El mundo de ‘Tasio’ sigue vivo en una cocina de la montaña alavesa | Gastronomía: recetas, restaurantes y bebidas

La temperatura del tiempo es la que genera su fricción sobre los elementos. Resuena húmedo en el bosque, colisiona con las nubes disueltas en neblina. Repica fresco en las piedras que desgasta el agua del manantial. Se siente tenue a los pies del hayedo, entre el vapor condensado en la hojarasca, junto al musgo y las orquídeas cefalanteras. Se descubre sombrío reconstruyendo sucesos que la accidentada orografía de la montaña alavesa ha padecido en su condición de cobijo y promontorio. En estos montes, el sonido de las horas es el de las efemérides que deambulan por los sinuosos senderos de la serranía. El del bostezo desganado de las cercas de piedra y los paseos a lo largo de las pequeñas localidades que en otras fechas fueron grandes.

El paisaje de los días en esta parte de Álava es el del viento sobre los ramajes en las soñolientas masas forestales. Si los momentos tuviesen aroma, en este lugar serían los del primer café descansado de la mañana, los que descose la cocción de una porrusalda o un puchero de alubias arrocinas. Los olores de la combustión de las carboneras; los del benceno de las viejas minas de asfalto, el de la inercia prolongada hasta la silueta de un horizonte de cimas calizas tapizadas de verdes. Por aquí, los topónimos hablan de diosas y hechiceras, y las leyendas apresan gentiles, gigantes, hacedoras de tormentas y lamias, esos genios acuáticos con apariencia de mujer y pies palmeados que peinan sus largos cabellos a orillas de los arroyos. Cerca, en el tronco hueco de un haya, la Vieja del Monte, ese ser mítico en forma de niebla, vela por los leñadores, los carboneros y los que se ganan la vida en la montaña.

En los lugares donde la actualidad transcurría a lomos de creencias y mitos, las tradiciones llenaban el curso de los acontecimientos. En los lugares donde la escasez era la trama, el de­sen­lace latía en el entorno; en el bosque que da y quita, ejerciendo de despensa o ruta de un castigo que nos contiene, forja y atrae consigo. Cuando la precariedad no se digiere, abona la agudeza. Ventajas de la desventaja que ha dejado sus huellas retenidas en antiguas recetas que hablan de carne de caza, castañas, bellotas y piñones; setas, plantas aromáticas, cangrejos de río, caracoles y truchas. Hay puertas que no se pueden franquear aunque estén abiertas. La vergüenza es peor que el hambre, afirmaba Castelao, y el recetario del furtivismo asume muchas deshonras distantes que miran de vuelta y a los lados.

Es la llama de los reparos que mantiene vivos Edorta Lamo en el restaurante Arrea! a fin de redimirlos, junto a antiguas formas de ver la vida que hunden sus raíces en la espesura del imaginario rural. Una despensa de recuerdos que se superponen indistinguibles entre las capas de su fértil propuesta. La distancia más corta a un sentimiento es el aroma de una nostalgia reparadora. Rescoldos en los que combustionan resonancias de un paraje y su cultura de la privación. Cocina de supervivencia fermentada con la masa madre del secretismo. Escasez que ha dado una abundancia de recetas de patés, embutidos y conservas de paloma y perdiz. Estofados y asados de jabalí, corzo y ciervo. Encurtidos vegetales. Pajaritos glaseados con vermut casero, chacolí y jugo de carne; jarretes y costillas de jabalina guisados. Pucheros de lentejas con morcilla y otros potajes de legumbres de la zona. Lechugas locales, rudas y carnosas. Untes de choriceros, avellanas y pimientos asados. Agraces y orujos. Pamplinas, flor de saúco, mostazas salvajes y hierbas amargas. Escabeches, consomés de carcasas, caldos fragantes y ragús de despojos. Peras autóctonas con licor de manzana y leche de almendras, membrillos, manzanas silvestres, berrubiote, escaramujos y aranas fermentadas. Zurracapote, quesos artesanos, turrón de posguerra y polvorones de harina de bellota. Decenas de elaboraciones de cordero y bacalao, junto a sentimiento y originalidad, líquenes, nueces y atrevimiento. Música del aprovechamiento que siempre fue parte de la banda sonora de las biografías humildes. Insinuaciones disfrazadas de refugio servidas con cubiertos de boj. Acordes de subsistencia que enderezan la noción de lo que es gozar.

Descubrir lo exótico en un paseo, en un pasado, prueba lo que nos hemos alejado de una naturaleza que sentimos ajena e insólita. Deambulando a cucharadas por el territorio de Arrea!, pienso que es más productivo imaginar que recordar, aun cuando conjeturar a partir de lo ocurrido es, más que retroceder en el tiempo, adivinar sus progresos. Es otra forma de crear.

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