Después del enorme éxito en cines de la saga Dune y antes de que arranque el rodaje de la tercera entrega, aterriza en la plataforma de streaming Max, a partir del 18 de noviembre, la precuela televisiva que lleva cocinándose desde 2019 y que es la compañera perfecta para aquellos que echan de menos El señor de los anillos o La casa del dragón. Una serie con presupuesto millonario, intrigas palaciegas y efectos especiales de lujo.
¿Cómo?
Tenía que ser el mismísimo Denis Villeneuve, director de las dos entregas que se han visto hasta la fecha en cines de la renovada saga Dune, el hombre encargado de dirigir el piloto de Dune: La profecía. Sin embargo, la serie basada en el vasto universo creado por Frank Herbert sufrió diversos retrasos y ha acabado, contra todo pronóstico, apareciendo en Max después del estreno de los filmes del director canadiense y convertida en uno de los grandes atractivos de la recta final de 2024 para los fans de la ciencia ficción y, por qué no decirlo, de los culebrones con hombreras como este que nos ocupa.
¿Qué?
Después de una guerra contra las máquinas –con obvias referencias a Terminator–, Valya Harkonnen se erige como la líder de la Hermandad, una sociedad cuya finalidad es el control de la galaxia y que usa las artes ocultas para dominar y eliminar a sus adversarios, además de infiltrarse en las grandes casas: la aristocracia que hace y deshace a su antojo en las entrañas del Imperio. Situada temporalmente 10.000 años antes de lo que se nos contaba en los largometrajes, Dune: La profecía explica la fundación de las Bene Gesserit, el todopoderoso culto de sacerdotisas que controlan los linajes de las casas reales con una suerte de brujería, encabezadas por la mencionada Valya y su hermana Tula.
¿Quién?
Dos actrices de primera clase como Emily Watson y Olivia Williams encabezan un reparto con abrumadora presencia femenina y una showrunner, Alison Schapker, que atesora toneladas de experiencia en el ámbito de las series con hits como Perdidos, Alias, Fringe, Westworld o Scandal. Gracias a todas ellas, la producción consigue superar el enorme peso de las adaptaciones cinematográficas, aunque sea inevitable acordarse, sobre todo porque su estética es un calco de la de los filmes de Villeneuve por pura coherencia narrativa.