El hábito minimalista de los 10 minutos al día para hacerse la vida más fácil
Mi día a día (y creo que el de mucha gente) transcurre entre prisas, obligaciones reales y una lista interminable de ‘tengos que’ que me restan energía y sobrevuelan mi mente constantemente porque sé que son tareas que tengo que hacer pero que ocasionan en mí una pereza terrible. Vamos, un caso de procrastinación en toda regla que me lleva a aplazar todo el rato ciertas gestiones (con el desgaste mental que provoca hacerlo). Y lo peor de esta costumbre tan generalizada es que es un hábito adquirido que me lleva a postergar tareas que puede que sean rápidas y fáciles de ejecutar, pero que me restan energía precisamente porque pierdo mucho más tiempo pensando que debo hacerlas que probablemente en hacerlas. Es cierto que con pequeñas tareas como pedir cita en el médico, contestar un mail personal o encargar las lentillas he conseguido hacer frente a esa procrastinación con la regla de los dos minutos –si voy a tardar menos de dos minutos en hacerlo, lo hago y evito el trabajo que me dará hacerlo más adelante–.Pero con otras tareas que llevan algo más de ese tiempo sigo aplazándolas (y castigándome por ello). En mi afán por hacerme la vida más fácil –mi gran reto para 2024– estoy empezando con el hábito atómico que me ha recomendado Anna Fargas, coach y autora del libro Minimalismo emocional (ed. Luciérnaga). “Los hábitos atómicos, esos pequeños cambios realistas que generan grandes transformaciones en nuestro bienestar, son una parte esencial del minimalismo emocional. Son pequeños ajustes en nuestro comportamiento que, acumulados a lo largo del tiempo, producen grandes resultados. Nos ayudan a eliminar esas piedras emocionales que cargamos. Por ejemplo, si tiendes a procrastinar, podrías empezar por establecer metas pequeñas y manejables. Dedicar solo 10 minutos al día a una tarea que has estado postergando puede ser increíblemente efectivo. Este enfoque no solo reduce la sensación de abrumo, sino que también crea un impulso positivo que te motiva a continuar”, explica.
Por eso, estoy intentando crear esta ventana de tiempo cada día para iniciar alguna de esas tareas que aplazo y que puedo resolver en cuanto me ponga manos a la obra. Por ejemplo: ordenar fotos de un viaje; poner en orden los archivos del móvil o del ordenador que me dificultan el día a día; reservar las vacaciones o el campamento de verano de mis hijas; ordenar un cajón para evitar lamentarme cada mañana al abrirlo del desorden y del tiempo que pierdo en encontrar las cosas… Sistematizar una ventana de tiempo de 10 minutos al día para esas tareas hace que pase de la precaución a la acción y eso libera mi cerebro de ese runrún en forma de pensamientos rumiantes que surgen cuando se sabe que hay que hacer algo (y no se hace). Es cierto que puede que ciertas tareas lleven más de 10 minutos pero, tal y como dicen muchos de los incondicionales de este regla, la idea es empezar por ese tiempo y luego decidir si se sigue o no con ello ese mismo día (la mayoría de las veces se quiere continuar porque ya se ha vencido esa barrera de dar el paso).
Ayuda a superar el bloqueo
La psicóloga Brígida H. Madsen también apoya este recurso y lo califica como “una herramienta fantástica que hace la tarea más liviana, que es justo lo que necesitamos: verlo de una manera que nos anime a ello. Proponerse dedicar 10 minutos al día a cualquiera de estas tareas que está costando llevar a cabo ayuda a superar el bloqueo». Y la psicóloga ahonda en los inconvenientes que genera esa tendencia a procrastinar. “La procrastinación es tanto un vicio como un castigo. La gran mayoría de nosotros posponemos la realización de tareas que no nos motivan o nos resultan especialmente pesadas o difíciles, pero la realidad es que a su vez nos hace sentir culpa, cuando los días pasan y las cosas siguen sin hacer».
Usar un temporizador puede ser de utilidad
Teniendo en cuenta que la concentración máxima que podemos alcanzar está entre 20 y 30 minutos, tal y como nos explicó la experta en sueño y bienestar Jana Fernández, esta regla de los 10 minutos es perfecta para intentar ejecutar esos ‘tengo que’ sin perder la concentración necesaria para llevarlos a cabo y que nuestra mente se impregne de esa satisfacción que provoca tachar cosas de la lista. De hecho, Fargas aconseja incluso cronometrar esos minutos. “Cuando sientas la necesidad de distraerte, para y establece un temporizador por 10 minutos, permitiendo que el impulso pase antes de volver a la tarea. Este tipo de hábitos atómicos te ayuda a manejar mejor el tiempo y las emociones, reduciendo la carga emocional y facilitando un enfoque más equilibrado y productivo”, dice.
Reservar ventanas de tiempo para preocuparse y decidir
Este método de agendar tiempo para hacer determinadas cosas y poder crear un hábito tiene relación también con otra recomendación que hacen muy a menudo los expertos: crear espacio en el día para tomar decisiones e, incluso, para prestar atención a los pensamientos que nos preocupan. “Es importante proteger espacios en el día para estar en calma, en el momento presente, y no siempre en la tesitura de solucionar o anticipar porque se consume energía de un espacio que debería estar destinado a cargar pilas. Recomiendo dedicar un tiempo de calidad para pensar en aquello que preocupa y evitar que esos pensamientos sean un goteo constante es muy sano”, explica la psicóloga Bárbara Tovar.
Pasar de la preocupación a la acción
Nos pasamos el día pensando en cosas que probablemente nunca llegarán a pasar –sobre todo cuando sé es víctima del overthinking o del pesimismo–, manteniendo nuestro sistema nervioso en alerta y nuestro cuerpo agotado físicamente por esa tensión emocional. Fargas hace referencia a la explicación del escritor Stephen Covey sobre el círculo de preocupación y el de influencia, y aconseja con fervor en enfocarnos en el de influencia porque es donde realmente podemos hacer cambios y mejorar nuestras vidas. “Los pensamientos rumiantes nos mantienen atrapados en un ciclo de negatividad, mientras que la ansiedad anticipatoria nos hace preocuparnos por futuros problemas que quizás nunca ocurran. Ambos patrones de pensamiento drenan nuestra energía y nos impiden disfrutar del presente”. No en vano, dedicar tanto tiempo al círculo de la preocupación sobre cosas que no tenemos control, es “improductivo y agotador”. Y justo lo que más deseo en este momento es ser productiva y estar descansada.