Dormir con la persianas subida, ¿de verdad afecta tanto al sueño y al bienestar?
Últimamente el debate sobre si es mejor dormir con la persiana subida o bajada me rodea a nivel personal, tanto en conversaciones con amigos como en redes sociales, donde se habla mucho de tener una preferencia u otra (y de los roces que puede ocasionar cuando se comparte cama). Digamos que es el típico tema que genera bandos encontrados con posturas difíciles de acercar. Como ducharse por la mañana o por la noche o ser más de Pepsi que de Coca-Cola, esas situaciones cotidianas que te posicionan en un lado o en otro, pero nunca en los dos a la vez. Hace unos días, por ejemplo, durante una cena con varias parejas de amigos, el debate estaba servido –entiéndase la ironía– porque concretamente los integrantes de dos de esas parejas tenían gustos totalmente opuestos. Y justamente los que necesitan dormir con la persiana totalmente subida, tenían argumentos parecidos para justificar la decisión: 1) Necesitan saber si es de día o de noche. “No me gusta estar en la cama pasada cierta hora: tengo la sensación de estar perdiendo el tiempo. Si hay luz, interpreto que es hora de levantarse o queda poco para levantarse. Si bajo la persiana y no entra luz, entiendo que puede darse el caso de que no me dé cuenta de que es de día y me acabe levantando tarde”, me decía una persona del team ‘persiana subida’. 2) La total oscuridad les causa cierto agobio y sensación de aislamiento: “Me gusta mirar por la ventana mientras duermo y ver que las terrazas de los edificios de enfrente tienen luz”, decía otro miembro del mismo bando. A lo que hay que sumar otros argumentos superprácticos como lo incómodo que resulta tener que ir al baño totalmente oscuras. Argumentos, que en otras encuestas populares que he hecho para escribir este artículo, se repiten todo el rato.
Oscuridad para segregar melatonina
Todas estas personas que se declaran a favor de dejar entrar la luz de las farolas mientras duermen –todas viven en ciudad y ninguna tiene la suerte de que la única luz que asome sea la de la luna– conocen bien las teorías de los expertos en sueño que confirman que para crear un buen ambiente para dormir la oscuridad ayuda. Pero para poder conciliar y descansar necesitan saltarse la teoría. Jana Fernández, experta en sueño y descanso y autora del libro Aprende a descansar (Plataforma actual), me confirma cuando le pregunto sobre este debate que a la hora de conciliar el sueño es mejor bajar las persianas. “Fisiológicamente necesitamos silencio total y oscuridad total, por eso es recomendable dormir con las persianas bajadas. Lo ideal sería sin ningún tipo de iluminación artificial y bajo la luz de las estrellas ya que esa luz no activa el cerebro. Pero como no suele ser así, es mejor bajar las persianas e, incluso, usar un antifaz para asegurar la oscuridad completa. Aunque nos durmamos, el impacto de luz puede atravesar la piel del párpado y afectar a la calidad del sueño aunque nos durmamos”, explica.
Despertarse con luz natural
Es cierto que otras personas que no se apuntan al bando de oscuridad total para crear una especie de cámara de aislamiento para dormir, hacen referencia a cómo les ayuda despertarse con luz natural. Por ejemplo, la farmacéutica Rocío Escalante, que en su cuenta de Instagram contaba que necesitaba dormir con la persiana subida, me confirma que le gusta despertarse con la luz del día, entre otras cosas porque la presencia de la luz de la calle no le impide dormir y el beneficio de despertarse con luz natural le compensa. Precisamente el estudio Light, Sleep, and Circadian Rhythms: Together Again, llevado a cabo por expertos en sueño de la Universidad de Surrey (en Guildford, Reino Unido) confirma cómo la luz coordina los ritmos fisiológicos del cuerpo y su comportamientos, enviando señales al cerebro y modulando su actividad. Además, en el caso del ser humano, provoca un efecto de alerta. Precisamente por eso, si se tiene la suerte de dormir del tirón, despertarse cuando amanece con la luz natural no parece mala idea, aunque como explicaba Fernández, la presencia de luz exterior puede afectar a la calidad del sueño sin que nos demos cuenta.
¿Y si dejar entrar la luz compensa desde un punto de vista psicológico?
Es cierto que la teoría de los expertos en descanso es unánime: se necesita oscuridad para segregar melatonina y gracias ello, como explicó el doctor experto en sueño Neil Stanley durante una presentación de Ulé Cosmétics, se logra un buen descanso. Descanso que es la base, entre otras cosas, de buena salud y buenas relaciones sociales. Porque dormir mal nos hace menos atractivos para los demás, en todos los aspectos, no solo el físico, ya que una mala noche de sueño es suficiente para tener mayor riesgo de conflicto social al día siguiente (Stanley dixit).
Pero claro, cuando el remedio puede ser peor que la enfermedad, es decir, cuando la oscuridad puede provocar desasosiego, se entra en un círculo vicioso de estrés que también impide conciliar el sueño. “Es muy llamativa las diferencias individuales que hay en este aspecto, pero es cierto que las personas que necesitan cierta entrada de luz para conciliar el sueño suelen vincularlo con una mayor tranquilidad. Todo eso tiene que ver también con la sensación de orientación: la oscuridad total en un momento que te desvelas produce desorientación y cierta angustia y es uno de los motivos por los que se decide subir o bajar las persianas”, nos explica la psicóloga clínica Brígida H. Madsen.
Por su parte, la psicóloga Pilar Guerra profundiza mucho en el aspecto psicológico de esta decisión: “Hay algo muy interesante en la idea de mirar hacia afuera, especialmente hacia las luces de otras casas. En realidad, puede estar relacionado con una sensación de conexión o de pertenencia. Vivir en una ciudad o en un vecindario con otras casas iluminadas puede dar la sensación de que no estamos solos, que hay otros seres humanos a nuestro alrededor, aunque no los estemos viendo directamente. Esto puede reducir esa sensación de aislamiento o vulnerabilidad que a veces nos acecha al dormir. La luz, incluso la luz distante de otras viviendas, puede funcionar como un recordatorio inconsciente de que el mundo sigue funcionando, incluso si estamos en nuestra cama, tranquilos”, explica la experta, que vincula también esta necesidad con la sensación de control sobre lo que ocurre fuera que se puede tener al observar el exterior. Y repara en otro aspecto interesante: “También podría haber una cuestión emocional más profunda: algunas personas pueden asociar esas luces con momentos de calma, nostalgia o incluso consuelo”, afirma. Y llega el punto álgido de este debate: al final estas preferencias son subjetivas y dependen de muchos factores como el carácter, experiencias pasadas y la percepción del entorno. “Cada persona tiene su propia manera de procesar y experimentar el descanso y el entorno, y eso hace que nuestras rutinas de sueño sean tan variadas y complejas”, concluye Guerra. Por tanto, parece que es cuestión de elegir lo que reporta mayor bienestar (y ponerse de acuerdo, claro).