Loewe también es única en su especie. Se da la particularidad de que es a la vez la firma de lujo más antigua y más joven de LVMH. Si bien se fundó en Madrid en 1846 como casa artesana de artículos de cuero, la transformación que lideró Jonathan Anderson en 2013 la reconvirtió en la imaginativa firma de lujo internacional que hoy conocemos. Según se mire, Loewe tiene 179 años o 12. Cuenta Lepoivre que uno de los factores que favoreció la elección de Hernandez y McCollough fue su capacidad para capturar la esencia española de la marca “con la que otros diseñadores no han sabido jugar”. Hernandez, con antepasados españoles, coincide con Lepoivre en que se ha perdido un poco ese aspecto de Loewe.
“La vitalidad y la energía positiva de la cultura española atraviesa la marca, es moda de lujo, pero también divertida”, reflexiona. “Pero faltaba cierto matiz, una sensación de corporeidad, no digo sensualidad, sino algo más, cierta presencia de la piel… No sé, de españolidad”. “¿De solaridad?”, aporta McCollough. “Falta el sol, el calor, pero también el baile, la comida. La hospitalidad, los abrazos. Tiene mucha alma”.
De nuevo, las indirectas que lanzaron Hernandez y McCollough sobre su colección de debut se limitaron a meras percepciones, en parte, se comprende, por su deseo de no querer revelar nada concreto de la confección, para mantener oculto un poco más, por ejemplo, el posible carácter “soleado” de su paleta cromática. También, quizá, por su profundo compromiso con lo tangible. La dupla habla con devoción de cada una de las técnicas de costura centenarias que se usan en Getafe, de la alta tecnología del cuero que se desarrolla en el laboratorio de Loewe. Lo que los une a la casa –y conecta al Loewe centenario con el contemporáneo– es la artesanía.
Decir que la vuelta a lo artesanal salvará la moda es tanto como decir que la solución de Hollywood es hacer mejores películas. Pero ¿lo es? Al final, lo importante es que el público siga yendo al cine. La labor de los diseñadores de hoy debería ser poner en el mercado creaciones significativas: productos que inspiren, que resulten imprescindibles y originales, que provoquen un deseo intenso, una verdadera querencia, frente al mecánico roce del dedo en la pantalla, antes de pasar al siguiente abrigo, al siguiente bolso, al siguiente par de zapatos. Hernandez y McCollough podrían ser, en efecto, los más adecuados para esta tarea. Cuando los entrevisté, aún estaban en modo asombro, poniendo a prueba los límites del nuevo atelier. “Es como un parque de atracciones, no paramos de jugar, de disfrutar todo lo que podemos”, me comentó Hernandez. Un mes después, en cambio, se acabó el recreo. “Ahora estamos revisando la colección, controlando cada detalle”.