digitalización puede hacernos la vida más fácil, también puede invadirlo todo y esto tiene un coste. “No hablo solo de la pérdida de privacidad, también en las relaciones humanas. Está claro que cada vez pasamos más tiempo con el teléfono y menos con nuestros amigos o con nuestra familia, que es en realidad lo que nos aporta un verdadero soporte emocional. Las mejores cosas de la vida son analógicas”.
Cómo poner límites
Podemos decir que la ética de la inteligencia artificial sigue en su fase de infancia. Aunque acaba de aprobarse la Ley de la Inteligencia Artificial de Europa, aún queda mucho camino por andar, sobre todo en la ética, que va más allá de la legislación, según esta asesora en privacidad. “Las leyes tienden a ser minimalistas, y está bien que sea así, mientras que la ética tiende a ser mucho más ambiciosa en el tipo de sociedad que queremos tener y el tipo de productos que queremos sacar al mundo, y en ese sentido todavía estamos muy atrasados. Pese a todo, reconozco que es un momento muy emocionante que requiere compromiso, creatividad y que supone una oportunidad es para diseñar mejor las cosas”.
La académica tiene en el programa Ética de la Inteligencia Artificial de la Fundación Rafael del Pino, en el que habla, entre otras cosas, acerca de los sesgos y la discriminación, uno de los grandes problemas de esta nueva tecnología. “La IA se basa en datos históricos, y la historia está plagada de sexismo o racismo. Al final, cuando usa información de hace 50 años, cuando las mujeres en muchos países no podían votar, está perpetuando estos sesgos, y muchas veces, recomendando patrones que son todavía peores”.
¿Qué podemos hacer? “Mucho”, sentencia Véliz, quien insiste en que las pequeñas decisiones que tomamos como usuarios de tecnología impactan más de lo que pensamos en las empresas. “En mi libro Privacidad es poder tengo todo un capítulo sobre qué pueden hacer las corporaciones, los individuos y los reguladores para proteger su privacidad, pero algunos que son muy fáciles de aplicar, como mirar exactamente qué datos personales tenemos, dónde podemos minimizarlos, revisar que la base de datos esté bien proporcionada y que no sea sexista o racista. Sobre todo son soluciones sociales, políticas y de buena gobernanza”.
Destaca que, al ser problemas éticos, no hay soluciones puramente técnicas, ya que “se necesita tener un comité de ética con procesos para identificar dilemas y lidiar con ellos, para proponer soluciones, para revisar si esas soluciones son adecuadas, para aprender de la experiencia, para tener contacto con otros comités y compartir conocimientos”. Y concluye: “Cuando salgas de casa, apaga tu WiFi y tu Bluetooth. Si quieres una buena fiesta, dile a tus invitados que no suban vídeos y si quieres una buena conversación, apaga las cámaras”.