Con tres cuartas partes del año consumidas, política, mercados y geopolítica se han entrelazado con más fuerza que nunca, impulsados por el regreso de Trump 2.0 y por la creciente sensación de que el viejo orden económico internacional se está reescribiendo en tiempo real.
Aunque estamos acostumbrados a que el mercado ajuste sus expectativas con rapidez, este año hemos asistido a movimientos en los mercados financieros y a cambios en las previsiones económicas a una velocidad y magnitud que realmente llaman la atención. Desde una visión de ‘ricitos de oro’ a finales de 2024, donde el mercado esperaba un entorno muy estable y cómodo para los agentes económicos, al pesimismo de abril donde se descontaba un escenario de estanflación y cierre del comercio internacional, hasta llegar a la complacencia de los últimos meses de verano, cuando el mercado solo valoraba el mejor escenario posible. De hecho, el S&P 500 pasó de retroceder entre febrero y abril cerca de un 20% y pocos meses después ya había superado sus máximos históricos, siendo la recuperación más rápida desde 1982 de un episodio bajista. ¿Tanto había cambiado el mundo?
Estos vaivenes en el sentimiento reflejan, más que cambios objetivos en los datos, el impacto de la incertidumbre ante un entorno geopolítico desconocido y los sesgos emocionales del inversor que, suele dejarse llevar por la cambiante narrativa del mercado. Incluso un genio como Newton, tras sufrir en primera persona los efectos de la burbuja de los Mares del Sur en el siglo XVIII, reconoció que la psicología y la irracionalidad humanas pueden imponerse sobre cualquier lógica en los mercados: “Puedo calcular el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de la gente”.
La historia nos ha demostrado que, el miedo y la euforia suelen ser malas consejeras para obtener rentabilidades atractivas en el largo plazo. El reto, como siempre, está en no olvidarlo cuando más lo necesitamos porque como se suele decir, si hemos aprendido algo de la historia es a no aprender de la historia.
La importancia del horizonte temporal y no dejarse llevar por el efecto rebaño o el sesgo de confirmación, especialmente cuando invertimos en renta variable, es vital. Por poner un ejemplo: 10.000 dólares invertidos en el S&P 500 hace 20 años se habrían convertido en 71.750 dólares (hasta diciembre de 2024), lo que equivale a una rentabilidad anualizada del 10,4%. En cambio, si el inversor se hubiera perdido los 30 mejores días del mercado en ese mismo periodo, su inversión no habría logrado batir la inflación y habría obtenido únicamente un 1,3% anualizado. Si aplicamos este mismo ejercicio durante 2025, la diferencia habría sido incluso más notable. Ignorar los titulares es difícil, pero un inversor debería intentar separar a toda costa el ruido de la información y no olvidar la importancia de la paciencia. Tal como subrayaba Charlie Munger, mano derecha de Warren Buffett: “The big money is not in the buying or selling, but in the waiting” (“el gran negocio no está en comprar ni en vender, sino en esperar”.
Dejando a un lado las emociones y con la mirada puesta en el último tramo del año, el factor más crítico para vigilar seguirá siendo el tira y afloja de la Administración estadounidense en materia arancelaria, por lo que los inversores continuarán evaluando si se cumple la llamada teoría TACO (Trump Always Chickens Out), según la cual el líder republicano tiende a moderar finalmente su postura tras anunciar medidas agresivas. Por el momento, el mercado parece dar continuidad a esta estrategia negociadora de Trump y muestra una clara desensibilización frente a los posibles efectos negativos de imponer aranceles en niveles no vistos desde 1935.
Por otro lado, los mercados muestran signos de complacencia y las Bolsas continúan en máximos históricos, incluso tras la revisión de los beneficios empresariales vivida desde principios de año. Esta desconexión ha llevado a que las valoraciones se sitúen en niveles exigentes, en un entorno geopolítico delicado que podría dar “mal de altura” a partir de septiembre.
Otra fuente de preocupación es la creciente incertidumbre sobre la sostenibilidad de las finanzas públicas a nivel mundial. A la creciente indisciplina fiscal europea y de Japón, se unen las renovadas dudas por la trayectoria de la deuda pública en EE UU, tras la borrachera de los últimos años. Por primera vez en un siglo, el servicio de la deuda en la mayor economía del mundo es superior al gasto en defensa, un umbral que el historiador Niall Ferguson identificaba como señal de decadencia de los imperios tal y como ocurrió con España en los siglos XVI y XVII, o Gran Bretaña a finales del siglo XX.
Por ello, no resulta sorprendente la histórica demanda de oro que hemos vivido durante los últimos años, ni el tensionamiento de la rentabilidad exigida a los bonos soberanos en un entorno en el que la inflación acumulada desde la pandemia supera el 20%. Algunos estudios ya sugieren un tensionamiento de aproximadamente 60 puntos básicos en el bono a 10 años de EE UU, solo por el efecto del aumento de la deuda en la próxima década.
No obstante, no todo son señales de preocupación. Si queremos ver el vaso medio lleno, la amplia mayoría de indicadores atrasados y adelantados de las economías, especialmente del sector servicios, apuntan a una prolongación del ciclo expansivo, donde el desarrollo de la IA ya está revitalizando la productividad y generando nuevas oportunidades de negocio. Además, la salud financiera de hogares y empresas se encuentra por el momento en buen estado de forma.
Por último, aunque recientemente se ha cuestionado el excepcionalismo de la mayor economía del mundo, EE UU sigue contando con fortalezas estructurales que la distinguen claramente del resto: tamaño de mercado, liderazgo tecnológico, libertad empresarial, atracción de talento, independencia energética, fácil acceso a capital y una cultura de emprendimiento envidiable. Representando apenas el 4% de la población mundial, concentra un 26,8% del PIB global (en dólares corrientes) y más de la mitad de la capitalización bursátil internacional. ¿De verdad creen que es una simple coincidencia?
Carlos del Campo forma parte del departamento de análisis de Diaphanum.