El día que David Lynch volvió loco al mundo de los videojuegos | Babelia

En 2001 llegó al mercado la PlayStation 2, que a la postre se convertiría en la consola más vendida de la historia. Lo hizo, aunque muchos ya no lo recuerden, acompañada de un anuncio televisivo llamado The Third Place. El título no es casual: evocaba esa nueva dimensión a la que los jugadores podrían acceder, un universo digital donde todo era muy distinto. Un vistazo al spot no deja espacio para la duda: detrás de aquel anuncio no podía estar otra mano que la de David Lynch, fallecido la semana pasada.

Por llamativo que sea, aquel no fue, ni mucho menos, el único contacto que Lynch tuvo con el mundo de los videojuegos, un mundo en el que influyó sobremanera. Algunas veces esa influencia que provocó en ciertas obras fue explícita: por ejemplo, en la aventura más lyncheana de The Legend of Zelda, Links Awakening, en la que sueño y vigilia se mezclan en una isla llena de personajes raros e incómodos y para la que Nintendo llegó a contactar directamente con el cocreador de Twin Peaks, Mark Frost, para sacar algunas ideas para la trama y los escenarios.

Pero más allá de influencias concretas, está el ya inmortal toque Lynch. Es decir, el director inventó una forma de ver el mundo, incómoda y torcida, que convertía a los personajes en sospechosos y a los escenarios en elementos de duda y hostilidad. Ese sabor, esa atmósfera que es quizá su mayor aportación a la cultura contemporánea, es desde luego su gran aportación al mundo de los videojuegos. Empezando por la saga Persona (habitación de terciopelo incluida) y otras sagas niponas que nacieron en un Japón en el que Twin Peaks tuvo un impacto descomunal, y siguiendo con títulos como Half-Life, Control, Alan Wake, Disco Elysium, evidentemente Immortality, o Returnal, todos estos juegos y muchos más serían muy distintos si no existiera el trabajo de Lynch. O, directamente, quizá no existieran sin la influencia del cineasta.

Todos ellos tratan el subconsciente, la oscuridad, la desazón de los espacios liminales, exactamente de la misma forma en la que lo hacía Lynch. Evidentemente, no es una coincidencia: él abrió un camino por el que luego muchos han transitado. Cineasta, músico, meteorólogo aficionado, el estadounidense pasará a la historia por ese puñado de obras maestras que nos ha legado, pero también por esa influencia que ya para siempre estará pegada a la cultura popular y que también seguiremos sintiendo con el mando en las manos. Lynch se va, pero su sombra se queda.

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