Quiero pensar que por el día soy una persona bastante agradable. O por lo menos normal. Sonriendo, haciendo preguntas cosas como “¿Qué tal el día?” o dejando pasar a los demás antes que yo si soy la primera en llegar… Ese tipo de cosas. Por la noche, sin embargo, sucede algo que no puedo explicar. Me vuelvo tiquismiquis y no tolero el más mínimo movimiento a mi alrededor. Me molesta la gente que hace ruido al respirar o esa gota de luz de la ventana de enfrente. Una vez me desperté en mitad de la noche porque me enviaron un mensaje de texto (y eso que mi teléfono estaba en silencio). Tengo el sueño ligero, sí, pero la cosa va más allá. La noche me trastorna.
Cuando empecé a salir con mi pareja nada de lo anterior tenía importancia. Teníamos veintipocos años y nos quedábamos despiertos hasta las dos de la madrugada fumando y poniendo discos casi hasta desmayarnos. Yo iba a trabajar con cuatro horas de sueño y hasta cierto punto eso estaba bien. “Ya dormiré cuando me muera», pensaba, con los ojos como dos pozos sin fondo. Y luego, de repente, me hice mayor y quise dormir como es debido, y vivir el día con una mirada luminosa y despierta. Y me convertí en una obsesa nocturna, que se enfurecía ante el más mínimo sonido o movimiento. Mi ansiedad alimentaba la de mi pobre compañero de cama hasta que entrábamos en un círculo vicioso de pánico y, obviamente, no dormíamos ninguno de los dos.
Hasta que el año pasado probamos algo distinto. Si no podíamos dormir, uno de los dos se iba a la cama de la otra habitación, sobre todo las noches en que mi pareja trabajaba hasta tarde. La idea me parecía un poco deprimente (eso de ‘duermen en camas separadas’ es el típico cuchicheo que presagia un inminente colapso matrimonial). Pero lo cierto es que fue una revelación. El mero hecho de considerar la posibilidad de dormir separados hacía que nos resultara más fácil conciliar el sueño: teníamos un plan alternativo en el que no entraban ni el Nytol ni que yo me transformara en un hombre lobo como el de Noche de miedo y dijera cosas como «Por favor, ¿puedes dormirte ya?» con voz entrecortada, como si eso fuera a servir de algo.
Suponía que este problema y su solución eran poco frecuentes, pero resulta que no. Incluso se le ha dado un nombre en Internet, ‘divorcio del sueño’, y parece que todas las parejas cansadas están en ello. Un estudio de 2023 descubrió que el 24 % de los millennials casados duermen de vez en cuando en camas separadas, y el 19 % lo hace de forma habitual. Según el informe Tendencias 2025 de Hilton, el 63 % de los viajeros afirma dormir mejor cuando está solo, y el 37 % duerme en camas separadas cuando está de vacaciones. Así que lo de dormir separados ya no es tan raro. Y, como señala la científica del sueño y psicóloga Wendy Troxel, en realidad debería llamarse ‘alianza del sueño’, teniendo en cuenta que es una solución a un problema frecuente.