Fin del camino. La reunión del Banco Central Europeo de esta semana dejó un aroma de cambio de ciclo. Las previsiones de crecimiento mejoraron, las de inflación apenas se movieron. Mientras en París se preguntan cómo volver a hacer gobernable la segunda economía del euro, en Fráncfort la sensación es de control: la inflación en el 2,1%, los tipos de interés en el 2%, y un próximo encuentro, el de Florencia el 29 y 30 de octubre, propicio para cumplir con el trámite de volver a mantener el precio del dinero sin cambios por unanimidad y salir cuanto antes a dar un paseo por la ciudad.
Las dos pausas consecutivas en los tipos adoptadas por Christine Lagarde y los suyos, algo que no sucedía desde mayo de 2024, demuestran que los números les cuadran. Y ven más riesgo en tocar lo que funciona que en no hacerlo. El listón para volver a pulsar el botón de los recortes ha subido tras la firma del tratado comercial entre Bruselas y Washington, lesivo para los intereses de muchas empresas europeas por esos aranceles del 15%, sí, pero que evita el mal mayor. Por lo pronto, esquiva el escenario demoledor de un círculo vicioso de represalias europeas y contraataques de la Casa Blanca, un riesgo que hace solo unos meses era real.
Menos claras están las cosas de cara a la siguiente reunión de política monetaria, a celebrar en Fráncfort el 17 y 18 de diciembre. El gobernador del Banco de Lituania, Gediminas Simkus, no descarta que este año Santa Claus venga con tijeras, por citar la gráfica expresión con la que abrió la puerta a un descenso de tipos justo antes de cerrar 2025. Y otros colegas, como su homólogo del Banco de Francia, Francois Villeroy de Galhau, o Martin Kazacs, de la vecina Letonia, se han manifestado en términos similares, advirtiendo de que la fortaleza del euro frente al dólar, y la avalancha de productos chinos que se está desviando a Europa para esquivar los aranceles estadounidenses pueden tirar la inflación hacia abajo más de lo deseado, frente a lo cual el antídoto sería volver a bajar tipos.
El último peligro que ha aflorado para la inflación, también a la baja, es que se retrase el nuevo sistema de comercio de emisiones, que el BCE incluye en sus previsiones por su potencial impacto al alza para el precio de los combustibles y la calefacción a partir de 2027. Si hubiera una marcha atrás, la inflación podría suavizarse, dando la razón al sector más paloma del banco, el más favorable a las rebajas de tipos. “Varios de nosotros, incluyéndome a mí, subrayamos los riesgos a la baja para la inflación en el futuro próximo”, señaló Villeroy de Galhau en una entrevista este viernes.
Pero su opinión, por ahora, parece minoritaria. Como también lo son las firmas de análisis que auguran rebajas antes de acabar el curso, entre ellas Bank of America, que ha ido reculando y ya no espera que 2025 termine en el 1,5%, como antaño, sino en el 1,75%. Los mercados discrepan de esa visión, y descuentan ya que no habrá más recortes de tipos este 2025. Solo un cisne negro —Donald Trump rompiendo el acuerdo comercial, o un importante recrudecimiento de la crisis con Rusia, por ejemplo—, parece capaz de alterar la nueva inercia de esperar y ver en que el BCE se ha instalado.
Las divisiones en el seno del banco son evidentes. La alemana Isabel Schnabel, miembro del comité ejecutivo del BCE, lanzó en una reciente entrevista una profecía que hoy todavía suena algo extemporánea. “El momento en que los bancos centrales de todo el mundo vuelvan a subir los tipos de interés podría llegar antes de lo que muchos creen”, dijo a Reuters.
En diciembre volverán a presentarse proyecciones económicas, y todos estarán atentos a si ha habido cambios en las previsiones de inflación o las expectativas siguen ancladas en torno al 2%, lo cual justificaría dejar los tipos intactos más tiempo. Sin embargo, las palabras de Schnabel recogen la creciente fractura entre los halcones de la línea dura y las palomas favorables a una política más expansiva, en la que los primeros parecen llevar ahora la iniciativa.
El búho Lagarde
¿Dónde se posiciona Lagarde en todo esto? La presidenta del BCE quiso alejarse este jueves de esa política de bandos que tan bien encaja en el relato periodístico, definiéndose a sí misma como un búho, por la capacidad de estas aves de girar el cuello para ver todo su entorno, más allá de la simple visión periférica. Un modo de presentarse a sí misma como conciliadora y creadora de consensos.
¿Es Lagarde de verdad un búho?, preguntamos a Carsten Brzeski, jefe de Macro en ING. “Creo que inicialmente era su forma de burlarse de las categorías de halcones y palomas. Recordemos que en las primeras reuniones llevaba un broche con un búho. Lo que empezó como una especie de broma se ha convertido en realidad. En parte porque Lagarde no es una experta a fondo en política monetaria, pero sobre todo porque considera su papel de presidenta no como una líder de opinión, sino como una moderadora. Y cada vez se le da mejor”.